Que deprimente está esta historia, ¿cierto?, pues… lamentablemente, seguirá así un poco más. Habían pasado seis meses desde el ataque en Iskyla, Raen seguía atrapado en Minawoods, sus heridas ya estaban curadas. Él seguía entristecido y agobiado, pues había tratado de escapar varias veces sin éxito, el general Yago le obligó a trabajar en las minas para mantenerlo más vigilado.
La amistad entre Ingrid y el chico había crecido, aunque aún discutían de vez en cuando. También había entrado al círculo de muchachos liderado por Rozen. Por desgracia, al convivir con las personas de este pueblo, le iban contagiando su mentalidad pobre de sentirse menos y ser perdedores. Sus deseos de escapar disminuían, se estaba resignando a su nuevo hórrido estilo de vida.
En un día de descanso en Minawoods, el joven príncipe se hallaba con sus amigos donde la fogata fuera de la posada. Preparaban unas brochetas para cenar, solían hacer esto cuando llegaban nuevas personas al pueblo, mientras esperaban a que estuvieran listas, la conversación no hacía falta.
─ ¿Entonces aquí nadie puede usar kivets más que los soldados? ─preguntó uno de los recién llegados.
─Y mi tío, Viktor, el curandero ─señalaba la muchacha hacia su casa.
─Debe de haber alguna forma de escapar, ¿qué han intentado? ─preguntó otro de los nuevos. Todos voltearon a ver a Raen.
─Cuéntales Niño Dragón.
Hizo una mueca, aún le molestaba ese apodo ─Honestamente… de todo.
─ ¿No hay alguna ave mensajera que podamos utilizar? ─preguntó otro de los ilusos. Las miradas se dirigían al príncipe por segunda vez.
─Las hay, pero se encuentran dentro de la fortaleza custodiadas por soldados.
─ ¿Qué tal por barco? podríamos escondernos en el equipaje.
─Tampoco se puede, gracias a este mocoso y sus fallidos intentos, el general Louis aumentó la seguridad e inspección de toda embarcación ─dijo uno de los adultos que ya estaba harto de las acciones del chico.
Los nuevos vieron a Raen, quien solo asintió confirmando lo que habían escuchado. Así continuaron, cada idea que les venía a la cabeza, ya había sido intentada por cierta persona.
─Hay una opción ─dijo Raen mientras mordía su brocheta.
Los que ya sabían que vendría después de esas palabras, suspiraron, algunos gruñeron, otros hicieron gesto de descontento, unos más pusieron sus ojos en blanco. Los recién llegados no entendían, se miraban entre sí con desconcierto.
─ ¿Cuál? ─preguntó uno de ellos temeroso de obtener una respuesta alocada.
─Unir fuerzas y enfrentar al ejército.
Después de un momento de silencio, carcajadas se escucharon por parte de todos, él ya estaba acostumbrado a recibir esa reacción, simplemente siguió comiendo.
─Pero ellos tienen poderes, nosotros no ─habló uno de los nuevos.
─Jajaja, sigan escuchando, aquí viene la mejor parte ─se burlaban.
─No es necesario ganarles. Solo causar una distracción para que alguien escape y… ─fue interrumpido.
─Y le pida ayuda al reino de Iskyla, jajaja, pueden creer a este chico.
─No es mal plan ─todos, menos Raen, se sorprendieron ─. Pero… Iskyla está lejos de aquí ─dijo Jethro: un muchacho en sus veintes, flaco, con cabello y ojos rojo carmesí, de tez muy blanca ─. Seguro atraparían rápidamente al que escape.
─Sí, es posible que eso pase ─dijo Raen. La poca esperanza que tenían los nuevos se esfumó, era un plan descabellado sin duda.
─Iskyla, Iskyla, Iskyla, nosotros no les importamos a esos malnacidos ─dijo molesto el anciano Norman ─. Cuando el imperio invadió este lugar, enviamos varias aves mensajeras pidiendo auxilio, y ¿dónde quedó su ayuda, eeeh? seguro en una de sus estúpidas fiestas, humn.
