—¿Y yo? ¿No tengo voz ni voto en eso? Porque, hasta donde yo sé, es a mí a quien vas a llevar —le repliqué.
Él solo me ofreció un encogimiento de hombros. Como si no hubiera nada que hacer.
Sabía que mis padres eran conservadores, pero no a tal extremo de querer controlar mi vida al milímetro. Nunca se habían preocupado de buscar pareja sentimental para mí y mucho menos hubiera pensado que empezarían a hacerlo ahora. Aunque una parte de mi no podía evitar reírse ante la idea de que tal vez estaban intentando descubrir si era lesbiana para desheredarme.
Por desgracia, no era lesbiana.
Desechando esas ideas de mi cabeza me centré en el momento. ¿Había dicho que tenía su consentimiento para llevarme a una cita? ¿Y mi opinión? ¿No deberían haberme preguntado a mi antes de suponer nada?
No mencioné nada al respecto durante la cena, no quería drama por una noche. Y menos mal que ninguno de ellos dijo nada sobre el tema.
Al contrario, Michael fue un caballero y nos contó cosas de su infancia y podía ver cómo mi madre estaba planeando nuestra boda en su cabeza.
Miré a mi padre y él parecía aburrido de tanta charla. Pero sabía que no le decía nada porque así mi madre hablaba con Michael y a él lo dejaba tranquilo.
Yo estaba entre mi madre y Don Perfecto, pensando en mis propias cosas. Sabía que tenía que contarle todo esto a Marc en cuanto antes y que él sería sincero dándome su opinión sobre esto. Y por otro lado estaba Jesse.
Ay, Jesse.
Si no lo hubiera conocido tal vez me estaría follando ahora a Michael, aunque el hecho de estar de tonteo con Jesse no me impedía nada. Él estaba encerrado y no habíamos dicho nada de exclusividad.
Aunque sabía que era todo mera fachada. Aunque quisiera no podría estar con alguien que parecía un virgen. ¿Sería Michael tan cristiano como mis padres? A lo mejor eso me excitaría aun más y me incitaría a tentarlo.
Eso era algo que estaba pendiente. Así que me lancé.
—Um, Michael —puse la cara de inocente que tan bien fingía delante de mis padres— ¿crees que podríamos salir mañana? Me apetece conocerte más —le di una sonrisa tímida, de esas que derretían el hielo más duro.
A él parecía que le encantó eso. Era demasiado ingenuo si pensaba que llevaba buenas intenciones con él. Me dio una sonrisa enorme que hizo que se le achinaran los ojos. El chico era adorable, cabía decir, pero tan crédulo.
—Me encantaría —comenzó—. Es decir —rectificó enseguida, buscando la aprobación de mi madre. Me sentía como si estuviera en la Edad Media—, si a tu madre le parece bien que sea mañana.
Miré a mi madre en caso de que tuviera que convencerla. Pero ella estaba sonriendo como si hubiera visto un unicornio.
—Me parece genial.
Al acabar la cena, mi madre convenció a Michael para que se quedara a tomar un café, pero luego cuando le pidió que se quedara un rato más, él declinó la oferta y le dijo que tenía que ir a su casa, que aún tenía mucho desembalaje por hacer y su madre estaba esperándolo.
Menos mal que se fue o habría vomitado sobre su estúpida camisa bien planchada. Odiaba tanta perfección.
Una vez que se fue, mis padres recogieron la cocina y yo me fui a mi habitación desenchufando el móvil del cargador para entrar al baño de mi cuarto y llamar a Marc desde allí. Sabía que, a veces, mi madre se ponía detrás de la puerta a escucharme ya que la pillé un día allí cotilleando.
Estaba obsesionada.
Como no me respondió, decidí mandarle un mensaje diciéndole que todo lo que tenía que contarle era demasiado complicado como para que me entendiese por mensaje y cuando lo leyó me llamó.
—Acabo de ver tu mensaje, Scar, ¿que ha pasado?
Lo escuché un tanto agitado. Como si hubiera estado corriendo.
—¿Estabas follando? —le pregunté sonriendo. El muy condenado tenía suerte.
—Jesús, eres una bruta —fue lo único que respondió. Eso significaba que sí.
—Bueno —dije desviando el tema de él—, no te vas a creer lo que ha pasado esta vez.
—Ya me espero cualquier cosa —me dijo como si nada.
Estaba segura de que esto sí que le iba a sorprender.
—Me han buscado una cita.
Lo oí de toser al otro lado. Sabía que le iba a sorprender. No era para menos.
—¿Lo dices en serio?
—Te lo juro por lo que más quieras, Marc.
—Eso es... pasarse un poco. ¿No crees?
