Después de casi dos semanas me aventuré a pasarme por prisión. El ambiente parecía estar calmado y todas las teorías que días atrás tenía, me parecían cada vez más obsoletas e insostenibles. Ni siquiera tenía pruebas.
Aunque a pesar de todas las excusas que me ponía, sabía la razón por la que venía a ver a Jesse. No era solo para seguir interesándome por el trasfondo de su historial, sino también por el anhelo físico que sentía por él. Jamás se me olvidaba lo que provocaba en mí su mero tacto, ni el sabor de su piel o sus labios. Era una necesidad que me consumía y contra la que no podía luchar, aunque quisiera.
Sabía que esto era peligroso e indecente. Que si alguien de mi familia se enteraba no me lo perdonarían en la vida. Pero la realidad era que no me importaba. Todo dejaba de importarme en el momento en el que estaba en sus brazos. En esos momentos tan nuestros, yo era completamente suya.
No me era indiferente el hecho de que una parte de mí quería creer en la inocencia de Jesse para albergar esperanzas de que algún día podría salir de aquel nido de ratas y podríamos hacer lo que quisiéramos, cuándo y dónde quisiéramos.
Cuando entré, los nervios y las ganas aumentaron, casi haciéndome temblar. La anticipación y el saber que lo tenía cerca no hacían sino incrementar mi deseo.
Lo buscaba con la mirada, esperando encontrarme con esos ojos que me hipnotizaban haciéndome caer bajo su hechizo propio.
Entonces lo vi, estaban abriendo las celdas y la suya era casi de las últimas.
—Scarlet, llegas pronto —me di la vuelta para ver a mi padre, que me había sorprendido.
Dándole una sonrisa falsa, me interesé por él.
—¿No tendrías que estar en casa descansando? —pregunté con preocupación. El hecho de que estuviera aquí no podría ser nada bueno. ¿Había pasado algo?
Él suspiró como respuesta.
—Lo sé, hija. Pero hace unos días ocurrió un imprevisto y ahora tengo doble turno, por seguridad, ya sabes.
Fruncí el ceño. ¿De qué hablaba?
—¿Qué imprevisto? —pregunté cautelosa.
—Oh, bueno, nada que no hubiera pasado antes. Un preso de los más peligrosos se hizo con las llaves maestras del recinto y... hubo que tomar medidas —terminó encogiéndose de hombros.
Yo entré en pánico. El único que se había hecho con esas famosas llaves fue Jesse. ¿Significaba eso lo que yo estaba pensando?
—¿Qué medidas, papá? —pregunté con falsa inocencia. Sólo quería confirmar mis sospechas.
Él miró al suelo, evitando mi mirada.
—Sólo le dimos una lección, hija —se excusó él. Para mí eso no tenía perdón. Jesse no se quería escapar, eso lo sabía. Y él más bien que yo.
—Es gracioso, papá —empecé, sin importarme que luego me castigara a mí por lo que estaba a punto de decirle— que vayas predicando fuera de aquí cómo hay que saber perdonar y que la justicia se imparte sola, pero luego en cuanto tienes oportunidad te dedicas a dar palizas a hombres que ya están cumpliendo una condena.
Y me di la vuelta alejándome de él. Me daba repulsión su actitud. ¿Cómo podía fingir tan bien ese lado suyo fuera de aquí? Yo lo tenía por alguien dulce, por alguien honesto. No por un abusón.
Estaba temblando de la impotencia, quería desahogarme con alguien. Pero no sería aquí.
Estaba buscando la salida, me sentía cohibida y mal. Pero de lo despistada que iba pensando, no me di cuenta hasta que me choqué con alguien.
—Lo siento —dije algo distraída, necesitaba salir de aquí como fuera.
—¿Y esas prisas, muñeca? —la voz profunda de Jesse me hizo parar y darme la vuelta para mirarle. Seguía teniendo marcas y cicatrices en su bonito rostro y ahí ya no pude más.