─Tal vez no sabían dónde se encuentra este lugar ─habló Raen. <<Yo no sabía que este lugar existía. No tienen idea de cuántas notas y cartas de auxilio llegan a diario>>.
Los nativos de Minawoods se enojaron, Ingrid solo miraba con angustia a su amigo.
─ ¡¿qué no saben dónde estamos?! Claro que saben. Si no, ¿de qué les sirven sus lujos, tecnologías y poderes que tanto presumen? ─dijo otra persona molesta.
─ ¡Cierto!, la ayuda nunca llegó, pero su invitación al doceavo cumpleaños del príncipe Raidha llegó por montones ─dijo Rozen.
<< ¡¿Qué?!>> Raen no podía creer lo que escuchaba.
─Es verdad, con nosotros también solo llegaban invitaciones a bobas fiestas ─mencionó Elyon: hermana de Jethro, con cabellos y piel del mismo color, sus ojos verdes siempre con una mirada intimidante.
─De donde yo vengo pasó lo mismo, pero fue la de los catorce años, jajaja ─dijo otro de los nuevos.
─Iskyla y las caravanas se creen los buenos del cuento, pero son igual de soberbios que el imperio. Solo velan por sus amigos o personas adineradas ─dijo Leo.
─No somos nada para ellos ─habló Isaac.
─Niño idiota vives en una ilusión, ¡despierta! ─regañó Norman.
<< ¿Es así como nos ven a mi familia, amigos y a mí?>>. Raen estaba en shock, los demás siguieron hablando mal de las caravanas y de la familia real.
─El más patético de todos, es ese tonto príncipe de mierda, solo pensaba en él mismo. Tanto que presumía su grandeza y escuché que fue hecho añicos por el emperador, como un mondadientes ─expresó Rozen. Ingrid miraba a Raen quien perdía los estribos.
─ ¡Sí! nadie necesita a alguien como él, el mundo está mejor así ─dijo Norman y los demás aclamaban el deceso del que hablaban.
Sin poder soportar una palabra más, Raen se paró ─. Les es muy fácil hablar mal a la espalda de otros. A diferencia de ustedes, ¡al menos todos ellos tienen la voluntad y el coraje de enfrentarse al imperio!
─ ¡¿Nos llamaste cobardes?! ─con el acalorado ambiente, Rozen y Raen se agarraron a golpes.
Los soldados llegaron rápidamente a detener el escándalo que hacían ─ ¡Suficiente! ─apagaron su fogata.
─Todos a sus casas si no quieren ser castigados, ¡ahora! ─dijo Sennet ─. Excepto ustedes dos ─detuvo a los peleoneros ─. Geez, ni siquiera en el día de descanso se están en paz. Vuelven a armar un espectáculo más como este, y yo mismo los llevaré a la guillotina, ¿entendieron?
─ ¡Si, señor! ─ambos contestaron, se fulminaron con la vista entre ellos y cada quien se marchó a su casa.
Raen entró aun alterado a la posada, azotando la puerta ─ ¡Argh!
─ ¡Raen! ¿Qué pasó? estas sangrando de la boca ─preguntó preocupado Viktor.
─ ¡Estoy bien! ─subió corriendo las escaleras y se encerró en su habitación, estaba tan enfurecido que arrancó la perilla de su puerta ─. ¡Uurgh! ─la aventó al suelo.
─Bien enojado… ¿qué pasó ahora? ─le preguntaba a su sobrina, quien entraba al lugar.
─Lo mismo de siempre, pero hoy no paraban de ofender a cierto príncipe difunto.
Sentado en el suelo, se recargó sobre la puerta, resollaba con desesperación ─ ¡Odio este lugar!… No quiero estar más aquí… pero no puedo huir por mi cuenta, Argh ─golpeaba el piso.
