LUCAS
Observé como Ana y Cole salían del vagón a toda velocidad. Quería estampar mi cabeza contra el asiento. ¿Quién me había enseñado a hablar? ¿Por qué siempre tenía que meter la pata? Recordé la cara que había puesto, la misma que había sido aquella tarde. Por alguna razón, sentía que ni por lejos sería la última vez que sería testigo de esa expresión. Tragué saliva, sintiéndome derrotado. Decidí ponerme de pie y salir del vagón antes de que las puertas se cerraran.
ANA
―Ya puedes soltarme, ¿sabes? Hemos salido de la estación y además, no es que quiera dejarte aquí sola ―decía Cole, mientras yo arrastraba su brazo. Lo miré de reojo y lo solté con un suspiro.
―Está bien ―murmuré.
Frunció el ceño y ladeó la cabeza.
―¿Qué diablos te ocurrió allí?
Sacudí la cabeza y no dije nada. No estaba de buen humor para responder. En vez de eso, le pregunté dónde quedaba la bendita fiesta y nos dirigimos hacía la dirección que marcaba su teléfono.
Había una leve brisa fresca pero nada que no pudiese soportar.
Con un poco de alcohol en mi sistema…, pensé y casi sonreí por el recuerdo de vodka en mi lengua.
―Oh ya sé cuál es esa mirada ―dijo Cole con diversión. Lo miré con una sonrisa―. Recuerda que me debes un shot de la otra noche.
Solté una carcajada.
―¿Sabes algo? ¿Por qué no? ―Me encogí de hombros.
Era viernes, ninguno de los dos trabajaría en la mañana, eramos jóvenes y la noche recién empezaba.
―¡Esa es mi chica! ―exclamó y a continuación me rodeó los hombros con un brazo y me atrajo hacía él―. La pasaremos genial, ya verás.
Recé para que así fuese.
Dos horas más tarde
La música retumbaba en mis oídos y podía jurar que sincronizaba con los latidos de mi corazón. Con un vaso de cerveza en mano, meneé las caderas hacia Cole, quien se encontraba fascinado con la canción que estaba sonando en aquel momento. Por arte de magia, el chico por el cual mi amigo se moría por ligar, había llegado a la fiesta hace unos minutos, y es por eso que nos encontrábamos en el medio de la sala con un montón de gente desconocida, todos bailando con los efectos del alcohol en la sangre. Le sonreí a Cole, quién no dejaba de lucirse y la verdad es que, le salía bastante bien.
Mi trabajo en aquella situación era mirar de reojo a… ¿Max?, quien se encontraba cerca de la cocina, sentado en un taburete y sin poder despejar la mirada de mi amigo. Mi pecho se llenó de orgullo por un instante y poco a poco fui alejándome de mi amigo.
Mi trabajo aquí ha terminado, pensé sin poder evitar echarme a reír. Me dirigí hacia el pasillo para estar un poco más tranquila y más lejos de la multitud. La última hora la habíamos pasado, básicamente, bailando. Y mis piernas sentían que se iban a partir en dos. Encontré una escalera y me dejé caer en los primeros peldaños. Con la sonrisa aún implantada en mi rostro, tomé un poco de mi cerveza, para luego hacer una mueca y dejarla en el suelo. Todo el frío se había disipado y se había tornado en un sabor amargo que odiaba.
―¿Quieres otro trago? ―preguntó alguien a mis espaldas. Con el ceño fruncido y un poco mareada, volteé para buscar el dueño de la voz.
Ah pues claro que sí. El rey de los reyes. El príncipe de estupidolandia. El dueño de las sonrisas más…
Sacudí la cabeza.
―No quiero nada de ti, gracias ―mascullé, volteándome nuevamente y mirando la pálida pared, que parecía estar inclinándose poco a poco.
No tuve que haber tomado tantos shots con Cole…
―Estoy de acuerdo ―respondió Lucas, mientras tomaba asiento en el mismo peldaño que yo, pero lo más alejado posible de mí.
―¿Acabo de decir eso en voz alta? ―mascullé, descansando mi cabeza en mis manos, intentando sacar la vergüenza de mí. Escuché su risa. Una maravillosa melodía en todo este desastre.
―¿Dónde está Cole? ―preguntó entonces, aún dejando vestigios de la risa detrás.
Alcé un brazo y apunté hacia la sala―. Con un tal Max. Está muerto por él.
Lucas rió otra vez―. Me alegro por él entonces.
Alcé la cabeza, apoyando los brazos en el peldaño, intentando estabilizarme. Giré para ver al niño rico y gritarle algún insulto, pero al observar sus ojos en mí, me quedé sin palabras. Entorné los ojos. La habitación se movía mucho.
―¿Te sientes bien?
Escuché que preguntaba, pero su voz se fue difuminando, como si él ―, o yo― se estuviese alejando, a un universo muy, muy lejos de allí. Con él se había ido la luz, pero aún podía escuchar su risa cuando la oscuridad me atrapó por completo.
LUCAS
Extendí los brazos, dejando caer mi vaso a un lado, para atraparla antes de que cayese al suelo. Tomé su cabeza y la incliné para que estuviese mirando hacia el techo. Fue ahí cuando caí en la cuenta de que tenía pequeñas pecas esparcidas por la nariz. Sacudí mis pensamientos.
Entré en pánico. Aún aferrándola a mi pecho, busqué con la mirada algún baño o donde fuese. Sinceramente, no tenía idea de lo que estaba haciendo. Cuando por fin divisé unas puertas blancas al final del pasillo, decidí ponerme de pie, pero no sabía cómo mantener a Ana de pie. Sus piernas se doblaban y su cuerpo parecía caer sobre mí.
Me incliné y tomé sus piernas, elevándola y aferrando el otro brazo en aquel hueco del cuello. Con Ana una vez en brazos, fui hacia aquella puerta y cuando se abrió dejando ver el baño, suspiré con alivio. Lo último que quería era entrar en una habitación y ver algo de lo cual me arrepentiría.
Me puse de cuclillas y la dejé en el frío suelo, con su espalda en la pared. Pero entonces su cuerpo empezó a deslizarse, por lo cual tomé asiento a su lado y la enderecé como pude. Con un brazo por sus hombros, empecé a llamarla. ¿Qué se suponía que tenía que hacer uno en ese tipo de situaciones?
Observé su rostro, que descansaba en mi hombro, esperando ver algún cambio de expresión. Pero lo cierto es que me gustaba su mirada angelical de aquel momento. Estaba borracha, a quién quería engañar, pero aún así se veía tranquila, lo más tranquila en que la había visto. Moví los mechones de pelo que se caían por su rostro, dejando ver aquellas pecas una vez más. Tragué saliva.
Seguí llamándola. Por minutos, horas tal vez. Quién sabe cuánto tiempo estuvimos allí, cómodamente sentados contra la pared más fría y las pecas más hermosas que había visto en mi vida. Fue fácil caer dormido a su lado y me sorprendí cuando la oscuridad en este caso, no era algo de lo que temer.
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