El momento en el que llegué a prisión decidí que no iría a ver a Jesse.
Necesitaba pensar con claridad en todo lo sucedido desde el momento en el que lo conocí hasta ahora. Y sabía que con él me iba a ser imposible. Además, no sabría siquiera que había venido. Estaba decidida a evitarlo a todo coste y les había pedido a los guardias que me dijeran dónde estaba la oficina de mi padre para poder quedarme allí. Estaría segura y nadie me nublaría la mente. Y por nadie me refería a Jesse. Además, podría investigar tranquila.
Cuando entré al recinto, intenté evitar las zonas más comunes por las que siempre rondaba, y me adentré en el pasillo de las celdas que se encontraban vacías.
Era la única forma de acceder a las oficinas, por lo que sabía. Y hasta ahora me iba todo bien, porque nadie había notado mi presencia.
Una vez que llegué a donde estaban las salas esperé en la puerta, tal y como me había dicho el guarda de la entrada que hiciera, a que llegase uno de sus compañeros —y por ende uno de los compañeros a mi padre— para que me abriesen ya que al parecer no cualquiera tenía la posibilidad de llevarse las llaves, a no ser que fueras parte del personal. Medidas de seguridad, suponía.
Esperé durante, al menos, cinco minutos que se me hicieron eternos. Pero finalmente, mientras me daba una vuelta intentando ver algo interesante por las cristaleras de cada una de las oficinas, escuché ecos de unos pasos que cada vez sonaban más cerca, por lo que supuse, con certeza, que ya venía alguien a abrirme la puerta.
Sin apartar la mirada de los enormes archivadores que había visto encima de la mesa, mientras escuchaba el tintineo de las llaves y la cerradura cediendo, abriéndose, di un paso atrás sin pensarlo y me choqué con algo —o más bien alguien— bastante grande. Y al darme la vuelta no daba crédito a lo que veían mis ojos.
—No confundiría el olor de tu perfume ni aunque dejaras de venir durante meses, preciosa —tragué saliva al darme cuenta de lo que significaban sus palabras—. Sabía que eras tú, pero no te veía. Pero ahora entiendo por qué —dio un corto paso hacia mí, ya que la distancia que nos separaba no era mucha, y yo estaba absorta en su mirada y en su voz y no podía moverme—: me estabas evitando, ¿no es así, preciosa? —preguntó mientras su mano libre se posaba en mi mejilla, haciendo que me entraran miles de escalofríos y me pusiera la piel de gallina. La forma en la que mi cuerpo reaccionaba a él me daba miedo.
—Y-yo —empecé a tartamudear, sin dejar de mirarle fijamente, no pudiendo parpadear apenas, lo que le hizo reír— no te estoy evitando, s-solo necesito tiempo —me esforcé en terminar la frase sin arrojarme a sus brazos. Era enorme el magnetismo que sentía hacia él, lo que me enfadaba y me encantaba al mismo tiempo. Pero por esto precisamente había venido aquí. Para pensar.
Él me sonreía de lado mientras recorría mi rostro con su mirada, como memorizándolo. Lo que me ponía aun más nerviosa, si podía.
—Tiempo, ¿huh? —preguntó suavemente, su mano apenas se movía de mi mejilla. De vez en cuando solo movía el pulgar contra mi labio inferior, frotándolo mientras veía cómo se mordía el labio, como si estuviera conteniéndose las ganas de besarme. O tal vez eso era lo que yo quería creer.
—S-sí —carraspeé, disimulando el hecho de que no pudiera dejar de tartamudear—. Tiempo —pude decir más firme esta vez.
—¿Para? —preguntó escuetamente, mientras daba un paso hacia mí haciéndome de retroceder y chocar mi espalda contra el marco de la puerta, lo que significaba que no podía escapar de él. Aunque me dejara ir, yo no querría.
Su mano, entonces, se movió por el lateral de mi cuello, bajo mi oreja, hasta mi nuca, apartándome el pelo de la cara. Cada vez me costaba más respirar de solo pensar que me iba a besar o seguir tocando. Eso era una mínima parte de todo lo que él provocaba en mí.
De repente, sin yo esperarlo, hizo una coleta con mi pelo en su mano y empezó a enrollárselo en el puño, hasta que tiró tan fuerte que hizo que echase la cabeza hacia atrás y que se escapara un gemido bastante audible de mis labios entreabiertos, lo que pareció satisfacerle y me sonrió desde su postura tan superior a la mía.
