Con la terrible noticia de que Alexander Camilleri visitaría Minawoods en algún momento, le costaba conciliar el sueño a nuestro joven protagonista. El enemigo estaba habituado a la voz y el rostro del príncipe, había altas probabilidades de ser descubierto al instante.
Volviendo a la rutina, por las noches Raen regresaba a la posada después de su larga jornada en las minas. Ingrid junto con Viktor solían esperarle para cenar, después de eso limpiaban el mesón y preparaban todo para el siguiente día.
─Don Vik, Inyi… me preguntaba si… ¿me podrían ayudar en algo?
─Mmmn, ya te habías tardado en volver a intentar alguna locura ─dijeron ambos.
─ ¡¿Eh?! ¿Por qué creen que planeo algo? ─se aguantaba la risa.
─ ¿Qué estás tramando ahora Raen? ─preguntó Viktor.
─Bueno… Ahora que lo menciona, aún no estoy seguro del cómo lo haré… pero será algo grande. Voy a liberar a Minawoods del imperio.
─ ¡¿Qué?! ─dijo Ingrid ─. Ay Raen.
─Es decir que… como no pudiste fugarte “pacíficamente”, ¿ahora pelearás contra los soldados para huir? tienes una gran imaginación ─el hombre habló.
La chica y su tío se dirigían a sus respectivas habitaciones para descansar.
<< ¡Ay no! hasta ellos ya se ven hartos de mis ideas, no me están tomando en serio>> ─. ¡Esperen!… Es cierto que al principio solo pensaba en abandonar este pueblo, sin embargo… Ya no quiero huir. Quiero salvarlos a todos ustedes, regresarles su libertad. Merecen poder volver a hacer lo que quieran y no lo que les ordenen; vivir sin miedo una vez más… ─los otros dos se detuvieron y miraron al chico ─. Si somos honestos, ese es mi verdadero trabajo, como miembro de la Orden de las Caravanas. Mi mente estaba nublada por todo lo que me ha pasado en estos últimos meses, pero… ya tengo claro lo que debo hacer y para eso… necesito su ayuda; no puedo llevarlo a cabo todo por mi cuenta, sin que ellos se den cuenta.
─ ¿Qué deseas que hagamos? ─preguntó Viktor, Raen sonrió ─. No te emociones aún, depende de lo que digas para decidir si te ayudaremos.
─Quiero que sean mis espías.
─Oh, ¿A quién hay que espiar? ─hablo intrigada la chica, mientras que su tío miraba a ambos aún sin aprobación.
─A los soldados que vengan como pacientes.
─Olvídalo.
─No… Don Viktor, por favor. No tienen que actuar de manera diferente, cuando se dé la conversación, averigüen la razón por la que se unieron al imperio, y el tipo de kivet que pueden usar.
─ ¡¿De todos los soldados?! ─Ingrid estaba teniendo segundos pensamientos acerca de lo que le pedían.
─De preferencia, o de la mayoría está bien. Y… lo más importante, saber cuándo volverá Alexander.
─Raen…
─ ¿Alexander?… No es él… ¡¿El centinela, estás loco?!
─No tienen que preguntar, solo escuchar. Ellos hablan entre sí todo el tiempo en lo que son atendidos, seguro les deben avisar con anterioridad; para tener presentable el pueblo o algo por el estilo.
─Es verdad, eso pasa unos días antes, de que venga el lunático.
─ ¿Por qué quieres saber sus motivos? ─preguntaba el señor.
─Creo que ustedes también lo han notado. Varios de los soldados actúan de manera muy diferente cuando están aquí, en las minas o en pueblo, como el día en la playa, los sujetos eran amables con nosotros.
─Raen… estaban borrachos en un día de descanso.
─Ok, mal ejemplo, pero el punto es que… no creo que todos los soldados del imperio quieran serlo.
─ ¿Quieres decir que son forzados a ser malos? ─habló Ingrid.
─Puede ser, eso es lo que ustedes van a averiguar ─sonrió.
Don Viktor dio un gran suspiro ─. Está bien, lo intentaremos.
