Despertó de un sueño muy hermoso, uno donde el caos dominaba sobre la tierra que él había visto en sus sueños. Normalmente tenía como gran pasatiempo el dormir, debido a que solía ver mundos de fantasía demasiado increíbles en sus sueños. Naciones falsas con estructuras indescriptibles para él, que ni aun en su imaginación podría concebir.
Veía el futuro de su reino en los sueños, por lo menos eso quería creer. La ciudad de Set Ren’Thar seria hermosa con su mandato. Aquello no lo creía sino que lo sabía e incluso se lo aseguraba a sí mismo, ningún otro faraón en el mundo sería tan grande como él. Renseth el hijo de Set, el señor de la paz. Meneo la cabeza al pensar esa última palabra, no le gustaba el termino paz; pero era algo que todos en el reino deseaban, la paz para poder tener orden, la paz para poder tener felicidad, la paz para poder vivir un gran futuro en la ciudad de Set Ren’Thar. Algo que no atraía la atención del joven príncipe; pero aun así se sentía obligado a mantenerla.
Se levantó de su cama completamente desnudo, con un cuerpo atlético, el príncipe Renseth era muy codiciado por algunas mujeres mayores de la ciudad para tenerlo como esposo. Considerando que una generación entera había padecido aquella terrible enfermedad que esterilizo a las mujeres entonces, para la mayoría de los hombres de Set Ren’Thar, las mujeres de 34 o 40 años eran muy deseables todavía; pero para el joven príncipe no eran más que un estorbo en sus planes de conquista de las ciudades que alababan a Horus. Tomo su túnica blanca la cual miro con cierto asco, no le gustaba dicho color para sus vestiduras reales. Él prefería el negro antes que el blanco. Una vez que se coloco las túnicas junto con su cinto dorado, también se puso un collar real de color verde jade. Se acerco a un pequeño reflejo hecho de bronce para verse por un minuto. Su cara le era irreconocible en dicho metal debido a que este, al acercarse, mostraba sus facciones completamente desfiguradas. Aquello también le molestaba por que le hacía pensar que no era de bello aspecto, todo gobernante debía portar una soberbia e imponente apariencia para poder inspirar confianza en sus tropas, en sus cortesanos y en sus ciudadanos cuando estos le veían al pasar; pero si tenía un aspecto desagradable entonces nadie querría estar cerca suyo.
Sus ojos azules, con las pestañas y los alrededores pintados de negro tomando la forma tradicional egipcia, su rostro atractivo y el mechón de cabello castaño oscuro que sobresalía de su gran calva, no eran visibles por completo en el espejo.
Ya completamente vestido, se dirigió a donde estaba su padre en el salón del trono. Caminaba por el pasillo del palacio, el cual estaba lleno de jeroglíficos que hablaban de las épocas en que Set Ren’Thar fue una nación bella y floreciente, los rayos del sol iluminaban el suelo del pasillo mientras que las columnas creaban unas bellas sombras que agradaban a Renseth. Sonriente al ver esas sombras comenzó a hacer un pequeño baile divertido. Bailaba en círculos en cada sombra, después saltaba a la otra sombra para que sus pies no tocasen la parte soleada, al llegar a la sombra, continuaba con su baile. Esta era una danza donde su cuerpo giraba en círculos a la vez que el empeine de su pie era lo único que sujetaba el cuerpo del príncipe, su otra pierna estaba estirada en el aire. Luego de hacer una vuelta, con el mismo pie daba un salto acrobático para al final estar en la otra parte sombría del pasillo. Su baile se repitió en todo el camino hacia el salón del trono. Algunos sacerdotes le veían y suspiraban negando con la cabeza. Ya estaban muy acostumbrados a la forma tan poco ortodoxa de ser que tenía el príncipe Renseth.
Mientras hacia ese pequeño juego, Renseth reía, adoraba tener un poco de sentido del humor. Creía internamente que al poseerlo podría mejorar la moral de su futura nación. Si todos los habitantes de Set Ren’Thar veían al futuro faraón reír, jugar y sonreír entonces eso significaba que nada estaba perdido, que todavía podía haber felicidad. Al continuar bailando también continúo riendo. Se sentía tan ligero al hacer eso, tan feliz como también tan libre, libre de sus responsabilidades, libre del peso de la corona, libre de aquella tristeza y soledad que había a su alrededor, libre de ese maldito orden que molestaba su vida, era libre en aquella risa y baile casi caótico.
Después de lograr saltar sin problema alguno las sombras, vio la entrada de la sala del trono, riendo, en lugar de caminar, comenzó a dar piruetas, luego se detuvo en la puerta y la abrió adentrándose en el salón del trono donde su padre lo esperaba ansiosamente.
Al parecer una tormenta de arena se aproximaba en el horizonte.
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