2008
Emerald tenía todavía los dedos cruzados cuando Peter la dejó a un par de calles del Hyde Park y le dijo que la encontraría ahí en tres horas, antes de apretar el acelerador de un auto y regresar a los Laboratorios.
Lo observó alejarse. Se preguntó si sería la última vez que lo vería en un tiempo.
Cuando el auto se perdió entre el tráfico, Emerald miró el cielo. Estaba nublado, pero fragmentos de un cielo turquesa se veían entre las nubes y algunos rayos de sol encontraban la forma de iluminar la vereda. Respiró hondo y sujetando con fuerza la tira de su mochila, se dirigió al parque.
Siempre había traído con ella una mochila o una cartera, pero las veces anteriores las llenaba con botellas de agua, pañuelos, un libro. Esta vez había metido ropa y las pastillas que Peter le había recetado para dormir. Aparte de eso, no tenía nada que fuera suyo. Todo se había perdido en el incendio o con el tiempo.
Distraída, ni siquiera se dio cuenta del momento en el que entró al Hyde Park, y de memoria se dirigió al lugar en el que había estado sentada dos días atrás. Al ser el día más lindo, había más familias y adolescentes vestidos con uniformes caminando por los caminos del parque. Los adolescentes riéndose y sacándose fotos despertaron en Emerald una sensación que le quemaba el estómago, y que ella reconocía que eran celos. Nunca tendría ese tipo de vida, nunca fue una opción para ella.
Miró al frente, y descubrió que Duncan y Kyleigh ya la estaban esperando en el banco, sentados uno al lado del otro. Hablaban entre ellos, la vista en algún punto lejano. Emerald no llegaba a escuchar su conversación, pero a juzgar por los ceños fruncidos, era algo serio.
Supuso que ellos tampoco habían tenido ese tipo de vida. El gesto en sus rostros solía estar en adultos mayores, no en adolescentes que apenas y estaban entrando a la adultez.
Entonces, Kyleigh miró hacia el costado y la vio a Emerald, y el ceño fruncido se disolvió para dejar lugar a una sonrisa tímida. La chica le hizo un gesto para que se apurara, pero Emerald siguió con su paso lento y tranquilo. No tenía idea de en qué se estaba metiendo exactamente, y quería aprovechar estos últimos momentos antes de pasar al siguiente capítulo de su vida.
Cuando los White se habían acercado la otra tarde, ella solo sabía una sola cosa sobre lo que hacían: reclutar chicos entrenados por los Laboratorios, de una forma u otra. Y los grupos como el de ellos tenían todos la misma peculiaridad, que de una forma u otra, alguien terminaba lastimado.
Eso siempre le había dicho Peter, y agregaba que si ella llegaba a irse con alguno de esos grupos, lo más probable era que terminara como sus padres.
Pero Emerald no quería seguir lastimando a personas o a la Tierra porque se lo demandaban. Eso no haría más que llevarla por un camino del que no estaba segura de poder regresar.
—Hey— la saludó Kyleigh, arrodillándose sobre el banco. Emerald se imaginó que no debía de estar cómoda, porque esa chica debía de tener las piernas más largas que había visto alguna vez. Pero si lo estaba, no lo dejó ver—. Supongo que Duncan ganó la apuesta.
Emerald levantó una ceja.
—Kyleigh apostó que no aparecerías. Yo aposté lo contrario. —Duncan le dio una palmada en el hombro a su hermana. —Me debés veinte dólares, Lie.
Emerald ladeó la cabeza y le dio vueltas al apodo. Lie. Mentira.
—Pero lo que es más importante— continuó Kyleigh, ignorando a su hermano—. ¿Qué decidiste?
Y ante esa pregunta, la mirada de los dos se congeló en Emerald y esperaron su respuesta.
—Espero que la ropa que traje me alcance— dijo, y se encogió de hombros.
La sonrisa de la chica se extendió, hasta hacerse contagiosa. Kyleigh saltó fuera del banco y aplaudió mientras daba saltitos en el lugar.
—Tenemos que avisarle al resto. ¡Ahora van a ver que podemos hacer esto! — gritó, y una pareja que pasaba con un carrito de bebé se giró para dirigirle una mirada asesina, a la vez que se aseguraban que el bebé siguiera dormido. Kyleigh no pareció darse cuenta de eso, pero Duncan sí y le pidió que bajara el volumen.
—Ahora tenemos que irnos de acá, antes de que alguien llegue a buscarte— agregó él, dirigiéndose a Emerald—. ¿Tienes un rastreador?
Aunque les gustaría hacer lo contrario, Emerald asintió con la cabeza y se señaló la nuca, donde había un bulto mínimo que pertenecía al rastreador que le habían puesto muchos años atrás, cuando había quedado en manos de los Laboratorios. Cuidaban a sus mercancías como nadie.