─Intentar es perfecto, muchas gracias a los dos; buenas noches.
•◊◊◊•
Unos días más tarde, en las minas. Los obreros eran obligados a hacer rotaciones entre ellos, había una distribución en la mañana y otra después del almuerzo; en todo momento eran vigilados por soldados, previniendo que no se robaran alguna kivet o las herramientas que utilizaban durante sus jornadas. Esta vez a Rozen y Raen les tocó trabajar juntos.
─… y así fue como Leo se unió a las calaveras estridentes.
─Pff, jajaja ¿a quién se les ocurrió ese ridículo nombre? cada que lo escucho no puedo evitar reír, fuiste tú ¿cierto?
─ ¿Yoooo? Hmph, nop, fue una decisión entre todos ─ se miraron entre ellos y soltaron carcajadas.
─ ¡Hey! más trabajo y menos tonterías.
─ ¡Sí señor! ─contestaron al unísono.
─Raen, sabes que no tienes que vivir con Don Vik e Ingrid, ¿verdad?
─ ¿Eh? ¿A qué viene eso? Me agrada vivir con ellos.
─Lo sé. Solo digo, Don Vik ya está viejo e Inyi es una chica, ellos tienen sus habitaciones abajo. A ti, te mandaron a la última alcoba del segundo piso.
─ ¿Y eso es malo?
─Amigo, te estoy invitando a vivir con las Calaveras. Tú sabes, con puros chicos, nosotros nos cuidamos las espaldas los unos a los otros ─Raen no sabía que decir ─. Mnnn… “Sí, gracias amigui, me mudo hoy mismo”.
─Emm… aprecio tu invitación, pero es muy repentino; déjame pensarlo ¿Sí? <<Lo siento Rozen, no puedo hacerlo. Sé que tú podrías guardar el secreto de quien soy, pero… los otros niños podrían revelar accidentalmente mi identidad, no me puedo arriesgar aún>>.
Después del almuerzo la rotación se llevó a cabo y ya no se volvieron a ver hasta el final del turno. Normalmente los miembros de… las… Calaveras estridentes, Raen y Jethro, se esperaban mutuamente una vez que eran checados en los portones enrejados de las minas. Sus casas quedaban cerca, así que regresaban juntos a casa.
─ ¿Dónde está Rozen? ─preguntaba Leo.
─No lo sé, yo no lo he visto desde la mañana ─hablaba Isaac.
─Yo tampoco ─dijo Jethro.
─Yo solo estuve con él en la rotación matutina.
Esperaron, esperaron y esperaron un poco más, pero su líder no daba señales. Las minas ya estaban casi vacías, preguntaron a los guardias y a todo el que iba saliendo por su paradero; pero lo desconocían.
─Chicos, no me gusta esto ─dijo Isaac.
─A mí tampoco, ¿qué tal si le pasó algo y los guardias no nos dicen? ─añadió Leo.
─Tal vez le pasó algo y lo llevaron con Don Vik ─dijo Jethro.
Los muchachos se apresuraron hacia la posada. Al llegar con el sanador, descubrieron que tampoco habían visto al muchacho. Las pequeñas Calaveritas se encontraban ahí, asustadas porque no llegaban los mayores y ya era tarde. Rozen, Isaac y Leo, eran los de edad más avanzada de la pandilla, que cabe mencionar ninguno superaban los 20 años. Los otros cinco niños, no trabajaban, eran unos escuincles de 10 o menos; ellos solían jugar en las calles y en ocasiones comían en la posada con Viktor y compañía.
─Regresaré a las minas, nadie lo vio salir, tiene que estar en algún lado ─dijo Raen.
─Yo voy contigo ─dijo Jethro.
Isaac y Leo también quisieron ir, pero las Calaveritas no los dejaron. Los otros chicos regresaron a las minas, averiguaron el lugar dónde le había tocado estar a su amigo en la segunda rotación del día. Cuando buscaron no se encontraba ahí. Se separaron para cubrir más áreas y encontrarlo más rápido. Raen miró a los alrededores, escuchó a unos soldados reír, se acercó a escondidas…
─ ¡Toma esto perdedor! ─cuatro guardias estaban golpeando a Rozen, él estaba en el suelo ensangrentado.
