Las tropas lo esperaban. A diferencia del ejército rival, las tropas de Renseth no eran tan numerosas. Debían contar con cincuenta hombres, como mucho, siendo la gran mayoría de ellos hombres de cuarenta y cinco o cincuenta años de edad.
Cuando Renseth apareció, todos lo saludaron a lo que el joven príncipe sonrió y les dijo
- ¡Mis compañeros de armas!, ¡les prometo una victoria rápida y eficaz contra esos idiotas que adoran al enemigo de nuestro gran Dios Set!
- ¡Larga vida al príncipe Renseth!, ¡futuro faraón de Egipto!- gritaron todos sus hombres alabándolo.
Con una sonrisa de satisfacción, el joven príncipe, se dirigió a la carroza y emprendió la marcha hacia el objetivo principal: los adoradores de Horus.
Las puertas de la ciudad de Set Ren’Thar se abrieron dejando salir al destartalado ejercito de Renseth. Los caballos comenzaron a crear una nube de polvo al tener contacto con la caliente arena del desierto. Los cuervos graznaron a la vez que las hienas, a la distancia, iniciaron una risa aterradora, serpientes y escorpiones salieron de sus refugios, en los montículos de arena, para ver a la distancia como los soldados de Renseth se alejaban en el horizonte perdiéndose en una nube de polvo para no ser vistos nuevamente hasta un tiempo después.
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