La mañana había llegado y, después de un delicioso desayuno, Robert se dirigió a probar el coche; pero su jefe se dirigió a la cochera en el mismo momento en que él se sentaba en el asiento del conductor
- Buenos días señor- lo saludó Robert de forma jovial
- Buenos días Robert- le respondió su jefe con el mismo tono de alegría- dime ¿ya probaste el auto?
- No todavía señor- contestó Robert, nervioso, añadió con una sonrisa- estoy por probarlo
- ¡Entonces subiré contigo!- exclamó su jefe de forma alegre subiéndose al auto
- ¡Señor no sé si este auto podrá ser seguro! ¡primero deseo probarlo en solitario!- protestó Robert muy preocupado, tanto que le explicó el porqué de su preocupación- si algo llegase a pasarle, la Señorita Caroline Daisy no me lo perdonaría, si no hay riesgo alguno entonces podre llevarlo a donde quiera; pero déjeme probarlo en solitario por su seguridad por favor
- ¡Tonterías hombre!- rió su jefe, despreocupado por completo, usando nuevamente ese extraño tono pasivo, al punto de ser maternal antes que paternal, le explicó - estuve en muchos riesgos anteriormente donde mi vida e integridad fueron puestos a prueba, peligros inimaginables que pude superarlos, créeme cuando te digo que no me asustan las mejoras del estimado chofer de mi esposa a su auto, ahora probémoslo juntos
- Está bien señor- le contestó muy asustado Robert no solo por la prueba que harían sino por los dichos de su jefe, ¿Qué tipo de trabajos hizo en su juventud que le volvieron tan temerario e imprudente? No lo sabía; pero era mejor no desobedecerlo, aunque en su voz también había algo que inspiraba confianza, como si de un líder se tratara
- ¡Oye Compañero! ¡sube con nosotros!- lo llamó, el marido de la señorita Daisy, el perro saltó al asiento trasero de un solo movimiento, haciendo que aquel hombre riera de forma suave, como si fuese ¿una risa tierna?- ¡vamos a divertirnos!
- Sujétense bien- pidió Robert encendiendo el coche, rogando en su interior que este funcionara bien
El motor del auto ronroneaba perfectamente, Robert comenzó a conducirlo recuperando, en su interior, el peso de la responsabilidad de tener dos vidas a su cargo.
“¡Dios mío, no otra vez, por favor!” rogaba Robert en su cabeza, de forma cuata comenzó a conducir sacando del garaje el coche.
Las velocidades eran perfectas. Puso los seguros de inmediato y estos funcionaron, como todavía no amanecía del todo prendió las luces, las cuales iluminaron todo a su alrededor, su jefe reía como un niño en una tienda de juguetes; pero Robert, aun con sus nervios alterados, estaba a punto de reír como un niño en una tienda de juguetes en navidad.
Conducía a una perfecta velocidad; pero todavía faltaba trabajar en el tanque de gasolina, aun así era un hermoso avance en el coche. Robert pudo aliviarse a la vez que seguía riendo de forma inocente, su jefe se divertía mucho, pareciendo un niño disfrazado de adulto, viendo el paisaje y saludando a todos sus vecinos, los cuales estaban sorprendidos por el nuevo modelo de su coche.
“muy bien, vamos a conducir hasta que la gasolina se gaste por completo” pensó Robert con más confianza en su interior, con una sonrisa que transmitía esa sensación, apretó el acelerador para poder alcanzar la mayor velocidad posible.
Iban cerca de los 200 kilómetros por hora; pero para Robert era como si fuesen a veinte kilómetros
- ¡Eres un gran genio Robert!- reía su jefe con emoción viendo como el conducía, con verdadera maestría, aquel auto, usando un tono más agradable le dijo- tengo algo que mostrarte, mejor volvamos a la mansión antes de que nos multen
- Enseguida señor- le respondió riendo Robert
Dio un giro en U y el auto se pudo estabilizar, sin pensárselo dos veces, Robert encendió la ventilación haciendo del interior del coche una delicia debido a que podía generar un poco de calor por medio de la misma.
Ambos hombres se dirigieron a la mansión riendo como chiquillos.
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