─ ¡¡Dejen de golpearlo, bastardos!! ─tomó unas rocas del suelo y se las lanzó.
─Uuuh, el Niño Dragón quiere seguir los pasos de su amiguito.
Inundado en ira Raen defendía a Rozen empujando lejos y deteniendo a los atacantes. Le superaban en número, pero les dio batalla, no quiso pelear al máximo, sus oponentes usarían sus poderes kivet y dejar en peores condiciones a su amigo. Tuvo que aguantar que le golpearan un poco también.
─ ¡No lo toques!, argh ¡suéltenme malditos! ─forcejeaba, tres de los guardias le sujetaban, mientras el otro seguía maltratando al chico en el suelo.
─Este perro es fuerte, no te resistas mocoso infeliz.
Jethro escuchó los gritos y no dudó en unirse a la pelea. Embistió al imperial que golpeaba a Rozen.
─ ¡SUFICIENTE! ─una nueva voz resonaba en el lugar.
─ ¡General Melchior! ─dijeron todos los soldados asustados al mismo tiempo. Soltaron a los chicos e hicieron un saludo militar.
El General Melchior, era el encargado de las minas: un hombre de avanzada edad, su cabello canoso le llegaba a los hombros, portaba su armadura kivet de veneno, a pesar de tener un cuerpo escuálido, este general era muy poderoso. Su aura era intimidante y era demasiado estricto. Estaba haciendo sus rondas finales del día, asegurándose de que ya no hubiera nadie en el lugar. Sin embargo, al encontrarse semejante escenario, un muchacho ensangrentado medio inconsciente en el suelo, un chico golpeado inmovilizado por tres de sus hombres y un cuarto agarrándose a puñetazos con otro de los obreros, le salían canas verdes.
─ ¿Qué clase de comportamiento es este en mis minas? ─los fulminaba con la vista, los soldados trataron de explicar ─. ¡Silencio!, todos ustedes saben perfectamente que está prohibido pelear aquí, en especial ustedes cuatro.
─General Melch…
─No me interesa ni me importan los problemas que tengan con estos niños, las reglas se cumplen y si no, se castiga.
Raen y Jethro trataban de no reírse por el regaño que recibían los agresores.
─Agredieron a tres personas, harán tres días de limpieza de estiércol en las caballerizas; y no los quiero ver en mis dominios hasta que este chico pueda regresar a hacer su trabajo.
─ ¡Sí señor!
─Una cosa más, vuelven a cometer este error y me aseguraré que terminen en la guillotina, o peor, intoxicaré sus cuerpos y haré que sus órganos se desintegren lentamente.
─ ¡Señor, sí señor!
El general hizo una seña para que se fueran los pálidos soldados.
<<Vaya, ni siquiera los miembros del imperio están a salvo de una muerte terrible por tontos errores>>.
Melchior se acercó a Rozen, le habían removido su pañuelo protector, la neblina de las minas se intensificaba en las noches, su cuerpo ya estaba envenenado. Con sus poderes kivet de veneno, el general removió toda la neblina que había inhalado el muchacho.
─Muchas gracias, General ─agradecían los chicos.
─No confundan las cosas, no lo hago por ustedes, estúpidos niños problemáticos. Si algo sale mal en mis minas, yo seré el responsable ante mis superiores y, por supuesto que no quiero eso. Ustedes también recibirán castigo, trabajarán en los muelles después de su turno en las minas por una semana.
Los muchachos no tuvieron opción más que aceptar el castigo, si se quejaban podrían agravar su sanción. Como pudieron, cargaron a su amigo hasta la entrada de las minas donde le detuvieron.
─Inspección de salida.
─ ¿De verdad creen que se está robando kivets? mírenlo, necesita ayu…
─Inspección de salida, a los tres.
Después de ser revisados, comprobando que ninguno de los tres robaba piedras; se dieron prisa para llegar con Viktor.
─Resiste, ya casi llegamos.
─Gra… Gracias, ch… os…
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