Quería llorar, gritar, destruir todo, pero no lo hizo… aún. Se dirigió hacia la ensenada, se quedó en ropa interior y con los vendajes que cubrían sus tatuajes delatores. Se aventó al mar, nadó hacia lo profundo y fue entonces cuando gritó con todas sus fuerzas, subió a tomar aire y repitió esto varias veces, cuando terminó de desahogarse se quedó acostado sobre la arena.
─Bueno, me siento mucho mejor ─se vestía nuevamente ─. Pero… aún me hace falta algo… ¡Ya sé! es la “hora Lundberg” ─dio un pequeño aplauso.
Se podría decir que la “hora Lundberg” es una tradición de los hombres de esta familia, todos los días se reunían durante una hora y platicaban de cosas ya fueran triviales, problemas maritales, personales o de lo que sea menos del imperio o su trabajo. Así pues, Raen dibujó sobre la arena tres rostros pintando diferentes expresiones simulando a sus hermanos y se sentó con las piernas cruzadas.
─Ummn… Eh… los extraño demasiado, desearía poder decirles que estoy vivo y volver a casa.
─También te extrañamos pequeño Rai ─cambiaba su tono de voz imitando a alguno de sus familiares.
<<Ogh, ahora si me volví loco, estoy hablando con la arena>> pensaba ─. ¿Qué harían ustedes en mi lugar? ¿Cómo le hacen para que todo el mundo en sus reinos les quieran y admiren, huh? ─suspiraba.
─Somos geniales y asombrosos, no como tú.
─Tsk, lo sé. Aquí me consideran un demente por querer huir, me golpean, no me quieren ayudar a escapar. Me obligan a trabajar en una mina todo el día; que por si fuera poco, está acabando lentamente con mis pulmones. Me llaman por un tonto apodo, perdí mi collar… y lo peor de todo; perdí… mi control kivet…
Hubo unos minutos de silencio.
─Pero no todo ha sido malo, ¿Cierto? ─comenzó a caminar reflexivamente de un lado a otro.
─Cierto… Si no fuera por Don Viktor e Ingrid… ya no estaría en este mundo, ellos me han dado todo para sobrevivir. Los demás tampoco son malos conmigo a menos de que empiece a hablar sobre huir. Los soldados tampoco me pegan a menos de que… rompa alguna regla o me detengan de algún intento de escape. Yo… inventé la historia del dragón… ─bufó ─. Tal vez las diosas anularon mis poderes, para salvarme de la situación en la que estaba, o… porque ellos tienen razón y soy un egoísta, y ya no me quieren. Todo este tiempo solo he buscado formas para irme, sin importarme lo que les pase al resto de los habitantes de aquí ─se tiró al suelo en pose de derrota. <<Mmmn… creo que no los culpo por odiarme tanto, hasta yo me doy asco en estos momentos>>.
─Seguro ellos también quieren salir de Minawoods.
─ ¿Cómo se supone que pueda ganarle a los soldados?… ellos tienen poderes y yo no… ¡AH! ─se quedó estupefacto.
─ ¡Oh por todas las diosas kivet! ─jalaba con ambas manos su cabello ─. ¡NO!… no, no no… ¡Me he convertido en uno de ellos! ya hablo con las mismas palabras y la misma ¡actitud perdedora!… diaagh ─se dejó caer deprimido sobre la arena ─. Ahora si ya… trágame tierra… llévame universo…
Disculpen al adolescente melodramático. Luego de unos minutos de lamentos, inhaló profundamente… exhaló y con fuerza golpeó sus mejillas.
─ ¡Suficiente! yo no soy como ellos. ¡Yo soy Raidha Lundberg! príncipe de Iskyla, un gran caravanero con experiencia y voy a liberar este pueblo de las entrañas del imperio ─ahora su postura era triunfante.
<< ¿Eso sonó muy arrogante?… Ugh, mejor no me contesten>>.
Borró sus garabatos de la arena y se marchó a casa.
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