>Yo
-La muerta
-¿Contás lo de tu padre?
>Cuento, pero aclaro que no es el actual, todavía no sé si lo conozco.
-No necesitaba explicaciones. Además como si tu padre actual fuera a leerlo…
>No te lo aclaro a vos, lo aclaro al resto.
-Como si tuviera que importarte lo que piense el resto. La gente estúpida, con explicaciones o no va a pensar lo que se le cante. Te preocupás demasiado.
>Lo sé.
No vivíamos en el campo en sí, pero se veía mucha pradera. Una mansión de campo, no sé con qué parte de Argentina puedo compararlo. Lo más parecido a ese recuerdo que vi en la vida fueron esas casonas abandonadas al lado de la ruta camino a Trieste. Claro está, la de mi recuerdo no estaba abandonada.
Mi padre viajaba, lo veía muy poco. Ya hablé de esto, el disparador del recuerdo entero, las nubes color plata. Y de hecho, es un recuerdo lindo: estar sentada en su regazo, él en una silla de madera en la colina cercana a la casa, ambos viendo las nubes plateadas. El truco era que el sol remarcaba los bordes, y se veían como si fueran de plata. Incluso las comparaba con un adorno que tenía en mi vestido de fiesta.
Ese día me sentía un poco grande para estar sentada como solía en el regazo de mi padre, pero él me insistía que era su chiquilla adorada y que para él no crecía, a pesar que ya podía acomodarle el moño o lazo de su vestidura. Un lazo que era como un moño caído rojo teja, un poco gastado y apestado de olor a transpiración.
Desconozco mi edad al momento del recuerdo, o si tenía hermanos. Teníamos criadas, creo que eran, como decía mi madre, sólo dos. Una nunca salía de la cocina ni me permitía entrar en ella. Era grandota y temeraria: -“No quiero cargar con tu pellejo” o algo así me decía.
Obviamente estas nubes tan lindas traían fresco, por lo que mi padre me cargó en sus brazos para llevarme a la casa. Ese día me sorprendió la fuerza que tenía y lo incapaz que era yo de “ganarle en fuerza”. Mi madre había ido al pueblo y mi padre se iría al otro día por la mañana, me lo había dicho él mismo mientras me dejaba en mi cama. Me molestó que se desarmara el lazo, le había hecho un nudo muy bonito. Se lo dije, y sólo me hizo su típica media sonrisa mientras se desabrochaba los puños de la camisa. Se puso encima de mí y no hubo mucho que pudiera hacer. Tenía mucho mal aliento y la barba pinchaba mucho.
-Ok, ahora entiendo por qué no querías escribir sobre eso.
>Si lo pongo en términos de vida pasada, siempre quise recordar qué fue lo que pasó antes de mí en el “ahora” y sabía que iba a haber recuerdos buenos como malos, sino no tendría mucho sentido la reencarnación en sí.
-Pero en alguna ocasión me dijiste que de chica querías acceder a estos recuerdos, y que en su momento, pensaste que yo era uno de ellos. Te tomaste tu tiempo.
>Capaz que mi mente inconsciente los recordaba, y al saber que había cosas crudas las hizo esperar hasta que esté mentalmente preparada para que no me afecte.
-¿Decís que una cosa como la que estás contando no te afecta?
>No no, claro que me afecta, sino no hubiera dado tantas vueltas para escribirlo. Lo que planteo es que puedo tener otro entendimiento de la situación. Si bien fue de lo peor, puedo razonar con la cabeza en otro punto, el recuerdo tiene que razonarse, no generar todavía más karma queriendo ir a matar a cada miembro del recuerdo. No sé si me explico bien.
-No sé si te entiendo, me decís que no saldrías a vengarte, ¿es eso?
>Si, algo así.
-Pero dijiste que no sabés si conocés en esta vida a esas personas.
>Lo dije y es cierto. Pero es cuestión de tiempo en este punto.
-¿Qué punto? Ay la puta madre ¡dejá algo claro!
>Digo, que llegado el punto de recordar cosas de vidas pasadas, ya no queda más sino que seguir recordando cosas.
-Aaah! Aclará mejor lo que escribís por favor. ¿Pero entonces hay más?
>Hay más: “-Tu padre te ama” dijo, o algo similar, mientras ya casi se había vestido, reabotonándose los puños. Me dolía todo el cuerpo, me costaba moverme, tampoco quería hacerlo. No bajé a cenar ese día.
A la mañana siguiente mi madre me obligó a levantarme para desayunar y despedir a mi padre. No podía levantar la cara de mi taza de té. No dije nada en todo el desayuno, hasta que nos levantamos de la mesa y mi madre me preguntó en tono de reproche si no le desearía buen viaje a mi padre. Le dije el “buen viaje”, él sonrió de costado como solía hacer y puso su mano pesadísima sobre mi cabeza.
No sé cuánto tiempo habrá pasado, en una de sus vueltas a casa, un campesino vino a pelear con mi padre porque se había propasado con su hija. Cuando el campesino le gritó sus verdades, inconscientemente dije que había pasado lo mismo conmigo. El campesino se calló y me miró sorprendido, como si viese una aparición. Mi madre me abofeteó con fuerza, mi padre sólo guardaba silencio con cara altanera. Mi madre me arrastró del brazo a la cocina y allí me dio una segunda bofeteada. En ese momento supe que mi madre sabía, que todos sabían, pero mi padre arreglaba todo con dinero. Ese día quedé castigada lavando trastos, con la amenaza de mi madre que si volvía a repetirlo me cortaría ella misma la lengua. Con la mente aturdida sólo me limité a obedecer. La cocinera ese día no me echó, sólo me acompañó en silencio. Ella sabía que ninguna de las dos podía cambiar algo.
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