Y es que nada es lo que parece ser, es mucho peor. Creo que una parte de mí supo en el momento en que vi a Jesse que esto sucedería. No es realmente nada de lo que dijo ni nada de lo que hizo. Fue la sensación que lo acompañó. Y.... pensé, ¿cómo puede el diablo empujarte hacia alguien que se parece a un ángel cuando te sonríe? Porque, definitivamente, tenía el aspecto angelical que, por una parte, hacía saltar todas las alarmas y, por otra parte, te hacía replantearte si distinguíamos el bien del mal.
Qué ingenua había sido al pensar que sencillamente podría jugar al gato y al ratón con un preso y salir ilesa de esto. Qué tonta fui al creer por un momento que esto sería algo entre nosotros dos y que no llegaría mucho más lejos. Incluso llegué a pensar que no saldría de estos muros de piedra.
Sacudiendo la cabeza, recorría ese pasillo sombrío, lleno de humedad, que me llevaba al causante de mis quebraderos de cabeza que últimamente abundaban en mi sistema.
—¿No me saludas, preciosa? —le escuché decir medio en broma, con una ceja arqueada y una media sonrisa ladeada en su rostro. Esa media sonrisa que me dejaría sin aliento a cualquiera que fuese testigo.
—Hola, Jesse —dije tímidamente. Odiaba cuando me salía esa faceta de chica tímida a su alrededor, o si estaba cerca. Yo no era así, nunca lo había sido. Pero él me intimidaba, y más aún después de la noche de la fiesta en la que había conocido a su hermano.
Recordando sus crueles palabras y muecas de burla e indiferencia, apreté los puños a ambos lados de mi cuerpo, clavándome las uñas en las palmas de las manos. Acto que no pasó desapercibido ante su escrutinio.
Le miré e instintivamente traté de calmarme, aflojando los puños y soltando todo el aire, girando la cabeza para ver si había alguien más cerca. Pero sólo estaban los dos guardias, cada uno a un extremo del largo pasillo.
Entonces, sacando el coraje que llevaba dentro di dos zancadas que me dejaron a escasos centímetros de Jesse, aún con los barrotes de por medio. Pareció sorprenderle el hecho de que me acercase tanto.
—¿Estoy en lo cierto si me atrevo a decir que estás enfadada y que eso tiene algo que ver conmigo? —entrecerró los ojos hacia mí, y por un segundo casi me retracto. ¿Tan fácil de leer era? ¿O es que su hermano se había adelantado a mí y ya le había contado lo que había pasado la noche de la fiesta?
—¿Qué fiesta? —dijo de repente, más despacio de lo normal y con un tono unas octavas más bajas de lo normal. Supuse que había formulado la pregunta en voz alta. De repente, sus ojos no parecían tan verdosos, chispeantes ni juguetones. Y mucho menos divertidos.
—Creía que ya lo sabrías para entonces —le repliqué, sacando la chulería, lo que no pareció hacerle mucha gracia.
—No te pases conmigo, muñeca —me dio una sonrisa un tanto escalofriante, y deseé no haber mencionado nada—. Pero olvidémonos de eso ahora, ¿por qué estás enfadada conmigo? ¿Qué es lo que he hecho, aparte de ser amable contigo y portarme como un caballero?
Y ahí estaba ese encanto. Me seducía con palabrería.
—Casualmente, conocí a tu hermano en esa fiesta —comenté como si nada. Si él jugaba a hacerse el frío, a eso podíamos jugar los dos.
Pero el rostro sombrío y la mirada tan fría que me dio, no los vi para nada fingidos. Al contrario, agachó el rostro y dio un par de pasos hacia atrás, hasta ocultarse en las sombras, donde ya no podía ver cómo le afectaban mis palabras y ni siquiera podía adivinar dónde estaba. De esa manera me tenía controlada él a mí y no al revés. Esta nueva situación le otorgaba un poder sobre mí que no sabía cómo iba a manejar. Y eso me aterrorizaba.
