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Lucas y Ana

Capítulo 12

Capítulo 12

May 21, 2020


ANA

―El doctor dijo que debes reposar durante al menos una semana, Papá ―expliqué por enésima vez mientras le dirigía una mirada reprochadora a mi padre, quien se encontraba estable pero había sufrido un desmayo debido al estrés.

Según sus compañeros de trabajo, los demás enfermeros y algunos doctores, mi padre había tomado demasiado turnos últimamente, en especial los de noche, y a veces de día, por lo cual no parecía estar obteniendo una buena cantidad de sueño y ni hablar de sus hábitos de comida, además de que la cantidad de café que estaba consumiendo no era recomendable. Por lo tanto se le dio una semana de reposo absoluto y a pesar de que me gustaba de que pasase más tiempo en casa, sabía perfectamente que el trabajo era todo para mi padre, y el hecho de no tenerlo lo haría miserable y lo pondría de mal humor.

Me crucé de brazos y esperé a que tomara la medicación. Nos habían dado el número de un psicólogo para lidiar con su estrés, pero era poco probable de que mi padre se animara a llamarlo. Y obligarlo a ir no era una opción tampoco: uno debe buscar su propia ayuda, o si no, no tendría efecto.

―Sé que el doctor dijo que te quedaras conmigo hoy durante la tarde por si llegaba a… tu sabes…

―¿Desmayarte otra vez? ¿Intentar cocinar o limpiar? ¿Salir corriendo hacia el hospital para seguir en tu turno? Ni en sueños ―respondí frunciendo el ceño.

Mi padre se removió incómodo en el sofá. Sabía que se sentía avergonzado. Nunca le había gustado llamar tanto la atención y causar problemas. De hecho, él siempre fue aquel que los resolvía y pocas veces se había visto en la posición opuesta. Pero debía ser dura con él, al menos hasta que decida ir al psicólogo y obtener ayuda de verdad.

―Pero puedes salir si quieres, Ana. La tarde esta preciosa y estoy seguro de que tenías planes con Cole.

No iba exactamente a contarle a mi padre mi… “salida” (cita) con Lucas porque… bueno, ¡no! No era algo de lo que él se tuviese que preocupar (o saber). Cerré los ojos y sacudí la cabeza.

―No, no, no importa eso. Lo importante es que tú estés bien y no hagas nada de lo que después puedas arrepentirte ―Lo miré por última vez, poniendo mi “cara de amenaza” y me dirigí hacia mi habitación.

Una vez que me arrojé en mi cama, intenté pensar en qué excusa darle a Lucas. Aún faltaba una hora para el “encuentro” (de pensarlo se me pone la piel de gallina).

Miré el pálido techo y empecé a pensar en todas las cosas que tenía que hacer aquella semana. Después de todo, mañana era lunes otra vez y tendría que ir a aquel infierno que llamamos “colegio”. Cerré los ojos y empecé a meditar un poco. Hacía unas semanas había tomado el hábito de meditación. Ya saben, respiración por la nariz, exhalaciones por la boca, mantener al mente en blanco y demás.

Nunca había sido de esas personas que sufren ataques de ansiedad ni nada por el estilo, pero los nervios y aquella impaciencia por obtener lo que quería me carcomía la cabeza.

Abrí los ojos de golpe.

Bueno, aquella meditación había sido un poco más profunda de lo que había planeado. Fruncí el ceño y tomé mi teléfono.

Las siete y media.

Bostecé y continué observando mi teléfono, chequeando Instagram y mirando las últimas noticias en Twitter.

Espera un momento.

Miré el reloj una vez más y me incorporé de la cama de golpe.

―Las siete ―dije en voz alta, entrando levemente en pánico.

Lucas iba a matarme.

LUCAS

Entré en la cafetería y agradecí por la calidez que emanaba el sitio. Habían varias mesas llenas, pero logré encontrar una en el fondo. Una vez que me senté, le eché un vistazo a la carta, pensando en qué tipo de bebidas tomaba Ana, si era más de té o café. Sacudí la cabeza, sintiéndome incómodo. No podía recordar la última vez que había salido con una chica, si es que lo había hecho. Las cosas que no eran muy importantes en mi vida se desvanecían rápidamente de mi mente, pero tenía el presentimiento de que jamás me olvidaría de Ana, por alguna razón inexplicable.

Caí en la cuenta de que tenía ganas de conocerla. Me llenaba de intriga y sentía que podría llegar a ser una persona muy interesante, alguien que, con suerte, podría llegar a tener algo en común. Fruncí el ceño. Vaya, al parecer me sentía más solo que nunca.

Mientras divagaba en mi cabeza, una mesera llegó hasta mí con la intención de tomar mi orden pero le comenté que mi acompañante aún no había llegado. Ella asintió, con una sonrisa y se retiró; algo me decía que en aquella sonrisa había algo de lástima escondida, pero no quise darle importancia.

Los minutos seguían pasando y en cada segundo me volvía más y más impaciente. ¿Había visto mis mensajes? ¿Le había pasado algo?

O… había decidido dejarme plantado.

Me mordí el labio. No quería pensar en la posibilidad de que Ana podría llegar a hacer eso. Al fin y al cabo, su actitud y su tono de voz hacia mí siempre había sido más despectivo que amable. Me había llamado “niño rico” y me había prejuzgado más veces de las que podía contar, por lo cual la idea de que quisiera dejarme plantado en la cafetería era totalmente posible.

Observé una vez más el reloj. Media hora había pasado desde las seis y no había señal alguna de que Ana viniese.

De repente me encontraba molesto, cosa que pocas veces ocurría. Me sentía humillado. Y enojado conmigo mismo por caer en una trampa que había sido tan simple.

A quién quería engañar. Era un idiota, siempre lo había sido. Las personas a mi alrededor sólo me veían como una cosa y no se permitían nunca a conocerme a fondo. Pero yo era peor que ellos al creer que algún día alguien accedería a hacerlo. 

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