Era tan alto que se cernía sobre mí, y sabía lo que estaba a punto de hacer. Me iba a besar, me volvería a hacer suya aquí y luego se iría como si nada hubiera pasado.
Podía apreciar la lentitud con la que cada vez acercaba más sus labios a los míos, alternando la mirada entre mis labios y mis ojos, probablemente confirmando que realmente quería esto.
Como si fuera posible decirle que no a estas alturas. Estaba más que rendida ante él, y lo sabía. Jugaba con eso a su favor, usándolo en mi contra. El poder que tenía sobre mi cuerpo era innegable e indiscutible.
Entonces, sin previo aviso, un roce de labios que me hizo sentir mucho más de lo que cualquier beso había significado para mí antes de él y que me debilitó tanto que los párpados se me cerraron solos, haciéndome sentir fuegos artificiales; y tan confiado como se acercó, cuando estaba a punto de devolverle el beso más profundamente se retiró, haciéndome abrir los ojos tan rápidamente como cuando te despiertas de una pesadilla.
Lo vi, burlándose de mí en silencio. Estaba a milímetros de mí. Sus ojos tenían un brillo que hacían de sus ojos los más bonitos que había visto en mi vida. Las comisuras de su boca arqueándose en una bonita curva que me decía que había promesas ocultas en sus intenciones, pero yo ya había caído en sus redes y me daba igual a estas alturas.
—P-por favor —susurré tan bajito que no estaba segura de si no me había escuchado o si lo había pensado solamente.
—Tendrás todo el tiempo que necesites, preciosa —susurró de vuelta contra mis labios antes de soltarme delicadamente y alejarse, tan silenciosamente como había venido.
Yo solo tenía una pregunta a estas alturas, aunque me costaba procesar todo lo ocurrido en estos minutos. Aproveché que no estaba muy lejos para preguntar, ya tendría tiempo de recuperarme de todas las sensaciones tan abrumadoras.
—¿Cómo sabías que estaría aquí y de dónde has sacado las llaves?
No había hablado muy fuerte, pero sabía que me había escuchado.
Frenó en seco, y volvió su preciosa cara hacia mí, dándome una sonrisa preciosa. Estaba lo suficientemente cerca para poder hablar y que solo yo lo escuchara.
—Te lo he dicho, tu olor es inconfundible y bueno, hice un pequeño trato con uno de los guardias —algo me decía que aquí había gato encerrado.
—¿Un pequeño trato, dices? —repetí, frunciendo ligeramente el ceño.
Su sonrisa se amplió, haciéndome saber que era lo que estaba pensando.
—Tú y yo sabemos lo que en realidad ha pasado, muñeca, no le des más vueltas.
Y así, con esas y el tintineo de las llaves en su mano, se alejó. Dejándome allí hecha un mar de dudas y preguntas, inundada de deseo y nervios.
Este hombre acabaría conmigo, pero estaba más que dispuesta a dejarlo destruirme.
Ya a salvo entre las cuatro paredes que conformaban la pequeña —pero cómoda— oficina, tomé unas cuantas respiraciones profundas y me dispuse a hacer lo que había pensado todos estos días atrás: encontrar información sobre Jesse que me pudiera ser útil.
En cuanto me relajé y tomé conciencia de dónde estaba, dejé de lado las abrumadoras sensaciones que Jesse había dejado sobre mí, me concentré y me dispuse a sentarme en aquella silla antes de ponerme a leer ningún papel.
Revisé los cajones, pero uno llamó especialmente mi atención porque tenía una cerradura. Esos cajones eran los que escondían toda la mierda importante.
Tratando de ignorar ese hecho, me dispuse a mirar uno por uno todos los archivadores que mi padre tenía encima de su mesa. Eran pesados y la mayoría solo contenía fichas policiales de delincuentes en busca y captura, por lo que no me servía de nada.
Cuando estaba a punto de cerrar el tercer y último fichero, vi una foto de alguien que me era realmente familiar. No sabía dónde lo había visto, pero esa mirada me recordaba mucho a alguien. Y no sabía a quién.
