—¿Hola? ¿Scarlet? —escuché al otro lado. No sabía que estaba conteniendo la respiración hasta que suspiré.
—Joder, papá. Me habías asustado.
—Esa boca, Scarlet. Te llamo desde prisión. No llegues tarde a casa y dile a tu madre que tengo que hacer un turno extra y no llegaré a casa hasta mañana temprano.
—Está bien, pasa una buena noche —le respondí.
—Hasta mañana —y colgó.
Marc y yo nos reímos a carcajadas por unos buenos cinco minutos. Yo hasta lloraba de la risa.
—Qué susto. Ya nos creíamos que estábamos en alguna peli de terror —dijo Marc entre risas. Y llevaba toda la razón. Nos habíamos montado una película en nuestras cabezas dignas de Oscar.
En parte estaba aliviada y por otra enfadada. Había una parte de mi deseando que esa llamada la hubiera hecho otra persona. Pero era absurdo, ¿cómo iba a saber él mi número? O aún peor, ¿cómo iba a poder llamarme a estas horas?
Sin querer, pensé en él. En Jesse. Ese hombre era un enigma y todo a su alrededor parecían incógnitas. No dejaba de pensar en los motivos por los que estaría allí encerrado, solo. Eso era lo que no entendía. ¿Por qué solo? Había muchas celdas en las que había hasta cuatro personas, y él era de los pocos que estaba solo. Tendría que informarme, de alguna manera.
Tendría que haber algún motivo, no podía ser simplemente curiosidad.
—Me da miedo cuando te quedas en silencio, Scar. ¿Qué piensas? —Me interrumpió Marc. Le miré, parpadeando un par de veces, y le vi enrollando otro porro. Para mí ya se había acabado la dosis de hoy.
—Me voy a casa, estoy cansada —le dije con una sonrisa. La verdad es que sí estaba cansada, pero no físicamente. De tantas vueltas que le había dado al asunto del preso, no tenía ni fuerzas para retorcer más los pensamientos.
—Qué aguafiestas —dijo en broma—. Bueno, mañana vas a clase, ¿verdad? —inquirió arqueando una ceja. Cosa que me hizo reír.
—Síiiiiiiiii, pesado —le respondí entre risas—. Eres peor que mi madre.
Marc se echó a reír.
—Si tu madre supiera que apenas vas a clase, te metería en un convento —y tenía razón. A lo largo de los años mis padres me habían privado de tantas cosas que mi "satánico" comportamiento, como ellos lo llamaban, era una respuesta más que natural ante sus estúpidas normas.
—Y tanto —le respondí sin más—. En fin, nos vemos mañana —y salí de su casa tras recoger mis cosas. Tenía investigación que hacer y el tiempo no corría en mi favor.
***
Una vez que llegué a mi casa, casi a las dos de la madrugada, todo estaba en pleno silencio y supuse que mi madre se había ido a dormir ya.
No queriendo despertarla —porque ya me imaginaba la clase de sermón que me iba a soltar— me quité los zapatos e intenté caminar haciendo el menos ruido posible, sin encender las luces para que no se diera cuenta de mi llegada.
Suspiré cuando llegué a lo alto de la escalera, sabiendo que ya había pasado lo peor y pude encerrarme en mi cuarto tranquilamente.
Dejando los zapatos en su sitio y planteándome si darme una ducha o no mientras me quitaba la ropa, pensé en que era mejor idea ponerme el despertador cinco minutos antes y así me daba una ducha ligerita en cuanto me levantase. Estaba cansada y no tenía ganas de nada.
Ya metida en la cama y a punto de dormirme, no pude evitar pensar en Jesse. Me daba tanta curiosidad su forma de ser, de actuar. Las dos ocasiones en las que lo había visto parecía ser tan independiente de los demás presos. No hablaba con ellos, y si lo hacía era solo para amenazarlos. Se mostraba bastante posesivo con respecto a mí. Conmigo era meloso y atento, pero mostraba su lado más frío al resto del mundo.
Como si lo odiara. Como si no estuviera conforme. Podía entender que estar encerrado cambiaba a una persona y le hacía más dura y cruel. Pero, cuando me miraba algo cambiaba en él.
Estaba más decidida que nunca a llegar al fondo del asunto. Y no temía a nada de lo que me fuese a encontrar.
*
Lo que me asustaba aún más eran los prisioneros que detenían todo lo que estaban haciendo para mirarme a través de las rejas como si nunca hubieran visto a una mujer. Tragué saliva cuando me di cuenta de que la mayoría de estos hombres realmente no habían visto a una mujer en años y probablemente yo fuera la protagonista de sus más recientes fantasías. Sin contar con la función que Jesse y yo ofrecimos de forma gratuita a algunos de los presos.
Al entrar en el edificio, mis pulmones ya estaban rogando por aire que no fuera húmedo ni seco a medida que avanzábamos por los largos corredores. Los fuertes gritos de obscenidades y las pesadas puertas de hierro que se cerraban de golpe me hacían saltar de miedo cuando el guardia se reía para sus adentros. Si no hubiera sido por el hedor fuerte y penetrante del olor corporal y la testosterona, le habría dado una buena contestación.