—Lo siento —le repetí esta vez, pero era más sincero que el primero que había dicho y mucho más dolido. Sentía que los ojos se me llenaban de lágrimas e hice un intento por parpadear para que se fueran, pero a diferencia de eso cayeron por mis mejillas, haciéndolas mucho más obvias para él ahora, que me miraba con los ojos abiertos.
—¿De qué hablas? —preguntó esta vez con las cejas fruncidas mientras me miraba. Lo veía mover nervioso las muñecas porque aún tenía las esposas puestas, ya que siempre era yo la que le soltaba las manos con el truco de la horquilla del pelo. Pero esta vez con mi padre aquí no podía arriesgarme. No quería arriesgarme—. Scarlet, ¿qué pasa? —insistió.
Yo lo miraba apenada, sintiéndome todo lo mal que me había sentido en mi vida.
—Siento mucho haberte hecho esto, Jesse —le susurré para que no se me quebrara la voz y lentamente rocé mis dedos índice y corazón por una de las cicatrices en su mejilla izquierda.
Y sin darle oportunidad a que me respondiera, salí de allí. Podía sentir su mirada clavada en mi espalda. Tal vez preguntándose qué acababa de pasar.
* * *
Aquella tarde me encontraba en el apartamento de Marc contándole lo que había descubierto hacía un par de días. Él seguía insistiendo en preguntarme si estaba segura al cien por cien de que había sido él. Y yo quería convencerme de que no había sido él, pero aquella confesión por parte de mi padre fue clara.
—Esto solo me hace pensar —empecé, haciendo que Marc me mirara con atención— en lo que sería capaz de hacer si se entera de todo lo que he estado haciendo a sus espaldas —me mordí el labio nerviosamente.
Oí a Marc suspirar mientras por el rabillo del ojo veía cómo se erguía en el sillón.
—Creo que lo mataría con sus propias manos —a pesar de que él había dicho en voz alta lo que los dos estábamos pensando, la impresión no fue menor.
Esa dura, pero cierta, declaración me hizo mirarlo a los ojos y darme cuenta de la realidad que tenía frente a mis narices. Pondría la mano en el fuego de que la paliza había sido tan brutal que si hubiera seguido lo hubiera matado allí mismo.
Unas horas más tarde salí de allí para encontrarme con el mismo coche que vi el día que Marc vino a mi casa para disculparse. No sabía si era mera coincidencia, pero tampoco conocía a nadie que tuviera un coche así.
Siguiendo el camino a casa, que no estaba muy lejos, empecé a pensar en todo el drama que tenía en estos momentos en mi vida. Me di cuenta de lo mucho que cambiaban las cosas de un día a otro y cómo esos cambios vienen sin previo aviso. Sin que los esperes. Me di cuenta de lo mucho que hacía cambiar a una persona el conocer a alguien de fuera de tu entorno habitual.
No es que hubiera sido una buena influencia antes de conocer a Jesse, pero el hecho de haberme metido en su mundo me había sacado del mío. Y eso era algo que me hacía pensar si tal vez me estaba absorbiendo demasiado.
Tenía que seguir haciendo las cosas que hacía antes, cuando todo era más simple. Mis amigos y yo —Marc incluido— nos conocimos cuando nuestros padres empezaron a ir a la iglesia de esta ciudad. Desde entonces, todas las semanas se reunían un día. Y yo empecé a salir con los hijos de los amigos de mis padres.
Había tenido casi todas mis primeras veces con ellos. La primera vez que fumé maría, la primera relación sexual con el más guapo del grupo, la primera escapada y así incontables primeras veces.
Tenía que volver a ser la antigua yo. La chica que tantos querían pero que tan pocos podían tener, y por un tiempo limitado. Había estado involucrándome con Jesse tanto tiempo que estaba perdiendo lo que era.
Y decidí que hasta aquí había llegado. Aunque eso no significaba que fuese a dejar todo de lado.
Cuando me quise dar cuenta, ya estaba en la puerta de casa. Saqué las llaves de mi mochila y entré, solo para oír a mi madre que estaba fregando los platos.
