La mujer subió al barco y seguida de dos de los hombres que tenía a su servicio se dirigió a una de las habitaciones, luego de colocar a Miila sobre la cama acercó una silla para empezar a atenderla.
—Su ropa no está muy gastada— Dijo tomando la bufanda para quitársela, al tocarla su rostro no pudo ocultar una sensación de sorpresa, antes de que sus sirvientes lo notaran, terminó de quitarle la ropa y se la entregó a uno de ellos —Ve y lava esto, cuida de no dañar más esta tela —Refiriéndose a la enorme bufanda roja de Miila.
Al salir el hombre que llevaba la ropa de la niña, el hombre de cabello rojo entró sosteniendo a Aksa, ella seguía luchando con él como un pequeño gato tratando de arañarlo.
— ¡Ya no sé qué hacer con esta pequeña sabandija! — Gritó fastidiado —
—Sólo déjala aquí— Respondió la mujer sin quitar la atención de las heridas de Miila, que aunque eran leves, ella las atendía con especial cuidado.
El hombre sacudió el brazo para quitársela nuevamente y la tomó del cuello de su ropa para alzarla y entregársela al sirviente que estaba a un lado de la mujer. Haciendo sonidos de desaprobación se dio la vuelta y se fue.
Aksa se confundió por un momento, el cansancio y la adrenalina la habían cegado al punto de luchar sin darse cuenta de que ya no estaban en el bosque, asustada miró a su alrededor y al ubicar a Miila se soltó del sirviente acercándose de forma amenazante a la mujer que la atendía.
—Ya basta, niña— Le dijo ella sin voltear a verla, se alejó un poco de la cama para que Aksa pudiera ver a Miila recostada, algunas de sus heridas ya estaban incluso cubiertas por vendajes.
Aksa se tranquilizó de a poco, bajando su arma. Se notaba confundida y al mismo tiempo preocupada, con temor dio un par de pasos para tratar de acercarse.
—Sólo estabas protegiendo a esta niña ¿Verdad? —
Aksa asintió con la cabeza.
—Bueno, entonces ven aquí— Dijo la mujer dando palmadas a la orilla de la cama —Déjame curarte también—
La niña obedeció, por orden de la mujer, el sirviente le quitó la ropa y se la llevó, cerrando la puerta para dejarlas solas.
—No hay nada que temer— Insistió ella quitándole con cuidado la daga de la mano y colocándola a un lado de la cama —¿Cuál es tu nombre? —
—Aksa— Se limitó a responder.
—Bueno, Aksa, fuiste muy valiente al cuidar de esta niña— La miró con una sonrisa — ¿Cómo se llama ella? —
—Miila— Volvió a contestar.
Una vez que Aksa se tranquilizó, la mujer atendió sus heridas y las cubrió con una sábana blanca para dejarlas descansar.
Una vez que la mujer salió del camarote, su esposo la esperaba parado en la toldilla.
— ¿Por qué quieres quedarte con la pequeña? — Le preguntó frunciendo el ceño.
La mujer sonrió y se recargó para contemplar el mar —Esa niña parece débil y frágil físicamente, pero sentí una tremenda energía mágica en cuanto la vi — Dijo volteando a verlo con una expresión de ternura —Nosotros no pudimos tener hijos, perdóname Pabión, me sentí tan feliz de haber encontrado a una niña tan similar a mí, no podía dejarla morir—
Pabión se quedó mirándola, tomándola de la cintura le dio un beso.
—Entonces quizá su magia fue lo que me hizo encontrarla, entiendo lo que sientes al haber tan pocas personas como tú — Agregó él dándole un abrazo —Esta bien, linda, no me opondré a que te quedes con ella— Dijo haciendo una pausa — ¿Y qué haremos entonces con la otra? —
La mujer empezó a reír al ver los brazos de su esposo llenos de rasguños —Aksa es bastante fuerte para su tamaño ¿verdad? — Se separó para verlo de frente —Esa niña también es mía, parece estar muy apegada a la pequeña Miila—
— ¡Ah! ¿Ya les pusiste nombres? — Exclamó sonriendo.
—Capitán, el reino más cercano fue parcialmente destruido en un ataque— Los interrumpió uno de los navegantes —¿A dónde nos dirigiremos? —
Pabión regresó a su comportamiento rudo, avanzando con firmeza se dirigió a la proa
— ¡Kairos está destruido, no tenemos nada que hacer aquí, nos vamos!—
El centinela bajó de su posición, para hablar un poco con él. Los planes originales eran ir de reino en reino en busca de un contrato. Pero como si fuera cuestión de mala suerte, siempre que llegaban a uno, había sido atacado o no mostraba interés en realizar ningún acuerdo por sus servicios.
—Tal vez los dioses no quieren que consigamos un contrato, tal vez simplemente pertenecemos al mar y navegaremos sin rumbo el resto de nuestra vida— Exclamó con algo de frustración el centinela.
—Relájate, en esta playa obtuvimos bastantes provisiones, pieles, comida, incluso madera, no es como si todo hubiese sido trágico, además, Dana está contenta, si ella lo está, haber arribado aquí definitivamente valió la pena— Respondió el capitán — ¡Todos ustedes, bola de perros sarnosos! ¡Nos vamos al siguiente reino! — Gritó alzando su hacha con un brazo.
—Ruego a los dioses encontremos un hogar de planta—
Todos los tripulantes empezaron a preparar todo para elevar anclas, habían explorado lo suficiente y tenían comida para varios días, entre las rudas personas, un niño de cabello largo se abrió paso para llegar a donde estaba la esposa del capitán.
—¡Dana! ¡Dana! — Le gritó para llamar su atención.
—Hola, querido— Le saludó la mujer con una sonrisa en el rostro — ¿Qué sucede—
El niño se puso nervioso una vez que se colocó delante de ella, evitando mirarla a los ojos tartamudeó intentando formular una pregunta.
—D-Dana… L-los torpes marineros dicen que…—
—Sí, dime— Le insistió ella en un tono divertido, anticipando lo que el menor le iba a decir.
El niño, que parecía estar llevando una formación para seguir los pasos de los hombres que tripulaban la nave, contrastó su aspecto con la tierna actitud que estaba mostrando, avergonzado, su rostro se ruborizó casi combinando con el color rojo de su cabello.
—¡Los marineros dicen que trajiste a la niña que será mi esposa! — Gritó desesperado por sacar esa frase de su pecho.
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