La nueva rutina de Zeyer no le disgustó al joven. Se levantaba al cantar del gallo, se aseaba y vestía, bajaba a la cocina donde desayunaba con los demás sirvientes y luego iba al despacho de Aster a rellenar papeles relacionados con libros de la biblioteca. Después bajaba a comer junto con el señor y dependiendo de que tuviera que hacer Aster, seguían en el despacho o le daba tiempo libre. Zeyer enseguida acaparó aquellos libros de magia que el señor tanto atesoraba, pero no pudo sonsacarle cual era el que intercambió por él. Durante esos días su maestra tampoco dio señales de vida.
- ¡Zeyer! Si estas libres ¿Me ayudas a entrar esto? - le preguntaba Iris, la sirvienta que cocinaba en la casa.
El chico salió rápido a ayudarla a entrar varias cajas de hortalizas recién recolectadas. El poco tiempo que llevaba le sirvió para valerse en cualquier campo, ya fuese en la cocina como ayudante, como en el campo ayudando a los agricultores o al jardinero. Algunos días ayudaba en el cuidado de los animales.
Pasaron algunos días con esa calma rutinaria, aunque se empezaba a acomodar y eso le hacía sentir incómodo.
- ¿Zeyer? Te he estado llamando un rato, pero no contestabas ¿te encuentras bien? -posó Aster su mano sobre el hombro del chico, que estaba sentado en el sofá con un libro en mano.
- Perdóneme, señor. ¿Qué me decía? -cerró el libro.
- Te decía que hoy volvían mis hijos, así que he pedido que preparen el gran salón para comer todos juntos.
- ¿Todos?
- ¡Sí! Nosotros, tú y las tres sirvientas. Los únicos que vivimos en la casa. Ya te he dicho que somos una familia.
- Entiendo.
Zeyer se percató que para Aster, la familia eran aquellas personas que vivían en la casa, pero todas las demás, que cuidaban el exterior, solo eran trabajadores. Eso le molestaba un poco, pero no creyó oportuno decir nada. Cuando hubo acabado su labor de papeleo, fue a ayudar a preparar el gran salón con Lila, la tercera sirviente y la que se encargaba de limpiar.
- Lila ¿Cómo fuisteis contratadas aquí? -aprovechó el chico para preguntar mientras le ayudaba a extender el mantel.
- Bueno, es una larga historia. Pero mis hermanas y yo somos trillizas. Nacimos en una familia de clase muy pobre y era imposible mantenernos a las tres. Tras abandonarnos nuestros padres y sufrir por las calles, el señor Aster y su esposa nos acogieron. Los sirvientes de la casa nos cuidaron y enseñaron como manejar la finca entera, y como queríamos sentirnos útiles y devolverle el favor, cada una acató un rol que beneficiara a todos. Así, ahora nosotras tres suplimos todo el funcionamiento de la casa.
- Pero solo el interior.
- Sí.
- ¿Dónde está la señora?
- Oh, la señora Elianna… tuvo un accidente y murió poco después de que el señorito Tijón cumpliera cinco años. Fue toda una desgracia. Al maestro le costó mucho recuperarse de su perdida, la amaba con locura.
Antes de que a Zeyer le diera tiempo a preguntar nada más, se oyó una fuerte voz proveniente de la entrada.
- ¡Padre! Hemos llegado -dijo.
- Deben de ser los señoritos. Ve a recibirlos- indicó Lila.
El muchacho asintió y se fue a la entrada, donde dos muchachos que rondaban su edad dejaban sus abrigos en manos de Lilie, que con una sonrisa los atendía. El moreno fue el primero en percatarse de su presencia.
- ¿Y tú quién eres? -le preguntó.
- Me llaman Zeyer, y soy el ayudante del señor Aster- respondió con una ligera inclinación de cabeza.
- Así es. Este chico es un nuevo integrante de la familia. Creo que os llevaréis bien- comentó Aster llegando desde las escaleras del segundo piso.
- Soy Tijón. Y este es mi hermano Klaus. - Se presentó el moreno mientras señalaba al otro joven.
Por alguna razón, el aura de Klaus se sintió muy familiar para Zeyer.
- ¿Qué tal va la preparación de la comida? -preguntó Aster- Seguro que tenéis hambre después del largo viaje.
- Señores, pueden proceder a sentarse en la mesa- respondió Lila.
Siguiendo ese comentario, entraron todos al comedor y se sentaron justo en el momento que entraba Iris con los platos. Todos se sentaron juntos a comer. Hubo un ambiente tranquilo y alegre donde las conversaciones no paraban a excepción de Klaus y Zeyer que se limitaban a escuchar en silencio mientras comían. Los demás eran todos risas y jolgorios. Con los postres el ambiente se relajó.
- Hijos míos, ahora que vais a estar por casa, me gustaría que le enseñarais todo lo que podáis a Zeyer. Se ha dedicado a estudiar todos los libros de la biblioteca, tanto de casa como de la ciudad, pero no ha podido aprender cosas básicas de practica como montar a caballo. -les comentó Aster a Tijón y Klaus.
- Como usted mande, padre- asintió Klaus de mala gana.
- Genial, así no me aburriré. -se exaltó Tijón- ¿Cuándo empezamos?
- Así me gusta. Cuando quieras, pero mejor cuando hayamos acabado los postres – les dio una ligera sonrisa de alivio.
Tijón engulló apurado y observaba animado a Zeyer. En el momento que dejó los cubiertos, el moreno chico arrastró al pobre ayudante fuera del salón.
- Tú también, Klaus- indicó Aster. A regañadientes se levantó para salir- Espero que no hagas nada innecesario. He conseguido el libro que buscaba, no quiero que me persigan los Magus por no cumplir mi promesa.
