Jesse daba suaves mordiscos, y respiraba sobre la cara interna de mis muslos, haciéndome temblar y que una serie de escalofríos me recorriera entera de arriba a abajo.
Aún no le había respondido, aunque por mis temblores creo que podía adivinar que en mi vida me había encontrado en situación similar, tan expuesta ni tan a la merced de alguien. Pero había algo en él que me hacía sentir segura, a pesar de que al mismo tiempo intimidaba.
—Contéstame, rubita. ¿Lo han hecho? —Él seguía insistiendo, apartando con sus callosas manos el delicado encaje que llevaba sobre la piel. Tocaba con seguridad y firmeza, pero sin dejar la delicadeza a un lado. Su respiración tan cerca de mí tenía mis nervios a flor de piel y mi cuerpo casi temblaba bajo su toque.
Sin apartar la mirada de él, vi cómo se acercaba poco a poco, y mi cuerpo estaba impaciente. Sin ser plenamente consciente, levanté una de mis manos y la enredé en su pelo empujándole hacia mí. El sonido gutural que salió de él estaba entre una risa profunda y un gruñido, lo que provocó que un suspiro de alivio saliera de mis labios, a la vez que acelerado.
Sentí la humedad y calidez de su lengua recorrer cada uno de mis rincones más íntimos, sin dejar ninguno inexplorado, haciendo que la cabeza me diera vueltas y no pudiera hacer nada salvo sentir.
Todo lo que sentía era él, cómo los rizos acariciaban mis muslos, tentándome; cómo él estaba disfrutando realmente de esto y yo no podía ni pensar. No tenía fuerzas y él lo sabía.
Separándose apenas unos milímetros, introdujo sus dedos índice y corazón dentro de mí, mientras sus palabras chocaban con mi sensible e inflamada piel.
—Eres mía, Scarlet Faye. Desde el momento en el que cruzaste miradas conmigo eres mía —empezó, el ritmo de sus dedos cada vez era más acelerado, alterando mis sentidos en el mejor de los sentidos—. Apuesto a que cada noche desde aquel día te preguntas cómo se sentiría el estar piel con piel, cómo te besaría, cómo te follaría —y él seguía, cada vez llevándome más cerca. Sus dedos tenían una danza más armoniosa, sabían dónde tocar, la intensidad con la que hacerlo y la tesitura con la que me llevaría al límite.
No podía hablar y mi respiración era irregular. Necesitaba acabar, como fuese.
—Te noto tensa, preciosa —de vez en cuando daba suaves lamidas y juagaba con mis límites apretando sus labios alrededor de mi clítoris, lo que enviaba escalofríos por todo mi cuerpo haciéndome temblar. Estaba rígida y si abría la boca, daría un grito que me escucharían en todo el Estado.
Estaba cerca, y él lo podía sentir. Lo veía en la forma en la que sus ojos me miraban con burla y lujuria. Sabía que esto era más para placer suyo que el mío.
—Córrete, Scarlet. Sé una buena chica y córrete para mí.
Y eso fue la gota que colmó el vaso. Mis piernas se tensaron sobre sus hombros, apretando su cabeza ahí en medio mientras él seguía con el vaivén de sus dedos, en un intento acertado de prolongar lo que serían los minutos más intensos de mi vida.
Cuando al fin pude bajar de la nube en la que estaba, tenía la mirada perdida. Fija en su rostro angelical, pero no me podía concentrar en ningún detalle. Estaba entumecida, temblando y frágil. Muy frágil.
Él se levantó, dejando mis piernas abiertas a sus lados y él me agarró de la barbilla para darme un beso profundo, haciendo que inclinara mi cabeza hacia atrás, en el que me pude saborear.
Me besó con firmeza, pero pudiendo apreciar la suavidad de sus labios y lo húmedos que estaban. Entonces, alejándose apenas unos centímetros, manteniendo la vista en mis labios, me sacó de la burbuja.
—Esto no ha hecho más que empezar —hablaba mientras me colocaba toda la ropa en su sitio: me volvió a poner el suave encaje de mis bragas en la sobre estimulada área dándome una última caricia; me arregló la falda que estaba arrebolada alrededor de mi cintura y dio un suave tirón de la camiseta para dejarla en su sitio—. Y cuando me den la condicional vas a ser completamente mía.
Yo tragué saliva y, mirándole a los ojos, asentí.
*
¿Le iban a dar la condicional a Jesse? Me planteé una vez que salí de aquel edificio.
No me podía creer lo que le había dejado hacerme allí, donde cualquiera, incluso mi padre nos podría haber visto. Y entonces sí que estaría sentenciada a muerte.
—¿Necesitas un viajecito? —Me frené en seco en cuanto vi al hermano de Jesse en la salida. Estaba allí con esa sonrisa que parecía característica propia de los hermanos. Menudo susto de muerte me había dado el cabrón.
—¿Qué haces aquí? —Pregunta estúpida. Pero ya había salido de mi boca y no quería ponerme a dudar delante de él para que viera que, en cierto modo, me daba miedo estar cerca de él.