Cuando me di cuenta, el guarda ya no estaba a mi lado. Mirando a mi alrededor, veía penumbra, y dejando de lado los gritos, no había otro ruido. Cuando volví la vista al frente vi a Jesse en su celda. Dejándose caer en los barrotes de hierro que le mantienen alejado de la realidad. Al mirarme, se pasa la mano por el pelo corto que comenzaba a rizarse en las puntas y alrededor de las orejas, dándome una mirada inocente. Parecería tierno si no estuviera, ya sabes, en prisión.
Sus ojos eran tan iridiscentes como las hojas en primavera, brillando como esmeraldas. Sus labios parecían los suaves pétalos de una rosa inglesa rosada. Tampoco pude evitar mirar fijarme en el profundo hoyuelo incrustado en su mejilla mientras él me sonreía diabólicamente.
Diablo. Eso parecía ajustarse más a él. Este chico era puro pecado.
—Ya te estaba echando de menos, preciosa —pronunció como saludo—. ¿Tan poco te gusto que ya apenas vienes a verme? —finalizó con su característica sonrisa torcida. Su voz era como el sirope, goteando por mis venas. Tan pegajosa y dulce.
Me hubiera gustado decirle que era justamente lo contrario. Me atraía tanto.
—¿Por qué estás aquí? —Pregunté suavemente, aunque la pregunta hubiera salido de mis labios, pareció sorprenderme más a mí que a él, que sonrió.
Podía oler su gel de ducha que olía a pino junto con el dulce aroma natural del almizcle de su cuerpo. Era intoxicante, la verdad.
Aun así, temía por su respuesta. No sabía cómo iba a reaccionar ni tampoco sabía si le sentaría bien que fuese tan curiosa respecto a él. Tendría que haber pensado antes de abrir la boca.
—Asesinato —se encogió de hombros descuidadamente antes de continuar mientras le miraba con los ojos muy abiertos—. Robo, acoso, secuestro, afiliación en una mafia, posesión de drogas, tráfico de drogas, resistencia a la autoridad, arma mortal, y una vez atropellé a un policía con mi coche, así que no estoy seguro si esa carga fue por resistirme al arresto o por homicidio vehicular —continuó mientras trataba de no ahogarme con mi propia saliva—. Ah, y asumo toda la culpa —dijo perversamente con esa sonrisa estúpida, diabólicamente bonita. No entendía cómo podía ser eso posible, pero aquí tenía la prueba.
—Vaya... —Tosí ligeramente, ocultando mi miedo—. Realmente, eh, apuntaste alto y querías tu plato bien lleno, ¿verdad? Apuesto a que tienes una estrella de oro en la tabla de clasificación de la justicia, ¿eh? —Mi horrible torpeza se activó en el peor momento y me miró sin comprender por un momento.
Curiosamente, no me arrepentía de nada de lo que había pasado entre nosotros dos. A pesar de lo que había hecho, algo me decía que había mucho más detrás que no me había dicho. ¿De verdad había gente que era capaz de hacer eso y dormir con la conciencia tranquila por las noches? A lo mejor estaba asumiendo la culpa para reducir la condena y realmente no había hecho todo eso. O puede que no solo.
Sorprendentemente, no me había quedado totalmente satisfecha con la respuesta que me había dado, que no había sido precisamente corta.
Mi silencio pareció animarle a hablar.
—¿Estás asustada, guapa? —levanté la mirada hacia él y pude ver que se divertía. La situación le parecía cómica, al menos—. No parecía importarte todo eso la última vez que estuviste aquí. Respondías a mis caricias como si esa fuera la única meta en tu vida —dijo lo último susurrando. Como si quisiera que fuese un secreto entre nosotros.
Tragando saliva, saqué mi chulería de siempre.
—Me parece que te confundes —hablaba mientras me acercaba a él, aunque las barras de hierro me daban una seguridad extra que no sentía en ese momento—. Si recuerdo bien, eras tú el que no podía resistirse —le di una sonrisa de lo más coqueta. No pude evitar reírme cuando frunció los ojos.
—Estás jugando con fuego —advirtió cuando se dio cuenta de lo cerca que estábamos, más de lo que me habría imaginado. Tan solo las barras de la celda nos separaban ahora y aprovechó para pasar el dedo índice suavemente por mi mandíbula—. Y corremos el riesgo de salir abrasados, y si apuramos mucho, calcinados.
Ahora era yo la que se divertía con esta situación. Y mucho. Girando mi cara, sin dejar de mirarle, le cogí el dedo índice entre mis dientes y le mordí suavemente, mientras él parecía más que satisfecho por mi reacción.
Segundos más tarde le solté y retrocedí, sonriéndole.
—Entonces que todo sea por el calor del juego, Jesse —y sin darle opción a que me respondiera, me di la vuelta para irme. Ya tenía lo que quería y podía empezar a investigar desde ahí.
Había dado dos pasos cuando le escuché.
—¿Cómo te llamas, preciosa? —sonaba desesperado.
Pero solo le di una breve mirada y seguí adelante. No era el momento ni el lugar, y, seguramente, basándome en lo que me había contado, tampoco era lo más seguro.
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