El viaje se les hizo eterno, sobre todo a Zett. Por las noches, aquellos bandidos abusaban de las mujeres más adultas, pues las jóvenes eran una mercancía de gran valor y evitaban tocarlas para poder venderlas a mejor precio. Los gritos y los lloros de las mujeres impedían a Zett dormir por las noches y a lo largo del día mostraba el estado maltrecho de los, ahora, esclavos. Pasaron algunos días en que no recibieron comida u hostigaban a los que intentaban huir. Zett había perdido la cuenta de las pocas horas en que sus ojos se cerraban cuando ya no tenía fuerzas para mantenerlos abiertos.
A lo lejos ya se veían los altos edificios. Aquella era la primera vez que Zett veía la ciudad, si hubiera sido en otras circunstancias lo estaría disfrutando, pero no fue el caso. Antes de llegar los hicieron bañarse en el rio, dieron ropas a las mujeres y telas normales a los hombres. Después de ese rápido aseado, los llevaron hasta el centro de la ciudad donde había un amplio mercado, los separaron en grupos y los introdujeron en jaulas con barras metálicas.
No era una subasta, los compradores se acercaban a la mercancía que les interesaban y tras regatear un poco con el comerciante se lo llevaban. Las primeras en irse fueron las hijas del granjero, eran las más sanas y bellas del pueblo, fueron compradas por diferentes hombres. El panadero fue el siguiente, era un hombre robusto y por las pintas del comprador acabaría haciendo algún trabajo físico. También se dejaron caer algunas mujeres a comprar algún esclavo como quien se para en una tienda a ver ropa, se llevaron un poco de todo.
Zett se agarró a los barrotes observando aquella horrorosidad. Estar dentro de la jaula simbolizaba no ser más que un objeto, menos que un animal. El niño se aburría de ver pasar gente de un lado al otro y ver más personas encerradas que debieron pasarlo peor que él por su aspecto.
- Ey, sssh- intentaba Zett llamar la atención del bárbaro que vigilaba su puesto.
- ¡Qué!- se giró después de haber sido molestado por el niño.
- Como vas a vender nada si todos lo que pasan se han de estar riendo de las cosas que escribís- Apoyó la cabeza en el barrote.
- Que insinúas, mocoso.
- Allí falta una “m”, aquel está mal escrito, ¿qué narices pone allí? Os habéis inventado una palabra- Zett empezó a reír y rápidamente se echó hacia atrás para evitar que lo agarraran cuando aquel grandullón se enfadó- Tranquilo, que no sois los únicos, los otros vendedores también han hecho cada fallo. El diccionario ha de estar llorando.
Aquellos comentarios del niño fueron escuchados por un hombre que caminaba cerca y pareció interesarse por él.
- Como te pille te despejó- decía con el brazo metido hasta el fondo de la jaula y Zett esquivándolo.
- ¿Tenéis este en venta?- se acercó un alto hombre muy musculado y sin camisa que cargaba un par de lanzas en la espalda.- ¿Cuánto?
- Claro, está a 500 Írias, es un niño muy sano y se le puede enseñar porque es joven- se puso en formato vendedor.
- Te doy 250, los niños son difíciles de controlar.
- 450, sabe leer puede ser útil. Además su aspecto es bonito, por lo que siempre se lo puede dar a alguna mujer como regalo- se frotaba las manos.
- Mi última oferta 300 Írias, porque tú mismo lo has dicho, sabe leer y es listo, esos son los que más rápido se revelan.
- ¡Hecho!- se estrecharon las manos.
El hombre rebuscó en su cintura y se desató una bolsa, se la dio al bandido que comprobó que están lo acordado y sacó al chico de la jaula tras asegurarse de atarlo bien con la soga.
- Aquí lo tiene, espero que vuelva pronto.- le pasó la cuerda.
Zett miró por última vez a aquel bandido del cual sus ojos parecían decir que esperaba que sufriera allá donde fuera. El comprador lo llevó por centenares de calles llenas de gente, los ojos del niño se posaban ante todo aquel brillante, y a la vez lúgubre, panorama. Se pararon frente a un alto y decorado edificio, la puerta principal era enorme, pero lo arrastraron hasta un lateral por donde había una puerta más normal que era custodiada por un guardia.
- ¡Hombre, Luc! ¿Ya has vuelto de comprar?- se apartó para dejar paso.- Y ¿“eso” será de utilidad? lo veo algo escuálido.
- Creo que servirá, sino siempre se lo puedo revender a alguien- se encogió de brazos mientras entraba.- Camina- le dio un tirón.
Al entrar se extendía un largo pasillo con puertas a los laterales que daban a las habitaciones de los que trabajaban allí. Le asignaron una. El espacio era muy reducido donde solo había algo de paja, una manta junto a una muda limpia y una lámpara de vela. Le hizo un pequeño recorrido por el comedor y algunas estadías más y finamente lo guio hasta donde trabajaría.
- Te compré por tu capacidad de leer. No hay casi esclavos que sepan y más siendo tan joven, por lo que tu ayuda será útil.
Era una inmensa biblioteca llega de pisos y pisos con estanterías repletas de libros. Los ojos de Zett se iluminaron ante todo aquel contenido que podría leer.
- Te encargarás de colocar los libros donde correspondan y ordenados alfabéticamente. Eso como tarea principal. Después si algún guardia u otra persona de rango te manda limpiar o hacer algo, tú obedeces sin rechistar. Ha quedado claro.- Esperó a que el niño asintiera- Bien, se te servirán tres comidas diarias a unas horas concretas, si no estás en ese momento para recibir el alimento, no comerás. No se dará comida fuera de las horas indicas. Tienes prohibido dirigiré a nadie a no ser que ellos te hablen a ti primero. ¿Alguna duda?
- Y si se les cae algo ¿Cómo se lo devuelvo?
- Te fijas en cómo es la persona, le das el objeto a un guardia y él se encargará de buscarlo y dárselo. ¿Algo más?
- ¿Puedo leer los libros?
- En tu tiempo libre- miró a su alrededor para asegurarse de que no los escuchaba nadie- Si nadie te ve. Si te pillan podría caer un castigo, todo dependerá quien te pille.
- Entendido.
- No sé qué habrás visto o sufrió, pero tienes unas ojeras y unos ojos rojos como si hubieras abandonado toda tu infancia. Conviene que mejores o parecerás un alma en pena. Zero.
- ¿Zero?
- Los esclavos no tenéis nombre, ese es el nombre que te he designado, ahora solo responderás a ese. ¿Entendido, Zero?
- Sí.- respondió resignado.
- Bien. Estas bajo las órdenes y al servicio del Noble Naram, el dueño de estas tierras. Es él quien te ha comprado. Ahora ve a cambiarte y ponte de inmediato a trabajar.- le señaló en dirección a las habitaciones.
Zero se apuró a cambiarse, aquellas ropas no eran nada del otro mundo, pero eran mejor que los harapos que llevaba antes. Sabía que su vida no sería fácil a partir de ahora, pero estaba listo para enfrentarla si eso le permitía leer todos aquellos libros.
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