—Pues, a diferencia de ti, Scarlet, estoy cumpliendo con mi deber —su risa, igual de profunda que la de Jesse enviaba escalofríos por todo mi ser, pero a diferencia de su hermano, la suya me aterraba. No sabía de lo que era capaz, y a pesar de estar delante de una cárcel de máxima seguridad, no me podía sentir más desprotegida.
Di un paso atrás, que pareció notar porque su mirada se clavó en mi pie, y sonrió lentamente. El coche que tenía no parecía muy antiguo y estaba muy bien conservado. ¿Lo habría robado?
—Yo no robo coches —comenzó, dándome una mirada severa. ¿Había pronunciado eso en voz alta? — Entonces, ¿vienes? ¿O prefieres irte caminando a casa? Dios sabe los peligros que hay por esta zona —dejó la frase abierta, como una insinuación. ¿Me estaba amenazando? El deje de burla en su voz y la mirada tan intensa me estaba poniendo nerviosa. ¿En qué me había metido?
Abrió la puerta del pasajero del vehículo, dejándola como otra de las tantas "invitaciones" que había sugerido. Dándome cuenta de lo indefensa que me veía, decidí acabar con esto de una buena vez.
—Dame una buena razón por la que debería ir contigo —le espeté. Me estaba cansando de tanto juego. Pareció sorprenderle mi forma tan brusca de exigirle una respuesta, pero al mismo tiempo le satisfizo. O eso creía.
Entonces me sorprendió él a mí.
—¿Crees que no sé lo que andas haciendo con mi hermano? Vuestros jueguecitos sexuales no son ningún secreto. Y si es un secreto, es uno a voces.
Se me enganchó el aire en la garganta y sentí náuseas. ¿Sería verdad lo que estaba diciendo o solo estaba intentando adivinar? Me maldije por ser tan ingenua y caer en sus juegos mentales. Tal vez sólo estaba haciendo preguntas al azar, sin fundamentos, para ver cómo reaccionaba.
¿Pero y si no era así?
Sacando bravuconería de donde no podía, me enfrenté a él.
—Deberías saber que lo que pase entre tu hermano y tú no te incumbe a ti. Además, ¿qué tiene de malo? —En realidad, tenía muchísimo de malo—. Mira, ni respondas. Me tengo que ir a casa.
—Súbete ahora mismo al coche, Scarlet. Hay algo que quiero hablar contigo.
Probablemente sería todo una trampa y artimaña para convencerme, pero a estas alturas no creía que las cosas pudieran ir a peor. Sabía que no podía confiar en él, pero algo me decía que lo que tenía que contarme era serio. Y respecto a Jesse.
Suspirando, mirando a todos lados por si había alguien viéndonos, rodeé el vehículo y entré, sentándome en el asiento del copiloto sin siquiera mirarle a la cara cuando cerré la puerta. Podía sentir su mirada fija en mí, pero decidí permanecer impasible y esperar a que hablara.
—Sé lo que acabáis de hacer —empezó, haciéndome sonrojar—, lo sé porque cuando saliste estabas toda sonrojada, parecías relajada y te brillaban los ojos. Ahora niégamelo.
Sabía perfectamente que no podía hacerlo.
—Justo lo que pensaba —murmuró lo suficientemente alto para que lo escuchara. Elegí hacer oídos sordos y no responderle.
El camino fue silencioso pero el ambiente estaba cargado con una tensión que era bastante palpable.
Yo no apartaba la vista de la ventanilla, aunque no era consciente de aquel frondoso bosque que tantas veces había visto en el recorrido que hacía los días que venía a prisión. Mi cabeza estaba más en todo el lío en el que me había metido.
A veces pensaba que todo esto no podía ser más que una broma, una cruel broma. Pero entonces, ¿cómo podía explicarme tantas coincidencias?
—Casi puedo oírte pensar, Scarlet —habló, riéndose. Yo no le veía la gracia al asunto—. No te compliques, déjalo estar.
¿Cómo se atrevía a pedirme eso? Estaba empezando a entrar en pánico y quería salir de allí. Necesitaba estar sola, o al menos, en algún sitio seguro. Dio un frenazo en seco, haciéndome girar la cabeza para mirarlo. Él tenía la vista clavada en el frente.
—Tranquilízate, nena, y no te pasará nada.
Lo único que hice fue asentir débilmente, me sentía con náuseas. ¿Iba a matarme? ¿Por qué fui tan imbécil de entrar con él en el coche? Maldita sea, ¿cómo me he dejado arrastrar hasta aquí?
Reanudó la marcha y por unos instantes me obligué a respirar profundamente y calmarme. Tenía que haber alguna manera de salir de esta ilesa.
Me quedé en silencio durante el resto del camino, mientras que él fumaba. Estaba agobiada y sólo quería llegar sana y salva a casa. No pedía más.
Entonces se rio.
—No te voy a matar, Scarlet —empezó—. Si lo hiciera, mi hermano se encargaría de salir de la cárcel por un par de horas, buscarme y matarme con sus propias manos —siguió riéndose al terminar, negando con la cabeza mientras sujetaba el cigarro entre sus labios.
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