—Tenemos que sacártelo— dijo Duncan, y algo en su tono hizo que Emerald se pusiera atenta. Miedo. Duncan estaba asustado. ¿Porque podían encontrarlos o por algo más? Ahora era ella la que tenía miedo de preguntar.
—Entonces, háganlo. —Se movió en el lugar, y miró sobre su hombro al espacio que los rodeaba. —En lo posible, no acá.
Eso sacó una risita nerviosa de Kyleigh.
—No, acá no— coincidió Duncan, y al fin se levantó del banco, sacudiéndose los pantalones de semillas que habían caído de un árbol cercano. Cuando volvió a hablar, se dirigía a Emerald y a Kyleigh, pero tenía los ojos fijos en la primera—. Vamos, tenemos que caminar bastante y no quiero que pase nada.
***
Ese día fue el único en el que Emerald sintió miedo. Primero, por el no saber lo que pasaría al minuto siguiente. No sabía qué le pasaría a ella en las horas siguientes. No sabía qué les pasaría a los hermanos White si los Laboratorios llegaban a encontrarlos. Sin duda, no quería saber qué le pasaría a ella si ocurría eso último.
Por unos instantes, pensó que realmente estaba loca. Estaba sola con dos desconocidos que se apellidaban White, que decían que la podían ayudar y no parecían ser peligrosos en contra de todas las advertencia que había estado recibiendo en los últimos años. Pero, ¿qué iba a saber ella? No sabía lo que era el peligro, no realmente, y ya era demasiado tarde para darse la vuelta y regresar. Su consuelo era que no tenía nada que perder más que su vida, y lo haría de todas formas si los Laboratorios descubrían su desliz.
Desliz. ¿Era esto un desliz, o una resistencia?
En los próximos meses, descubriría que era libertad.
En segundo lugar, sintió miedo al ver hacia donde la estaban llevando los hermanos White, después de caminar media hora. Frente a ellos, se levantaba un hotel de cuatro pisos que probablemente en algún momento había sido pintoresco, pero que ahora se estaba cayendo abajo. Tenía ventanas rotas, las paredes exteriores eran de ladrillo, aunque había algunas partes en las que era de cemento y otras en las que no había nada más que un agujero. Las paredes del primer piso estaban pintadas con grafitis, y la puerta principal, en vez de ser una puerta, eran rejas que chirriaban al abrirse y cerrarse. Había un fluir constante de personas, y cuando Emerald notó eso se preguntó si era correcto considerar a eso un hotel. A juzgar por el cartel torcido sobre la puerta, en el que se leía Port Hotel con luces de neón, lo era.
Descubriría, en no mucho tiempo, que ese hotel era el único lugar relativamente seguro que los hermanos habían encontrado, y era el último lugar en el que alguien los buscaría. Era el lugar perfecto para ocultarlos a los tres y no levantar las sospechas de nadie, porque los adultos que iban y venían del edificio no estaban ahí para ser niñeras o policías.
El interior del hotel no estaba mucho mejor que el exterior. Los tapetes de las paredes estaban desgarrados, tablas del piso estaban salidas y en todos los rincones se podía oler el mismo aroma dulce y quemado. También había música a todo volumen, pero Emerald la agradecía. Tapaba otra clase de sonidos.
Los White habían alquilado una habitación en el cuarto piso, aunque más que una habitación era un departamento de dos ambientes con cocina incorporada. Al lado de la entrada, estaba la puerta del baño, y cuando se asomó se sorprendió al ver que estaba no solo limpio, sino que también en mejor estado de lo que estaba el resto del edificio.
—¿Cuánto tiempo hace que están acá?— le preguntó cuando Kyleigh puso el cerrojo a la puerta y Emerald se encontró cómoda como para hablar.
—Tres días— respondió la chica, empezándose a sacar los abrigos. Duncan la imitó, pero Emerald no lo hizo hasta que sus manos empezaron a traspirar en sus bolsillos. Se sacó el saco, y quedó frente a ellos en nada más que una camisa negra, unos jeans azules y botas de lluvia.
Se quedaron unos minutos en silencio. Emerald observaba a los hermanos, y ellos la observaban a ella. No era muy incómodo, sino más bien un análisis de la situación. La primera parte de la adaptación.
—¿En serio lo pueden sacar?— preguntó Emerald al fin. En ese momento, no se le ocurría ninguna otra pregunta.
Había vivido cinco años con el chip en su nuca, y nunca había pensado que alguien se ofrecería a sacarlo. Ella sola no podía hacerlo, no solo porque no tenía las herramientas, sino porque era algo arriesgado. Los Laboratorios se habían asegurado de que lo fueran.
Un corte en el lugar equivocado, y Emerald podía desangrarse, o eso le había dicho Peter.