—Marc, deberías saber que mi madre se pasó hace ya mucho. Justo el día que pensó que el mejor castigo para su hija era ir a una prisión donde están los delincuentes más peligrosos del país solo porque su hija hace alguna travesura que otra —le expliqué, haciéndole ver lo obvio.
—Ya... oye ¿y qué vas a hacer? —me preguntó interesado.
—Marc, me conoces. Ya sabes lo que voy a hacer —le dije y le colgué con una sonrisa llena de intenciones indecentes.
* * *
Me estaba preparando para la cita con Michael. La verdad era que no me interesaba en absoluto, pero ¿quién dijo que no podía divertirme un rato? Esta era la ocasión perfecta. Como sabía que mi madre no aprobaría ciertas... prendas de vestir, me puse un jersey encima de la camisa escotada que llevaba, y eso le sería más que suficiente.
—Estás preciosa, hija —apremió ella desde la puerta de mi habitación mientras me cepillaba el pelo frente al tocador—. Michael parece un buen hombre para ti.
Rodé los ojos antes de darme la vuelta en mi asiento y darle una de las sonrisas más falsas que le había dado alguna vez a alguien.
—Lo sé, mamá. A mí también me gusta —le mentí y me volví a girar. La escuché suspirar y noté que se acercaba por detrás, para quitarme el cepillo de la mano y peinarme ella.
—La verdad es que llevamos tiempo intentando organizar una cita para vosotros, pero simplemente no sabíamos cómo —¿disculpa? ¿De qué estaba hablando?—, así que hablamos con la madre de Michael y a ella se le ocurrió.
Sabía que mi madre era mala, lo que no sabía es que era una hija de puta. ¿Cómo podía ser tan frívola y querer mangonear mi vida de esa manera? Notaba la ira, pero me contuve. No podía montarle ahora una escena. En vez de eso me vengaría de todos ellos. Sabía que meter a Michael en mi trampa no era justo, pero ¿y si él sabía de todo esto tanto como ellos? Tenía que asegurarme.
—Bueno, mamá, es mejor que me vaya, no quiero llegar tarde —me levanté para salir de allí. Si no lo hacía no podía confiar en mi autocontrol y probablemente me pondría a gritar como una loca.
Tenía unos padres retrógrados que vivían en el siglo XVI y yo no podía aguantar eso. No más.
—Oh, no te preocupes por eso —comentó, animada—. Le he pedido a Michael que venga a recogerte.
Nada más oír esas palabras me entró un tic en el ojo. Mi madre me estaba poniendo de los nervios.
No sabría si aguantaría un minuto más en aquella sala con mi madre mirándome toda sonriente y feliz como si le hubiera tocado la lotería. Yo suspiraba cada cinco minutos y cada segundo me parecía una eternidad. Esperar me aburría. Y parecía que nunca iba a llegar el momento de salir de allí.
Intenté distraerme contando hasta cien, luego doscientos. Y cuando ya casi estaba a punto de explotar, vi un jarrón verde que parecía ser nuevo. Era de cristal y la luz que incidía sobre él lo hacía más bonito incluso. No sabía por qué, pero me calmó. Me recordaba al color de los ojos de Jesse. Y, sin esperarlo, un sentimiento de culpabilidad me inundó.
Me enfadé por eso porque Jesse y yo no éramos nada. Hacíamos ciertas.... cosas juntos, pero eso no nos convertía en nada ni cambiaba nada entre nosotros.
Simplemente nos divertíamos.
Me sacó de mis pensamientos unos golpes en la puerta. Y deduje que sería Michael. No podía ser nadie más.
Aliviada porque por fin me libraba de mi madre, me levanté de un salto y fui yo misma a abrir la puerta.
Michael estaba cabizbajo y cuando se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, levantó la mirada.
Sus bonitos ojos grisáceos me saludaron con un brillo que no había visto la noche anterior y pensé en cómo cambiaban las cosas cuando las veías con una luz distinta. No pude evitar devolverle la sonrisa. Era contagiosa.
No me había percatado de que mi madre estaba detrás de mí hasta que Michael la saludó.
—Buenas tardes, señora Faye.
Yo no quería que se pusieran a hablar, así que, interrumpiendo la futura conversación, hablé yo.
—Michael, ¿nos vamos ya? —la prisa se me notó en la voz por la impaciencia que sentía.
—Sí, sí, claro. Vamos —me respondió cogiéndome la mano y dándome un suave apretón.
Traía su coche, un Range Rover blanco que me pareció demasiado... extravagante. Él se rio al verme mirar el coche.
—Pagan bien en el hospital —fue su comentario.
Yo rodé los ojos. El clasismo, por desgracia, seguía existiendo. Y más por esta zona. Pero no me quejaba. Tal vez podría... sacar algún beneficio de este juego con Michael.