Le dije que había llegado a casa y subí directa a mi habitación. Ella y yo teníamos tan poco en común que apenas nos hablábamos. Y con el incidente de la marihuana nuestra relación se rompió un poquito más.
Ya en mi habitación me tumbé en la cama y empecé a revisar por si tenía algún mensaje. Pero nada. Ni siquiera de Marc, cosa que me sorprendió.
Dejando de caer el móvil en mi pecho, me quedé mirando el techo en completo silencio. Mi mente divagó hasta que, sin quererlo, me encontré pensando en los ojos de Jesse.
La mirada que me había dado cuando me alejé de él después de haber llorado me partía el alma.
Deseé nunca haberlo conocido, a pesar de que sabía que eso era inevitable. Ya me tenía marcada, después de todo.
Mi madre decidió que era un buen momento para interrumpirme, aunque no estuviera haciendo nada importante.
—Baja un momento, Scarlett. Queremos presentarte a alguien.
Estaba intrigada. ¿Qué estaba pasando?
Ni siquiera me había molestado en cambiarme de ropa. A pesar de que habían pasado unas cuantas horas desde que llegué a casa.
Lo que no me esperaba en absoluto era encontrarme con un chico no mucho mayor que yo sentado frente a mi padre. Tenía el pelo rubio oscuro y por lo que veía hacía deporte, tenía unas espaldas muy anchas.
Conforme me iba acercando a ellos, fruncía el ceño cada vez más. ¿Por qué me daba la sensación de que esto era algo que tenían ellos planeado?
Me senté al lado de mi madre, que miraba sonriente y complacida a este chico. Cuando le vi la cara, me di cuenta de que no estaba nada mal. Tenía una sonrisa perfecta, unos ojos grises preciosos y hasta tenía un hoyuelo en la mejilla derecha.
Demasiado perfecto.
—Bueno, Michael —empezó mi madre dando una palmada para llamar nuestra atención—, explícanos a qué te dedicas.
"Michael" sonrió y me echó un vistazo rápido y volvió a mirar a mi madre.
—Soy médico residente y me he mudado aquí al lado con mi madre.
—¿Vives con tu madre? ¿Qué edad tienes? —no pude cerrar la boca a tiempo y ya tenía a mis padres mirándome con mala cara. Tendría que acostumbrarme a eso de pensar las cosas antes de decirlas, pero era algo que no iba conmigo.
Aun así, a Michael pareció hacerle gracia. Cosa que me hizo sospechar aún más de él y sus intenciones.
—Sí, verás, tiene un problema de discapacidad y tengo que cuidar de ella —me explicó sonriente.
Me quedé en silencio y miré a mi madre de reojo. Ella parecía fascinada por este chico y aún no entendía por qué.
—¿Por qué no te quedas a cenar, Michael? —sugirió mi madre. Ya empezaba con sus estúpidas ideas—. Scarlett se puede quedar aquí contigo hablando mientras David me ayuda a preparar la cena —añadió, tirando del brazo de mi padre para dejarnos a los dos solos.
Y esa era la estúpida idea.
Él centró la mirada en mí mientras se dejaba caer en el sofá.
—Bonito nombre para una chica tan guapa —me guiñó un ojo.
—¿Disculpa? —le pregunté sarcásticamente. ¿Detrás de esos modales de niño bonito se escondía un gilipollas?
—Perdóname, no pretendía hacerte sentir incómoda —Michael se sonrojó y agachó la mirada.
Suspiré, relajándome. Parecía muy... inocente.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunté.
—Veintiseis —me respondió, volviéndome a sonreír y dejándome ver ese hoyuelo tan bonito.
Para ser un chico de esa edad parecía demasiado bueno y creía que eso era lo que tanto les había gustado a mis padres de él. Que no era como todos los otros chicos de su edad que andan por ahí sueltos hormonando sobre las pobres chicas. Aunque a mí precisamente era eso lo que no me gustaba. Yo no quería un niño pequeño, yo quería un hombre. Como Jesse.
—Tus padres me han dado permiso para llevarte a una cita conmigo.
Casi me ahogué con mi propia saliva. ¿Qué cojones?
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