Las visiones vinieron nuevamente a su cabeza. Mirder sobrevoló por los cielos buscando como probar aquel llamado Caos, buscó por todos los cielos, que podía haber en la creación, un modo. Algo que pudiese servirle para enfrentar el orden establecido por aquella presencia blanca. Veía las arenas de una hermosa tierra virgen, sin explorar, usando sus poderes divinos, otorgados desde el día de su creación, Mirder construyó una ciudadela de gran belleza; pero anárquica estructura a la cual llamo Katar, que en idioma primigenio significaba “tierra del rebelde”.
Se asentó en Katar convirtiéndose en su amo y señor. Sacando por la boca varios huevos enormes que eclosionarían en otros Cuervos que le seguirían hasta el final de los días. Su reinado fue caótico, sin sentido y divertido para él. Queriendo expandir su reinado, exploró las fronteras de dicho desierto. Durante dicha exploración vio nuevas especies que no existían en el Zuruthan, respondían bajo el nombre de Lashyrt. Seres soberbios, de gran poder y majestuosidad, cuyos reinos eran igual de esplendorosos que Katar. Sin embargo su soberbia sociedad terminó tan abruptamente por algo que cayó del cielo. Era una roca gigante. Mirder la había invocado para ver como el Caos tomaba control de dicha civilización. Vio muerte, vio desesperación, vio la anarquía y le gustó.
Sin embargo el orden siempre aparecía bajo la forma de vida. No importaba cuanto se esforzara en envenenar el agua, cubrir el cielo con una nube gigante que opacaba el sol y matar la tierra. La vida renacía de donde menos lo podía esperar solo para retomar aquel orden que odiaba con todo su corazón. El sol resurgió cuando él creía que el planeta estaba muerto e infértil, con el sol vino también la vegetación la cual resurgió nuevamente y posteriormente el agua volvió a ser bebible, después… la vida. Furioso, Mirder se negaba a creer que todo su pequeño reinado de caos estaba llegando a su fin cuando unas ratas miserables aparecían en grandes cantidades para poblar su mundo. Las ratas evolucionaron con el pasar de los siglos a criaturas más controlables para Mirder, más sumisas a su poder hasta que… vinieron ellos.
Los humanos que inspiraron a Mirder a cometer rebeldía empezaron a aparecer de la nada y poblar el mundo. Sintiéndose vencido, Mirder continuó volando por el firmamento hasta llegar a otras tierras donde la historia parecía repetirse, algunas con notables variaciones; pero los resultados eran similares. La humanidad dominaba la gran mayoría de las tierras, de las naciones y de los planetas que él visitaba.
El orden no podía ser destruido, era eterno. Molesto ante tal revelación Mirder pensó en que si el orden era eterno, entonces él también lo seria, el orden nunca podría existir sin el caos a su lado. El orden de antaño impuesto por aquel color blanco que no permitía otra alternativa no existiría… nunca más.
Los graznidos lo despertaron, aquel Cuervo estaba delante de él mirándolo con una expresión de intriga, ¿Qué haría a continuación?
No lo sabía.
¿Volvería a casa?
Posiblemente no. Aunque Renseth resulto ganador de aquella batalla, gran parte de su ejército murió, por lo que sería el equivalente a volver a su reino con el rabo sobre las piernas. Debía buscar aliados, personas que pudiesen obedecerlo y pelear por él para que al retornar a casa fuese coronado como Faraón por su padre. Él no quería ganar solo una batalla estúpida sino ganar la guerra y, para hacerlo, entonces el único modo era encontrar adeptos, creyentes a su causa que darían su vida por él. Lo mejor era que le dieran por muerto o desaparecido hasta que pudiese ganar aquella batalla.
Sonriendo Renseth le dijo a su amigo cuervo
- Creo que vamos a dar un paseo por todo nuestro futuro reino amigo- rió Renseth
El Cuervo dio un graznido de aceptación a lo que Renseth continúo hablando.
- No puedo ir por los reinos enemigos diciéndole a todos que soy el príncipe, lo mejor será que los adoradores de Horus crean que he muerto y que nadie sepa quién soy mientras paseo por sus tierras, sería muy imprudente el ir sin un nombre falso o un alias no creen
La Hiena dio una risa en respuesta y las serpientes sisearon a favor de su punto de vista. Sonriendo, Renseth se desnudó.
Quitándose su ropa de príncipe, se dirigió a donde estaba uno de los soldados muertos, el cual tenía su rostro irreconocible por el ataque de los chacales, Renseth cambio las ropas del soldado muerto por las suyas. Sujetando el cadáver lo puso en donde iban a sacrificarlo. Una vez que estaba desnudo, se adentró en las tiendas para buscar ropa civil, durante su búsqueda encontró, en el cofre del sacerdote de Horus, una túnica negra que posiblemente usaba en funerales o algo similar.
Sin perder tiempo se puso dicha túnica que tenía una gran capucha, cubriéndose, con dicha capucha, el rostro Renseth continuó camino siendo seguido por sus amigos.
- De ahora en mas- les dijo Renseth con un tono amistoso- mi nombre no será Renseth, me llamare… Varlorg, un sacerdote proveniente de las tierras del norte, que responde al culto del dios… Mirder
Los cuervos graznaron, las hienas rieron, las serpientes sisearon y los coyotes aullaron en señal de aprobación. Con esa sonrisa tétrica Renseth, quien de ahora en más seria Varlorg el sacerdote oscuro del dios Mirder, ocultó su rostro en su capucha para retirarse de allí.
El peregrino de negro emprendió su viaje siendo acompañado por su séquito al principio y después continuó solo, perdiéndose su silueta en el frió y negro desierto cubierto por las estrellas y la luna roja como la sangre.
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