—¿Cómo de bien? —pregunté interesada. Realmente interesada.
—Esa es otra historia. ¿A dónde te apetece ir? —me preguntó, cambiando de tema.
—¿Por qué no me sorprendes? —le pregunté con una sonrisa—. O mejor, lo intentas —le guiñé el ojo para que supiera que era broma. Pero aun así no lo pilló.
Durante el trayecto, aproveché y me quité el incómodo suéter. Además de que la camisa era bastante bonita con el borde de encaje que llevaba, que resaltaba mis pechos. Y eso no le pasó desapercibido a Michael, que tragó saliva y lo pillé mirándome de reojo.
Lo que no me esperaba en absoluto era que me llevara a una... heladería.
Este hombre era más inocente e infantil de lo que en un principio supuse. Y en ese momento me arrepentí de no haber hecho una apuesta con Marc sobre este chico siendo virgen a los veintiséis años.
Estaba segurísima de que hubiera ganado yo.
Miraba a Michael de comerse un helado de chocolate mientras yo solo lo miraba intentando que no me diera asco. O que al menos no se me notara en la cara.
Tenía las comisuras manchadas y parecía totalmente un niño pequeño. Yo, en cambio, me sentía como una persona mayor cuidando de su nieto.
Disimulando una tos y mirando a otro lado noté la mirada de un grupo de chicas que miraban con interés a Michael. Me pareció curioso, porque el hombre precisamente no se estaba portando como un caballero y yo realmente me sentía como la damisela en apuros. Internamente rogaba que alguien me salvara de él.
Cuando se terminó el helado y se limpió la boca para mi alivio, me miró y me sonrió.
La verdad es que era bastante atractivo, pero todo lo que ganaba con el físico lo perdía con la actitud que tenía. Decidí ponerlo a prueba siendo atrevida con él.
—Y, cuéntame Michael. ¿Cómo te ha ido en el amor? —empecé siendo indirecta. Tampoco quería espantarlo o, peor, enfadarlo y que le fuera con el chisme a mi madre.
Él pareció sorprendido por la pregunta, lo que me hizo dudar si era gay.
—Y-yo, bueno —habló nervioso, por lo que puse una mano encima de la suya para hacerle creer que de verdad me importaba y que podía confiar en mí—, no he tenido muchas parejas, ya sabes.
—¿Una? ¿Dos? —pregunté. Se notaba que no estaba acostumbrado al tacto de una mujer. Se puso rígido en cuanto subí mi mano a su muñeca.
—Una —asintió con la cabeza.
—¿Y qué os pasó? —pregunté esta vez interesada.
—B-bueno —empezó a tartamudear de nuevo. Y me pregunté si tal vez era así o solo cuando se ponía nervioso, lo que parecía ser cuando estaba yo con él.
—Tranquilo —le animé dándole una sonrisa—, puedes confiar en mí —le dije. A ver si así dejaba de tartamudear porque me estaba poniendo nerviosa.
—Se acabó porque ella.... ella quería sexo y yo soy muy fiel a mis creencias y le dije que no haría nada con ella hasta la boda—finalizó.
Eso me sorprendió menos de lo que debería haber hecho. Nuestras familias parecían ser de la misma condición, a pesar de que Michael había crecido igual de ciego y yo había sido de las pocas que —junto con Marc y los demás— había abierto los ojos a la realidad.
—Bueno —le dije—, te entiendo —esperé a ver su reacción para seguir hablando. Él suspiró y se relajó visiblemente. Después me sonrió—. Pero, eso podemos hacerlo distinto tú y yo —acabé la frase, no muy segura de cómo se lo iba a tomar.
Por la expresión que me puso: no muy bien.
—N-no sé, Scarlett, y-yo no soy así —soltó su mano de la mía y supe ahí que había cruzado los límites. Pero también sabía cómo volver a tener yo el control.
—Me gustas de verdad —le interrumpí el tartamudeo. Le miré fijamente a los ojos esperando que él hiciera lo mismo. Y acerté porque no tardó mucho en fijar la mirada con la mía—. Y creo que estamos de acuerdo en que podemos hacer la espera más... interesante. ¿No crees? —le di una sonrisa pícara sin apartar la mirada de la suya y vi cómo su manzana de Adam bajaba y subía por su garganta. Por lo que aproveché y me acerqué más.
Estaba a punto de darme por vencida cuando, en el momento más inesperado, me respondió.
—Si es contigo creo que sí puedo hacerlo.
Sonreí triunfante. No sabía que me gustaba corromper a la gente hasta que tuve a este primero comiendo de la palma de mi mano.
Esto sería divertido e interesante.
Y no podía esperar a disfrutarlo.
—¿Y si empezamos hoy? —le sugerí.
Él tragó saliva fuertemente.
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