—Mi hermano —dijo secamente. Yo no hice nada salvo asentir despacio, sin saber muy bien a dónde mirar. Mis ojos recorrían la celda rápidamente, escaneándola en busca de algún movimiento o ruido que hiciera. Pero no me lograba acostumbrar a la penumbra que cubría la celda.
¿Por qué hacía esto? Me estaba empezando a asustar.
—El mismo hermano que hace seis meses cuando me condenaron, dejó de visitarme, ya no me llamaba y que incluso niega que seamos de la misma sangre —murmuraba como para él mismo, pero sabía que quería que escuchara—. ¿Te parece esa la actitud de un hermano?
Estaba casi temblando. Y no solo porque la situación fuese incómoda, sino porque la humedad que aquí había y los muros de piedra hacían de la estancia aquí una desagradable y con una sensación térmica muy por debajo de la temperatura ambiente que realmente había. Me sentía asqueada aquí. Pero me forcé a responderle entre dientes apretados.
—La verdad es que no.
Su actitud tan distinta y distante me había alertado, y es que no había sido plenamente consciente de la situación con la que me había embarrado. Este era el aviso que había necesitado: Jesse Stevenson era un criminal y yo me había presentado ante él como una presa fácil, sin contar con las consecuencias de lo que había hecho con él hasta ahora. Aún estaba a tiempo de rectificar. O eso creía.
*
Aquel día me tocaba —por órdenes de mi padre— quedarme en la biblioteca. Otros días había estado en el gimnasio de prisión, donde cada vez que hacía contacto visual con Jesse, podía verle sonreír con suficiencia porque me pillaba casi con la boca abierta y las mejillas sonrosadas. ¿Había estado con muchos chicos? Sí. Pero ninguno tan fornido ni tan maduro —y mucho menos tan guapo— como Jesse. Él no era muy mayor, por lo que había visto en las noticias cuando busqué información sobre él, pero definitivamente aquella experiencia y todo lo que había hecho le estaba haciendo madurar mucho antes de lo que los veinteañeros suelen hacer.
Aquella sala no la frecuentaba nadie, y sólo estábamos la mujer que había allí detrás de la cristalera que le protegía y yo en el otro extremo del salón.
Mientras estaba allí sentada en una de las mesas más apartadas, repiqueteaba las uñas contra la mesa en un intento de imitar una canción que tenía metida en la cabeza. Suspirando, separé los brazos de mi cuerpo y me desperecé como hacía tiempo que no me daba el gusto de hacer. Incluso sentí el chocante cambio de temperatura sobre la piel de mi vientre, y me permití el lujo de soltar gemiditos mientras me estirazaba por completo en mi asiento.
Cuando abrí los ojos, no me esperé ese choque de miradas entre aquel preso curioso que —seguramente— había presenciado todo. Su sonrisa fue toda respuesta que necesité.
—¿Eres nueva? —preguntó. No sabía si se refería a si era una presa nueva o si era una de las nuevas funcionarias. Sin siquiera pestañear, le dije que sí.
—Da un paso más y te arranco la cabeza —contuve la respiración al escuchar la voz de Jesse no muy lejos de donde estaba ese otro hombre. Lo vi de abrir los ojos, asustado, mirando en todas direcciones buscándolo con la mirada. Sabía que Jesse era peligroso para las personas del exterior, esas que como yo intentaban hacer una vida normal sin meterse en muchos líos. Pero jamás me imaginé que sería también peligroso en un ambiente entre criminales y delincuentes como él.
Entonces lo vi, estaba detrás de una estantería. Y me pregunté cuánto tiempo llevaría ahí. Su respuesta me dio la pista que necesitaba.
—Nena, no puedes ir por aquí regalando vistas de ese cuerpecito tuyo y haciendo esos gemiditos que calientan a cualquiera —dijo con voz grave. Esa misma que me ponía la piel de gallina y me hacía doler en sitios muy inapropiados. Sabía que no podía —no más— rendirme sexualmente ante Jesse, pero mi cuerpo reaccionaba de una manera increíble hacia él. Y eso en parte me excitaba aún más sin que yo lo pudiera remediar.
