El curso llegaba a su fin y no podía interesarme menos. No había vuelto a cruzar palabra con Marc a pesar de todos los mensajes que me había mandado, con lo que me dijo aquel fatídico día tuve más que bastante.
Él me preguntaba que cómo estaba, que me echaba de menos, pero que no se arrepentía de lo que me dijo porque era lo que llevaba pensando bastante tiempo. Y yo no podía creerme que me hubiera dicho aquellas cosas sin tener en cuenta cómo me iban a afectar.
Entendía que un mejor amigo tenía que ser sincero y claro, pero había muchas formas de abordar aquel tema, y entiendo que lo dijera tal y como lo pensaba, pero no fue justo.
Apenas prestaba atención en clase y es que había una sola cosa en mi cabeza que me carcomía por dentro. Sabía que estaba rozando la paranoia, pero algo me decía que mi padre tenía que ver con la paliza tan brutal que le dieron a Jesse en aquel centro penitenciario.
Sabía que lo que había hecho él de cogerle las llaves a un guardia no estaba nada bien, pero suponía que habría otra clase de castigos aparte de físicos.
Sacudiendo la cabeza lentamente para sacarme la imagen del rostro demacrado de Jesse, me intenté concentrar una vez más. Pero me era imposible.
No veía el final de las clases, pero después de lo que me parecieron horas interminables, por fin se acabó el día. Estaba agotada, más mental que físicamente. Yo no había planeado involucrarme de esta manera con nadie, pero ya no había marcha atrás. No estaba dispuesta a rendirme. Así que saqué fuerzas de donde no las tenía y me dispuse a indagar más en todo este embrollo.
Empecé por abrir la foto de la ficha policial. La miraba fijamente, intentando recordar dónde había visto esos ojos. Pero entonces sin esperarlo, una llamada entrante me sobresaltó. Era de Marc. Suspirando, descolgué.
—Scar —dijo sin darme tiempo a hablar—, tenemos que hablar. ¿Estás en casa? No te he visto al salir de clase.
Suspirando, me miré distraídamente las uñas y asentí lentamente, hasta que me di cuenta de que no podía verme.
—Sí, ven cuando quieras —le respondí.
—Ábreme la puerta, por favor —fruncí el ceño cuando me di cuenta de lo que eso significaba. ¿Había venido aquí justo al salir de clases?
Sin colgar el teléfono, salí de mi habitación y bajé las escaleras, cruzando la sala principal y abriendo la puerta. Cuando lo vi ahí esperando, con su móvil pegado a la oreja y mirándome, sabía que tenía que ser serio.
Corté la llamada y me eché a un lado para que pudiera pasar, y antes de cerrar di un vistazo rápido al vecindario. Algo captó mi atención, un coche azul bastante estropeado que no había visto antes estaba aparcado en la puerta de la casa del vecino. Pero si recordaba bien, esa casa llevaba en venta mucho tiempo.
¿Se habría mudado alguien?
Sacándome de la cabeza esas ideas, cerré la puerta tras de mí y subí a mi habitación detrás de Marc, en completo silencio los dos. A pesar de que no había nadie en mi casa aparte de nosotros dos, no dijimos nada hasta que estuvo él sentado en mi cama y yo en la silla del escritorio, frente a él. Cara a cara.
—¿Qué era eso que querías hablar? —le pregunté, ya que él no decía nada.
Marc me miraba fijamente, como debatiendo interiormente si debía decirme algo o no. Yo me estaba impacientando, así que empecé yo.
—¿Sabes? —dije para captar su atención— Estuve pensando en lo que me dijiste aquel día después de clase y puede que tuvieras razón —eso pareció confundirle porque frunció el ceño. No se esperaba que no le llevara la contraria como solía hacer—. Puede que tuvieras razón —le aclaré—, pero la forma en la que me lo dijiste fue ruin, Marc. Admito que tenía mi amistad y confianza contigo algo descuidada, pero no tenías derecho a echármelo en cara como tú hiciste esa tarde —continué, diciendo lo que me quedé con ganas de decirle aquel día—. Y también deberías ponerte en mi lugar y entender que todo lo que estaba, y estoy, haciendo ha sido por ti. Por protegerte.
