Aunque los días pasaran apacibles dentro de lo que cabía, en un pueblo donde había familias muriéndose de hambre, eso no quitaba los peligros externos como los animales salvajes o los bandidos, los cuales habían subido su número esos últimos años.
Una noche de cielo despejado, un gran estruendo despertó a la familia de Zett, el ruido de galopar de caballos y los gritos de la gente los alarmaron. Alando se asomó con cuidado por la ventaba indicando con la mano que la mujer y el niño siguieran esperando escondidos en la habitación. Desde allí podía ver como las llamas consumían el pueblo mientras las personas corrían de un lado a otro y en medio de ese caos varios bandidos atrapaban a las mujeres y degollaban a los hombres. Algunos que iban a caballo daban órdenes mientras otros asaltaban las casas.
- Por la diosa, se ha desatado una guerra ahí fuera- se arrastró hasta la habitación- Más nos vale escondernos. En breve llegarán a esta zona.
- Pero cariño, ¡Aquí no hay nada que robar!- se abrazaba a Zett
- Para atacar un pueblucho como este… No creo que estén buscando botines, sino esclavos.- comentaba mientras abría un destartalado armario.- Entrad dentro.
- Padre y ¿tú que vas a hacer?- se preguntó Zett mientras su madre lo metía dentro junto a ella.
- No creo que podamos huir. En el momento que nos vieran nos atraparían. Yo como el hombre de la casa os protegeré a ambos.- el ruido se aproximaba- pero por si no lo contamos… Zett, pase lo que pase tienes que vivir y seguir adelante.
- ¡Padre!
- Ahora silencio- dijo mientras cerraba las puertas y Saira le cubría la boca.
Alando fue a buscar unos cuchillos oxidados que tenían en la cocina y arrastrando la única manta que tenían se sentó en la destartalada mesa. No tardaron mucho en zapatear su puerta tirándola del marco al suelo. Entraron dos hombres empuñando lanza y espada ensangrentadas.
- Vaya, vaya, vaya, pero que tenemos aquí, al vagabundo del pueblo.- dijo el más bajito mientras arrastraba unas cadenas de metal.
- Marchaos, aquí no hay nada de valor. – Les dijo Alando sosteniendo bajo la manta que lo cubría los cuchillos.
- Eso lo decidiremos nosotros, viejo- se rio mientras tiraba la mesa de una patada.
El más alto avanzaba abriendo los cajones destartalados de los muebles. En el momento que los dos se acercaron a la entrada de la habitación, el hombre se volteó rápido y mientras le tiraba encima la manta al más alto, se lanzó a apuñalar la garganta con los dos cuchillos al más bajito, que se desplomó con el peso de ambos. Alando no tuvo tiempo de reaccionar cuando su pecho fue atravesado por la lanza del otro bandido. El hombre se desplomó sobre el cadáver del bajito, mientras el alto notó el respingo que pegó el armario de la habitación.
- ¡Os encontré!- gritó mientras parteaba el mueble haciéndolo caer al suelo, rompiéndolo en trozos de lo viejo que estaba.
La mujer se aferraba a Zett entre lágrimas pidiendo piedad. El pequeño lo único que podía ver era a su padre muerto en la entrada de la habitación. Aquel hombre agarró a la mujer del brazo forzándola a soltar al niño. Con una fuerza abrumadora la levanto unos palmos del suelo para observarla mejor.
- ¡Madre!- se levantó Zett para intentar ayudarla pero recibió una patada que lo hizo caer al suelo.
- Creo que servirás. Te podemos vender a un buen precio- la soltó de golpe dejándola caer al suelo.
Se fue el hombre a recoger las cadenas de metal que su compañero llevaba. Momento que la mujer aprovechó para decirle a Zett que huyera lo más rápido que pudiera.
- ¡Sabes quién soy!- se levantó y se acercó al hombre- Saira Delphian y prefiero morir a ser vendida como esclava y ser tocada por cerdos asquerosos como vosotros.
Saira se lanzó contra el hombre y forcejeó un poco para que Zett huyera por la ventana, momento que la mujer se lanzó contra la lanza que había asesinado a su marido y dando así fin a su vida también.
El niño entre lágrimas consiguió salir de la casa pero no llegó muy lejos, el pueblo estaba lleno de bandidos y uno de los que iba a caballo lo capturó con un lazo.
- ¡Jefe!- salía el hombre alto de la casa- La familia de ese niño nos ha costado un hombre.
- Pues trátalo como se merece, es el único niño por lo visto, hay que venderlo a un buen precio en la próxima ciudad.- respondió mientras le lanzaba la cuerda que ataba a Zett.- Llévalo al carro con los demás.
- ¡ATENCIÓN TODOS! Ya hemos acabado aquí. Incendiad las casas que quedan y marchando- dijo otro de los que iba a caballo mientras tiraba una antorcha en la floristería.
Zett fue subido a un carro en el que estaban los pocos supervivientes de la captura. El panadero, la mujer del alcalde, la hija del carnicero, las mujeres del granjero, el de la tienda. La mayoría eran mujeres, algún hombre pero ningún anciano. Estaba el hombre de Margaret, el niño preguntó por ella, pero el hombre solo pudo negar con la cabeza.
Entre sollozos lo único que pudo hacer era ver cómo le alejaban de aquel pueblo que se reducía poco a poco a cenizas, mientras los del carro se acurrucaban unos a otros temblando por lo que el destino les tenia deparado.
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