No podía dejar de pensar en aquel encuentro. Muchas preguntas me rondaban la cabeza. ¿Por qué estaría allí encerrado? O, ¿cuánto tiempo llevaría allí? Todo era un mismísimo misterio que estaba más que dispuesta a resolver.
Y hoy satisfaría mi curiosidad.
—No entiendo porqué tienes que hacer esto, Scar. ¿Saltarte clases por un maldito preso? —a pesar de que era mi amigo, y mi camello, era un completo gilipollas.
—¿Acaso es la primera vez que me salto clases? No te escuché quejarte la semana pasada cuando querías saltarte clases por follar con tu querida novia, Marc.
Eso pareció tocarle la fibra sensible.
—No es lo mismo, Scar. Pero allá tú. Yo ya te advertí.
—No seas exagerado, no me va a pasar nada. Está todo allí controlado y me dejarán pasar porque saben que soy "voluntaria" —rodé los ojos. Odiaba esa palabra.
Y tocó el timbre. Girándome una última vez hacia él, me despedí.
—Por favor, Marc. No te salgas del guion. Di que tengo la regla o algo así para que los profesores no pregunten mucho. Mañana nos vemos.
Sin darle opción a responder, me fui corriendo a la parada del autobús. Era la última oportunidad que tenía de coger aquel que iba al recinto de la prisión.
El ambiente era sombrío y frío. La poca gente que iba miraba por las ventanillas con rostros serenos y serios. Nadie hablaba con nadie. Desde luego, parecía que iban a un funeral. Me daba escalofríos.
Pero no me iba a echar atrás ahora.
El trayecto fue largo y tedioso. El camino estaba lleno de baches y nunca en mi vida había escuchado un autobús hacer tanto ruido. Me palpitaba la cabeza y tenía los tímpanos a punto de explotar. Tenía bastante claro que, si iba una siguiente vez sin mi padre, me buscaría otro medio de transporte. No creo que pudiera acostumbrarme a esto.
Una vez me hube bajado y estirazado, me di cuenta de que aquel lado del edificio no lo había visto. Estaba lleno de humedad, y era justo como me esperaba y no el lado tan amable que vi el primer día.
Esto no hacía más que despertar mi curiosidad.
Y me acordé del hombre del otro día. Joder, qué ojazos. Y qué boca. Y qué guapo era. ¿Por qué estaría allí? ¿Hurto? ¿Asesinato? ¿Tráfico de drogas? Tenía que averiguarlo.
Siguiendo al reducido grupo que venía en el autobús, llegamos a la recepción. El guarda, reconociéndome supongo, me dejó pasar la primera, no sin antes pedirme identificación.
—Medidas de seguridad, pasa.
Una vez entré, el golpetazo de las puertas al cerrarse detrás de mí me dio mal rollo. Tanto, que paré en seco volviendo la vista atrás para asegurarme de que el grupo no salía corriendo y me dejaba aquí a mi suerte. Pero ni mucho menos. Entró una mujer mayor que había visto llorando en más de una ocasión durante el viaje.
Pobrecita.
Siguiendo el largo pasillo, todo estaba en un silencio penetrante y perturbador. Parecía que estaba abandonado, pero era tan fácil de ver las siluetas dentro de las celdas. Unos se resguardaban en las sombras, mientras que otros decidían seguir los tenues rayos de sol que lograban entrar en el pequeño cubículo. También me di cuenta de que solo unos pocos estaban solos en las celdas.
—¿Me echabas de menos, preciosa? —esa voz. Esa voz que me sorprendió la última vez, volvía a hacerlo. Y sonaba tan cerca. Era tan cautivadora y masculina, que sentía una atracción innegable hacia el dueño de ésta.
Me mordí el labio inferior con disimulo, no estaba segura en qué celda estaba. Pero lo podía sentir cerca. Muy cerca.
—Justo detrás de ti —lo escuché de reírse. No una carcajada, sino una baja y tenue, profunda risa, que me puso el vello de punta. ¿Qué me estaba haciendo?
Girándome sobre mis talones, pude verlo. Me miraba fijamente con aquel par de ojos verdes como la absenta. Ese diablo verde se quedaba reducido a nada comparado con esos ojos.
El silencio volvió a reinar en aquel pasillo, y ninguno de los dos decía nada. Sólo nos mirábamos. Él sonreía ligeramente, como si supiera por qué estaba aquí tan temprano. Ambos sabíamos que no tendría que estar aquí.
—No esperaba verte hasta más tarde. ¿Tanto me echabas de menos? —él seguía con su broma, y a mí eso me encantaba. Sabía que me estaba dejando embaucar por su labia, y que como no tuviese cuidado podría meterme en un lío gordo.
Escuché alguien carraspear detrás de mí, y me temí lo peor. Y eso él pareció verlo en mi cara.
—Es sólo el vigilante del pasillo. ¿Pasa algo? —preguntó con tono inocente. Y, oh Dios si creía que ese hombre no era inocente.
—No, no. No es nada. Perdón —respondí un poco nerviosa. Me estaba empezando a arrepentir de haber venido. Y mucho más de haber venido a ver a este hombre en concreto.
¿Cómo sabía que le estaba buscando a él?
—Te veo nerviosa, rubita. Acércate que podamos hablar tranquilamente —él insistía. Me leía tan fácilmente. Aunque yo culpaba a los nervios que me dejaban como predecible. Suspirando, hice lo que me dijo.
—Aún no muerdo —me guiñó el ojo, haciéndome reír y relajarme. Estaba detrás de unas celdas y no creía que me pudiera hacer nada. Y si lo intentaba estaba el vigilante a menos de cinco metros.
—¿Por qué estás aquí? —solté sin pensar. Me arrepentí al instante, pero o no se dio cuenta o decidió ignorarlo.
Suspirando y atusándose el pelo —que ya lo tenía graso— se sentó en el trozo de madera que tenía como cama y empezó a hablar, sin mirarme a la cara un segundo. Y sonaba resentido.
—Una sentencia más que injusta —fue lo único que dijo, y levantó la cabeza a continuación para mirarme con esa sonrisa burlona—. Y tú, ¿qué haces aquí?
—Se supone que soy voluntaria —dije medio riéndome. El ambiente estaba mucho menos tenso.
—Algo de eso me pareció oír el otro día.
Eso me provocó curiosidad. Ladeé la cabeza y esperé a que continuase. Viendo que no hablaba más, arqueé las cejas, lo que pareció hacerle gracia, porque soltó una ligera carcajada.
—¿Y? —insistí, ya que no soltaba prenda.
—Algún día toda esa curiosidad te va a matar, preciosa.
Eso fue lo último que me dijo antes de retroceder lentamente sobre sus pasos y ocultarse entre las malditas sombras. Me había dejado un mal sabor de boca y no hice más salvo alejarme, sin apartar la vista de la celda que recorría una y otra vez con la mirada, intentando encontrarle. Aunque sea por un ligero movimiento o un sonido. Pero nada.
Y no me había dado cuenta, pero durante el camino a casa caí. Él estaba sólo en la celda. Y solo los considerados de alto riesgo estaban solos. ¿Qué habría hecho ese hombre de aspecto angelical para estar en ese estado?
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