>Yo
-La muerta
-¿Recordás por qué querías vivir en Argentina?
>Estos “recuerdos” me preocupan un poco.
-Y vuelve la burra al trigo… ¿Otra vez con eso? No lo vamos a discutir otra vez. Recordaste algo, escuché que repetías por qué América, pero no decís más que eso.
>Las consecuencias de meterte en mi mente.
-Digamos que no “me meto”, estoy. Es mi lugarcito en el mundo
>Los recuerdos de mí muerta. No sé bien cómo se diría. ¿La yo del pasado? ¿Los recuerdos de una de mis veces por la tierra? ¿Alucinaciones producto del exceso de chocolate?
-Lo del chocolate no está tan lejos. Pero me gusta más que le llames recuerdos y punto. Sin agregados, sin vueltas. Vos, vueltera, con más vueltas que los rulos de tu cabeza. Insisto, llamalo recuerdo. Cuando lo recordaste lo sentí como en carne propia.
>Todo caso será mi carne.
-Tu carne, como quieras. Pero, si te da miedo escribirlo no es un invento, ¿no te parece?
>Tengo capacidad para inventar cosas.
-Aletargada en el disco duro de tu computadora. Pero si fueran historias inventadas, ¿cómo es que son estas historias sólidas y perdurables? Pasa el tiempo y los detalles no cambian, las escenas no cambian, al contrario, se hace más claro y se concatenan entre sí. Y sobre todo, esa piel de pollo que te da cuando estas “historias” vienen a la mente. Ya dejá el rollo y contá por qué Argentina.
>En verdad era por qué América. Todos los viajeros, los cantores, los chismosos, todos ellos hablaban de América como la tierra de la aventura, del salvajismo, de animales y vegetación salvaje. Lo atrapante de cruzarse con los salvajes (los salvajes eran las comunidades originarias) explorando, quizás era meramente como narraban las historias, pero me fascinaba ese mundo.
Donde vivía en ese momento, todo era fácil. No lograba nada con mi propio esfuerzo, todo lo tenía literalmente servido en bandeja. Sumado, claro, a que una dama no debe andar entre las polvorientas carreteras de América.
-Siempre se quiere lo que no se tiene…
>Sí, era eso. Quería saber qué era trabajar, ponerse pantalones de cuero, ganarse algo con el propio sudor. No quería una vida fácil y aburrida. Deprimente. Ir a la estancia de campo no era lo mismo, ahí llegaba y mi caballo ya estaba preparado (cuando podía subirme). Quería aventura, enamorarme de algún americano, sucio, piojoso, gigante y piel roja. Cuando los describían con desprecio, para mí describían a dioses capaces de domar al mundo.
Una de esas veces que relataban sobre este fascinante mundo, mi madre vio mis ojos brillosos de asombro, y me dijo “Pecas de juventud”, como si fuese un pecado ir a esas tierras y fuese sólo un delirio de joven. Por alguna razón sé que después de esa vez, cada vez que hablaban de América, escuchaba con la vista en mis manos, o en el suelo. Si escapaba, mi padre me encontraría fácilmente. Era claro que no era una opción para mi vida, así que sería en la vida siguiente.
-Si tu padre viviera, imagino que se reiría del sarcasmo.
>Si, lo sé. De vuelta en el continente. Pero no me arrepiento de mi deseo cumplido, tanto del pasado de vivir en América como el presente de venir a vivir acá en Europa.
-Pero extrañás el mate.
> ¡Más extraño el asado!
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