Calisa llevaba a Burka de la mano para mantenerlo tranquilo, le sonreía amablemente mientras lo envolvía en una cálida mirada. El pequeño clavaba sus grandes ojos grises en la mujer mientras inhalaba aquel extraño y agradable aroma que ella desprendía haciendo que su corazón se aquietara a pesar de todo lo nuevo.
Un estremecimiento lo atravesó haciendo que bajara la mirada. Sus ojitos se entrecerraron y la imagen de la loba negra aquella última vez se le encendió en el interior de su mente. Antes siempre la veía a lo lejos, ahora ya no la vería. No había rastro alguno de su olor, de ese que lo había atravesado en su abrazo final.
Aysen corría haciendo sonido de galope como si montara un caballo hasta que llegó a su silla ubicada en uno de los extremos de la larga mesa de roble color oscuro, en el otro extremo ya estaba dispuesto el lugar que ocuparía su madre y la derecha de este observó que otro plato esperaba ser servido. Sus ojos rodaron mientras observaba como Calisa ubicaba a Burka a su lado para compartir la cena de esa noche. Algo se apretujó en su corazón. Sin darse cuenta frunció su boquita en un puchero, pero la calidez de una caricia de Nilé le devolvió la sonrisa, algo forzada quizás. Respiró profundo el aroma del guiso que le era servido en el plato mientras observaba cada uno de los ingredientes colorear la cerámica.
Nilé sirvió los platos restantes y se mantuvo de pie al lado de la gran mesa por si surgía alguna necesidad de los comensales.
Aysen sin despegar los ojos del niño incorporó la primera cucharada. Mientras Burka observaba los elementos a su disposición para hacer lo mismo. Calisa, viéndolo dubitativo tomó una cuchara, la enterró en el guiso y luego la acercó a la boca del pequeño ofreciéndole el bocado.
Los ojitos grises saltaron de la cuchara al rostro de la mujer varias veces antes de acercarse y abrir la boca aceptándolo.
- ¡Pensé que iba a hacer un lío! – Comentó la pequeña – Que se iba a tirar devorándolo todo. Que decepción. – Siguió comiendo mientras mantenía su cabeza apoyada en su mano izquierda con desgano.
Entonces, frente a la mirada confundida de Burka que observó a la niña sin entender sus palabras, Calisa con una sonrisa le tradujo en su idioma el planteo de la pequeña.
Los ojos dorados de Aysen se abrieron mientras se arrodillaba en la silla como si de esa manera pudiera acercarse más a los otros dos.
Burka, mientras, frunció sus cejas como si algo de lo que escuchó le hubiera provocado molestia.
-¡¿Le hablaste en lobo?!
-Si bien puede entender algunas de nuestras palabras ellos tienen su propia lengua –dijo mientras acariciaba la cabeza del pequeño –Ya aprenderá la nuestra.
- ¡Yo quiero aprender lobo mamá!
- Lo harás, es parte de tu deber como Luna, a los lobos de la jauría se les habla en su lengua.
Aysen chasqueó la lengua molesta –Yo no voy a ser una Luna –Y llenó su boca con otra cucharada.
-El hombre enseñó –Hablo al fin Burka, mirando con cierto desdén a la niña.
Dos discos dorados lo traspasaron.
Los seis días de viaje que había compartido con el viejo panzón no habían sido días vacíos. El hombre se tomo seriamente su tarea, sabía que debía entregar al lobito en las mejores condiciones ya que ese era su trabajo, se encargaba de rastrear a la progenie de Delsha y entregarla al castillo de Ergón. Por lo que procuraba alimentarlos bien para que no hicieran una muestra lamentable una vez llegados al castillo.
Como era de esperarse, Burka acostumbraba a pelearse por la comida con sus hermanos en el criadero sabiendo que si no se apresuraban se quedarían sin, y las primeras veces que comió junto con el viejo tuvo el comportamiento salvaje de acelerarse y querer devorarlo todo.
Entre el disgusto y la pena el anciano, como pudo, le explicó que eso ya no sucedería, que no debía temer. Le esperaba una vida mejor que la que cualquier lobo podría imaginar. “No sé qué obsesión tiene la luna contigo”. Y cómo sabía que había algo especial detrás de ese negocio no vio mal aprovechar y enseñarle lo básico. Si bien el niño en un primer momento se mostró violento, el viejo tenía su experiencia en el tema y sabía cómo manejarlo y sabía que las bestias se calmaban teniendo asegurada la comida. Pero este lobito no sólo se calmó, para su sorpresa se mostraba curioso por cualquier cosa que a él se le ocurriera contar mientras no tenían más entretenimiento que una pequeña ventana en el carruaje y aunque no supiera expresarse en su idioma. Quizá la diferencia era que en esta ocasión, en lugar de traer al lobo en una jaula aparte, compartían el mismo espacio.
-Quizás todos ustedes son así – Reflexionó – Nah…no podrían haber sido doblegados.
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