—Sí. —Kyleigh señaló uno de los dos sofás de la sala, que Emerald supuso que hacían a su vez de cama, aunque no estuvieran en buen estado y era mejor no imaginarse sus usos pasados. El que Kyleigh estaba señalando tenía unas rasgadura a lo largo, y Emeral tardó en entender que le estaba indicando que se sentara. —Pero va a doler. Mucho.
Emerald se llevó una mano a la nuca y se masajeó la zona. Sintió cómo el chip se movía bajo su piel. No estaba muy adentro como para volverse inaccesible, pero tampoco estaba cerca de la superficie.
—Me imagino. —Se limitó de agregar que iba a ser un dolor necesario y hasta bienvenido. Había querido sacarlo desde el momento en el que se lo pusieron. Y ahora que podía... Respiró profundo. —Sáquenlo— susurró, y se sentó en el sofá.
Sin decir nada más, Duncan fue a la cocina y apareció unos minutos después con una bolsa de hielo y un plato de metal, en el cual había apoyadas varias herramientas quirúrgicas. Emerald solo reconoció el bisturí y un par de pinzas, y trató de ignorar el hecho de que estaban ahí porque los usarían en ella.
—Vas a tener que acostarte boca abajo— dijo Kyleigh, arrodillándose en el piso en la punta del sofá—. Va a ser más fácil llegar al rastreador.
Emerald lo hizo, usando sus brazos como almohadas y con los ojos celestes de Kyleigh como un ancla a solo un par de centímetros. Sin siquiera moverse, esperó a que pasara algo, pero el tiempo se había detenido. Emerald se concentró en su respiración, y poco a poco la invadió un sopor, que se desvaneció cuando Kyleigh admitió que no tenían anestesia, sino que hielo. En la voz de la chica había una disculpa, y Emerald quiso decirle que no le importaba, que muchas cosas en su vida habían sido sin anestesia, habían sido cachetazos de lo que no había podido defenderse. Lo que estaba por ocurrir, aunque sería doloroso, era algo que podría aguantar y lo haría sin quejarse, porque era algo que quería.
Aunque si era sincera, lo que más quería era dejar de ser un títere, un peón en el juego de otra persona.
Iba a ser libre. Iba a poder reír, gritar y correr con los brazos abiertos sin que alguien le respirara al oído o le diera órdenes o la encerrara en un cuarto porque no había cumplido unas expectativas estúpidas.
Duncan se arrodilló al lado de su hermana y apoyó la bolsa de hielo en el cuello de Emerald, provocando que un escalofrío se extendiera por todo su cuerpo. La Tierra, pisos abajo, estaba susurrando una canción tranquilizadora, aunque en ese momento Emerald encontró su lugar seguro en la mirada de Duncan. A diferencia de la de su hermana, era más cálida. Quizás su piel dorada y su cabello oscuro le daban esa sensación.
—Voy a sacarlo ahora— dijo Duncan con suavidad—. Vas a perder el conocimiento, pero cuando vuelvas podemos hablar. Sin la urgencia de que alguien nos encuentre, quiero decir.
Emerald parpadeó despacio, la única muestra de que coincidía con él.
—No quiero que los lastimen por mi culpa— susurró luego, y su voz sonó como si tuviera cinco años de nuevo, inocente y llena de terror.
—Y no vas a hacerlo. —Kyleigh le corrió el pelo a Emerald para que Duncan pudiera empezar a trabajar, y le acarició la nuca de forma reconfortante. A Emerald le recordó a su madre, a todas las veces que le acarició el pelo para que se quedara dormida. —Decinos cuando estés preparada— agregó la chica, y Emerald respiró profundo.
—Ahora— dijo en un hilo de voz, y cerró los ojos.
—Perdón— susurró Duncan, y segundos después sintió que algo frío, más frío que el hielo, se apoyaba sobre su nuca, justo sobre el lugar abultado, y cortaba la zona. El dolor no tardó en llegar, acompañado por la sangre que se deslizó por su cuello y llenó la habitación con su aroma metálico.
Y entonces, sintió un tirón en el cuello y en cada rincón de su cuerpo, mente y todo de lo que era, y como una oleada llegó a ella un dolor agudo, infinito e insoportable. Empezó a gritar y sintió tela en la boca. La mordió y la sangre aumentó en cantidad a la vez que una punzada empezó a su cuello.
Sintió que algo se partía en dos. Dos fragmentos de un cable.
Como si ese chip hubiera sido parte de ella, el dolor se volvió inhumano y Emerald se encontró con que no podía gritar, ni llorar, ni escuchar. Ya no soportaba oler ni sentir ni tocar y dejó que su cuerpo cediera al dolor. Su mente ya estaba sumida en la oscuridad para cuando el frío congeló los restos de la agonía.
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