Y volvió el silencio a inundar la habitación.
Él ya no me miraba a la cara, se miraba los dedos entrelazados. Justo cuando estaba a punto de ponerme de pie y pedirle que se fuera de mi casa, me sorprendió.
—Venía a hablarte justamente de eso, Scar. Y-yo —le tembló la voz y supe que esto no era fácil para él. Marc era tan orgulloso que siempre le costaba admitir cuándo había metido la pata— lo siento —suspiró audiblemente cuando pronunció esas dos palabras—. En realidad, no pensaba nada de lo que te dije, era la rabia hablando por mí. Las cosas no me van muy bien, ¿sabes? Pero bueno, eso ya tendrá tiempo de solucionarse —le restó importancia, riéndose brevemente y con un movimiento de la mano.
Me quedé mirándolo, pensando en que no quería hacer las cosas incómodas, así que como si nunca hubiera pasado nada, miré los papeles que tenía encima de mi mesa, y se me ocurrió algo. Pero Marc se me adelantó en hablar.
—¿Sigues con el castigo de prisión? —se preocupó. Sin decir palabra, asentí mientras cogía el móvil de la mesa, donde lo había puesto al subir a la habitación. Abrí el archivo de la foto que tantas horas había pasado observando y se lo entregué.
—Descubrí esta ficha hace unos cuantos días en uno de los archivos de mi padre y me resulta familiar. ¿Tú tienes idea de alguien?
Marc la miraba y no estaba segura de si me había escuchado, pero esperé de todas formas. No quería presionarle.
—¿No se parece a ese chico que te habló de aquella fiesta a la que fuimos? —Yo fruncí el ceño porque no recordaba. El único chico que me habló aquella noche fue... No podía ser.
Le arrebaté el móvil de un tirón de las manos y miré la foto detenidamente. Entonces, tapé la frente del chico de la foto con mi pulgar y lo tuve claro. El de la ficha era Jason.
Horrorizada, miré a Marc, que me miraba como si no entendiera nada.
—¿Te das cuenta de lo que significa eso? —Le pregunté mientras yo intentaba asimilar la información.
Él tenía los ojos abiertos con preocupación y negó con la cabeza, bastante rápido.
Yo me llevé una mano a la cabeza, frotándome la frente.
—Esto significa que Jesse no cometió ninguno de esos delitos, sino Jason.
Estaba a punto de entrar en pánico. Estaba confusa porque, por un lado, no entendía aquella confesión de Jesse de todos los crímenes que había cometido, pero, por otra parte, si me paraba a pensar, tendría bastante sentido que él no hubiera cometido aquellos delitos.
—A ver Scar —me interrumpió Marc de mi paranoia—, no puedes sacar conclusiones, así como así, tan a la ligera. ¿Tienes alguna prueba más?
Levanté la vista del suelo, le eché un vistazo rápido al móvil y otro a la mesa y... nada. No tenía nada más que esa foto y miles de conjeturas pasándome por la cabeza.
Suspirando, me dejé de caer en la silla mirando a la pared. Tenía que haber algo por ahí.
—¿Por qué no le preguntas a Jesse? —sugirió.
Al principio lo vi como una buena opción, pero había decidido horas antes que no volvería a ir con la excusa de que tenía exámenes finales y quería ir bien preparada. La imagen de Jesse que me había dejado con mal sabor de boca no salía de mi cabeza, y quería dejar pasar un tiempo. Que le sanaran las heridas y me volvería a replantear el ir allí. De todas formas, sería cuestión de tiempo que me quitaran el castigo, a pesar de que aprovecharían el verano para mantenerme ocupada allí.
—No voy a ir en unos cuantos días, Marc —me sinceré con él—. Además, no puedo ir y preguntarle tan libremente sobre la tan sospechada inocencia de su hermano. No es tonto y se lo diría.
Una vez descartada esa opción, nos quedamos en silencio, intentando pensar en algo. Pero era inútil. Estaba en un callejón sin salida.
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