- Sí, padre.
En el exterior, Tijón había arrastrado a Zeyer hasta las cuadras. Enseguida apareció uno de los mozos de cuadra.
- Señorito, ¿le preparo algún caballo? -se inclinaba respetuosamente.
- Supongo que no sabes ensillar un caballo ¿verdad? - le preguntó Tijón a Zeyer, que negó con la cabeza. - De acuerdo, tú puedes retirarte, nosotros prepararemos al caballo.
- Como vos mande. Si necesitan algo llámenme – y se retiró de establo.
Tijón muy emocionado observaba a los animales pensando cual escoger para empezar.
- ¿Qué tal Vainilla? Es la más mansa de todas, y para un principiante es lo mejor- apareció Klaus.
- Pero padre dijo que le enseñáramos a ir en caballo.
- ¿Qué tiene de malo que empieza con algo más pequeño? - sonrió Klaus, cosa que no le gustó a Zeyer.
Los tres se acercaron al box que pertenecía a Vainilla. Era un poni que no sobrepasaba la altura del pecho de los tres chicos que la observaban.
- Creo que para que aprenda a en sillar, mejor que empiece con algo a su “nivel”- comentó Klaus marchándose y dejándolos allí.
- Puede que tenga razón. Tampoco es que la tengas que montar. Mejor práctica como colocar la silla y las riendas. – dijo Tijón pasándole la montura.
Tijón no era un gran maestro, pero era simpático y le explicaba las cosas a Zeyer de forma entretenida. Sorpresa para Zeyer, que incluso él encontró interesante sus comentarios.
- ¡Pero aun estáis así! - apareció de nuevo Klaus. - ¿No tenéis pensado dar una vuelta?
- Hay que tener muy claro como colocar la montura, es peligroso que en medio de una carrera se desarme y caigas del caballo. – exclamó Tijón.
- Te lo dice de experiencia, para haberse matado varias veces por eso- asintió su hermano. – Pero no puedes explicarle un detalle por día o necesitará la vida de un inmortal para aprender todo. Si padre le tiene en estima es porque debe de aprender rápido. – se cruzó de brazos – He hecho preparar tres caballos, están fuera. Vamos.
Junto a la entrada del establo esperaba el mozo de cuadra con las riendas de dos caballos, el tercero estaba atado a un poste en la entrada. Klaus le indicó a Zeyer que eligiera uno. Lo que él no sabia es que ninguno de los tres era un caballo manso, eran tres sementales de la mejor raza que el establo de su padre tenía. Zeyer observó a los corceles, el que estaba atado le parecía el más tranquilo, pero también podría ser que tirara muy fuerte y el sirviente lo atara por ello. Él no sabia de caballos, pero vio que el mozo agarraba una de las dos riendas con mucha más tensión, por lo que el caballo que tira tenia que ser el más temperamental. Al final se decantó por el de la derecha, que parecía que no tiraba del sirviente y era un poco más bajo que los otros dos.
- Pues muy bien, Tijón quédate con Tsunder – le indicó el caballo atado.
De un saltó se montó sobre el caballo más temperamental y tras hacerlo dar una vuelta se calmó. Tijón también había montado y esperaba a Zeyer, que seguía mirando el estribo sin saber como hacerlo. Vio que todos subían por el lado izquierdo con el pie izquierdo, pero Klaus lo hizo del otro lado. La idea era poner el pie y de un salto pasar la otra pierna por el otro lado. Los hermanos se empezaban a impacientar.
- ¿Ocurre algo, Zeyer?- se acercó Tijón. - ¿Necesitas ayuda?
- No, estoy bien. – dijo eso, mientras agarrando las riendas subía.
Lo hizo de una forma tan torpe que tuvo que agarrarse a las crines del caballo y aun así no acabó de pasar la pierna del todo hasta el segundo impulso. Se oía a Klaus contener la risa.
- No te preocupes por eso, con el tiempo y la práctica lo dominaras. – le consoló Tijón que a su lado le iba indicando como colocarse sentado y sostener las riendas.
Como era de esperarse al principio parecía ir bien, pero en nada el caballo se desbocó provocando que Zeyer casi cayera al suelo. Consiguió alcanzarlo Klaus tirando de las riendas para frenarlo mientras Tijón mantenía al chico sobre la silla.
- Nunca debes de tenerle miedo al caballo, él nunca tiene que sentir que manda sobre ti o pasa esto. -le riñó Klaus.
- Eres muy duro con él. - le reprochó Tijón
- También lo fui contigo y aprendiste bien. Aun siendo el hermano mayor. -chasqueó la lengua- Me voy al pueblo. No esperéis por mí.
Tras eso, el caballo relinchó y raudo se alejó a galope rápido.
- ¿Lo dejamos por hoy? -preguntó Tijón a lo que el chico asintió. – Lamento el comportamiento de mi hermano, pero él normalmente es así. Le cuesta llevarse bien con la gente. Dale tiempo. No te ha hecho esto con malicia.
Zeyer lo miró con cara de decir “¿enserio?”
- Vale, sí. Te quería asustar. A lo mejor te ve como un estorbo, el tener que dedicarte tiempo en vez de poder estudiar. No sé, su mente es muy complicada para alguien tan simple como yo. Todos me lo dicen. – se rascó la nuca algo incomodo- Ven, sube. Volvamos.
Extendió la mano hacia Zeyer que consiguió muy arrastras pasar de su montura a la del otro chico. Tijón sostuvo las riendas del otro caballo y la ató a su silla. Volvieron al establo y dejaron al mozo de cuadra encargarse de los animales. A Tijón no le dio tiempo a decir nada a Zeyer pues este, al poner los pies en el suelo, se fue raudo al interior de la mansión.
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