Lo más inteligente que me pareció hacer fue sacar mi móvil y hacerle una foto a esa ficha. Algo me decía que me sería muy útil.
Y así, dando por finalizada la búsqueda, salí de allí tan tranquila como había entrado al recinto.
Cuando pasé por el pasillo de las celdas ya que estaban todos dentro, no vi a Jesse, pero sabía perfectamente que él me estaba mirando directamente a mí.
* * *
Cuando volví al día siguiente a la hora habitual, estaba esperando en la sala de visitas donde normalmente acudían las familias de los presos y donde nunca había visto a Jesse entrar. Lo que me hacía sospechar aún más de toda esta situación con él.
De repente, empecé a escuchar murmullo y pasos pesados cada vez más cerca, así que miré mi móvil y me di cuenta de que venían todos hacia aquí ya que era la hora de tiempo libre y visitas. A pesar de que había presos a los que nunca visitaban.
Entraban todos los encarcelados, uno a uno, con las manos esposadas. Yo miraba todos los rostros intentando encontrar uno en concreto, pero no aparecía y mi preocupación era cada vez mayor.
¿Qué estaba pasando?
Levantándome despacio para no levantar mucho la atención, salí de aquella sala no sabiendo exactamente dónde ir.
Miré a ambos lados del pasillo, esperando verlo venir con alguna cutre excusa de que estaba en el baño o algo, pero nada. Me estaba poniendo nerviosa, así que inspiré y me intenté relajar. No podía perder los papeles aquí, y si preguntaba por él concretamente levantaría sospechas.
—¿Buscas a alguien, rubita? —me sobresalté. No me esperaba que apareciera de la nada, y menos que me diera ese susto de muerte.
Pero cuando me di la vuelta, no podía creerme lo que veía.
—¿Quién te ha hecho eso? —le pregunté alarmada, en apenas un susurro, mientras me llevaba la mano a la boca, tapándola. Le miraba todo el rostro demacrado, los ojos morados e hinchados, apenas pudiendo abrirlos, pero aun así tenía esa sonrisa torcida tan característica suya. ¿Quién podía cometer semejante brutalidad?
* * *
Estaba sin palabras. La conversación que había tenido con Jesse no me dejaba descansar, las palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez, no me dejaban en paz.
—Por Dios, ¿quién te ha hecho eso? —le preguntaba alarmada una y otra vez, insistiéndole al ver que no hablaba. Rozándole apenas la cara, tan llena de moratones.
—Oye, déjalo, estoy bien, ¿no? Estoy aquí enterito para ti, preciosa —era lo único que decía. Él se reía, pero yo no le veía la gracia al asunto. Así que lo volví a intentar una vez más.
—Jesse, por favor, habla conmigo —le rogué— y dime quién te ha hecho esto —acabé la frase casi sin voz. La impresión era tal que me cortaba el aliento casi.
Él me volvió la cara, y pude ver cómo le molestaba el hecho de que le estuviera insistiendo tanto. Sabía que no quería decírmelo, pero no entendía por qué. Y por qué, después de todo, no confiaba ni un ápice en mí. Así que me di la vuelta, lista para irme. Me estaban entrando ganas de vomitar por la situación tan violenta e impactante.
—Fueron los guardias, Scarlet —le oí susurrar detrás de mí. Cuando me giré para mirarle a la cara, vi que no mentía. Estaba asustado.
Sin decir nada más, me fui. Esto era demasiado para mí.
No podía quitármelo de la cabeza. ¿Ese había sido el castigo por el asunto de las llaves? Pero yo no entendía cómo se habían enterado. ¿Les daría alguien el chivatazo? ¿Sabrían los guardias todo lo que estaba pasando con Jesse y conmigo? Las dudas eran cada vez más y no sabía la forma de llegar a las respuestas.
Y aún tenía que seguir investigando, aunque, ¿sería esto una llamada de atención hacia mí? Pero ¿de quién?
Entonces recordé la foto que le hice a la ficha policial. Seguía sin saber quién era ese hombre, pero esos ojos me eran tan familiares. Los había visto recientemente, pero no sabía dónde.
Algo me decía que seguir profundizando en todo esto podría ser como las arenas movedizas: cuanto más te muevas, más te hundes. Y yo casi podía sentir cómo estaba casi al cuello con todo esto.
Comments (0)
See all