Sabiendo lo que provocaba en mí, se acercaba cada vez más a mí, hasta colocó sus manos encima de la mesa en la que yo estaba apoyada, justo enfrente de mí. No podía apartar la mirada de la suya y en sus ojos estaba ese brillo que me decía que tenía ganas de jugar.
Sonriéndole, me levanté muy despacio de la silla, adoptando la misma postura que él tenía como si me tratase de un reflejo. Cuando mi escote quedó a la altura perfecta para que el pudiera echar un vistazo, desabroché un par de botones de mi blusa, amplié mi sonrisa y él se mordió el labio inferior.
—Estás jugando con fuego, preciosa —advirtió sin apartar la mirada.
—Y hoy tengo muchas ganas de quemarme —le repliqué.
Sin darme tiempo a hacer ningún movimiento más, se inclinó aún más sobre la mesa y me rodeó la cintura con el brazo, tirando de mi hasta que me tuve que subir encima de la mesa, apoyando las rodillas.
Mis pechos quedaron a la altura de su cara y me sonreía desde abajo, sin aflojar su agarre alrededor de mí. Mis rodillas estaban apoyadas en la mesa y abiertas, por lo que me tenía a su merced. Podía hacer lo que quisiera conmigo. Si no me tocaba era porque aún no lo quería.
Me nubló el pensamiento cuando me besó. La cabeza me daba vueltas y no podía pensar en nada salvo en lo suaves que tenía los labios y los mordisquitos que me estaba dando. El beso enseguida subió de tono y gemía contra su boca, nuestras respiraciones muy agitadas.
Rodeó mi cintura con su otro brazo, que hasta entonces había estado manteniéndome en el sitio con el firme agarre de su mano en mi pelo. Estaba muy excitada y solo quería que acabase con esta agonía.
Cuando por fin se alejó de mi boca ya dolorida y fue directo a atacar mi cuello con suaves bocados y lamidas, respiré pesadamente sin alejarme de él ni un centímetro. Necesitaba más y se estaba aprovechando de ello para hacerme sufrir y rogar por él.
Inconscientemente, me movía contra él para conseguir la fricción que tanto necesitaba. No era suficiente, pero aliviaba y si eso era todo lo que conseguiría de él, me quedaría con eso.
Pero él no parecía estar de acuerdo.
—Nena, necesito follarte aquí y ahora. Has jugado bastante conmigo y ahora tengo que tomar lo que es mío —dijo contra mi piel entre mordiscos y lamidas.
Mi blusa estaba hecha un desastre y, aunque me tuve que separar de él, en cuanto me la quité y vio el sujetador rojo de encaje que llevaba se le quitó casi toda la prisa que tenía.
Aunque no teníamos mucho tiempo, y yo sí era consciente de ello, y no me iría sin lo que tanto quería.
—Jesse, por favor —le supliqué. Eso pareció traerle de vuelta a la realidad y sin verlo venir, cogió mis muñecas con una mano, haciendo que le rodeara el cuello con mis brazos e instantáneamente supe qué hacer.
Rodeé su torso con mis piernas, enganchando los tobillos en su baja espalda y me sentó en la mesa.
Dio un breve vistazo atrás, atento a que nadie viera nuestras fechorías y se giró de nuevo hacia mí con una sonrisa en el rostro. Sin darme tiempo a casi respirar, me besó profundamente otra vez, empujándome hacia atrás hasta que mi espalda estaba contra el frío tablero de la mesa, haciéndome arquear. Era un contraste bastante intenso.
—Aquí es cuando empieza lo interesante, preciosa. Dime, ¿alguna vez te han comido el coño como Dios manda?
Estaba sin palabras, y más lista que nunca para recibir sus atenciones.
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