No me tomó mucho tiempo convencer a Michael para que nos llevara a su casa. El hecho de que fuera mi vecino no cambiaba nada sobre lo que tenía pensado hacer con él. De todas formas, mi madre pensaba que era un chico decente que respetaba las normas de su religión, pero yo estaba a punto de hacerle descubrir que Dios era mujer.
Iba dándole pistas sobre lo que iba a ocurrir ahí dentro tocándole las piernas mientras conducía, la cara interna de los muslos y por cómo reaccionaba, estaba a punto de explotar.
Lo veía nervioso por su forma de actuar; movía los ojos de un lado a otro y tragaba saliva continuamente. Todas las señales de que era virgen estaban ahí. Le sudaban las manos y se tiraba del cuello de la camisa continuamente. Y cuando estuvimos frente a su puerta el tintineo de las llaves en sus manos era tal que parecía una campana.
Como vi que no atinaba a meter la llave en la cerradura —sin poder evitar reírme por el doble sentido de la frase— le quité las llaves de la mano y abrí yo misma la puerta.
Su casa estaba decorada como la de mi difunta abuela y era evidente que allí vivía una persona mayor. El olor a viejo era innegable. Además de las cortinas tan opacas. Y todo tan... chapado a la antigua.
Me di la vuelta para encararlo, antes de arrepentirme de haber ido allí, y me acerqué a él en dos simples pasos.
Estaba allí pegado a la puerta, como si quisiera salir corriendo.
Sin él esperarlo, con mi dedo índice enganché el cuello de su camisa y tiré de él hacia mí. Tal vez con demasiada fuerza, o porque él hizo resistencia echándose hacia atrás, el primer botón de la prenda saltó, revelando un pecho bastante trabajado y de aspecto cuidado.
—Y-yo —empezó a tartamudear de nuevo y yo no pude evitar interrumpirlo esta vez.
—Ni lo pienses —estaba decidida. No había vuelta atrás.
Me puse de puntillas apoyándome en sus hombros para besarlo. Al principio fui benevolente y suave con él para que tomara confianza, pero pronto estuvimos profundizando el beso. Yo necesitaba más.
Estábamos sin respiración y las manos de Michael ya estaban por todo mi cuerpo. Aprendía rápido y eso me gustaba. Aunque a veces se pasaba apretando.
Y de repente se apartó.
—Vamos arriba —enunció esta vez sin trabarse. Eso era ya un milagro. Estaba sorprendida, en el buen sentido, porque creía que me diría que no podía y que estaba arrepintiéndose. Y resultaba que tenía más ganas de esto que yo.
Tiró de mi mano hacia la parte superior de la casa y me llevó a la habitación del final del pasillo y cerró la puerta detrás de él. Después se sentó en la cama.
Yo aproveché para colarme entre sus piernas y me fui desabrochando la camisa botón a botón, desvelando el sujetador tan bonito que me había puesto aquel día, conjuntado con las braguitas. Pero eso era algo que él aún no sabía.
Me miraba extasiado, como si fuese una criatura de otro mundo. Yo solo esperaba que no se corriera en los pantalones antes de empezar la verdadera diversión.
Lo empujé del pecho para que se tumbara en la cama y obedeció. Me gustaba el hecho de que fuera tan dócil y sumiso, me gustaba mandar a mí. Y siempre mandaba yo.
—Vas a disfrutar como nunca en tu vida, guapo —le susurré contra sus labios.
Parecía que hiperventilaba y sabía que, en realidad, le gustaba todo esto. Para él era prohibido, y supuestamente para mí también, pero eso solo lo hacía más excitante. Aunque no tanto como lo era con Jesse. Esto se sentía como una simple travesura, pero con Jesse... me sentía como una delincuente.
Michael tiró de mí para besarme bruscamente y me sacó de mis pensamientos. Ambas por la sorpresa y la brusquedad de sus actos. Todo me excitó y me olvidé de Jesse.
Le devolví los besos igual de fervientemente que él me los daba y a los pocos minutos ya estaba yo desnuda completamente y él en sus calzoncillos.
Sus manos apretaban mi trasero y yo no podía hacer otra cosa que moverme y frotarme contra él mientras nos besábamos y le clavaba las uñas en los hombros y le tiraba del pelo.
Él me miraba con los ojos entrecerrados y gemía contra mi boca una vez que dejamos de besarnos. No quería que acabara tan pronto y pare de moverme. Eso lo dejo perplejo y confundido. Pero antes de que pudiese hablar le puse mi dedo índice sobre los labios y empecé a moverme de nuevo sobre él lentamente.
Le cogí de la cara clavándole las uñas para que me mirara. Esto no era lo que yo quería. Esperé a que abriera los ojos para hablarle claro.
—A ver, niño de mamá, te quiero dentro de mí. Y ya —le dije lenta pero claramente, intentando no gemir. Quería demostrarle quién mandaba aquí. Por si aún no lo había entendido.
—C-creo que eso ya es demasiado... ah —lo intenté distraer de esa idea apretándole más la cara hasta el punto de casi hacerle sangrar y pareció funcionar, porque sus manos volvieron a mi cintura y me empujó sobre su eje él mismo, haciéndonos gemir a los dos.
—¿Tienes un condón? —le pregunté entre gemidos. Él abrió los ojos como asustado y negó con la cabeza.
—Sabes que no, Scarlett. No podemos utilizar anticonceptivos —maldito sea él y su extrema fe.
Por desgracia yo no había pensado en eso, ya que estaba acostumbrada a los otros chicos, y no había traído ninguno conmigo. Pero tampoco sabía si arriesgarme. Sabía que Michael no aguantaría mucho y dudaba que me avisara de que se iba a venir. Probablemente fuera su primer orgasmo incluso. Lo que me apenaba más todavía.
Lo volví a besar mientras que una mano furtiva fue hacia el elástico de sus calzoncillos y tiré hacia abajo, liberando a la fierecilla que pedía salir.
Era grueso y estaba caliente y tras bombearlo un par de veces con mi mano, en las que casi se me corre encima, lo introduje dentro de mí y ambos suspiramos ante la sensación.
Lo miré a él que tenía cara de estar sufriendo y, mordiéndome el labio, empecé a moverme lentamente arriba y abajo, cosa que le hizo sisear y dejarse caer en la cama llevándose las manos a la cara.
Continué un poco más rápido y haciendo las embestidas más cortas. Me agarró de las caderas haciéndome frenar y volvió a su posición inicial para enterrar la cara en el hueco de mi cuello.
Aproveché que no podía moverme de arriba abajo para hacerlo de lado a lado haciendo un círculo con mis caderas. Lo sentí gruñir contra mi piel y morder, lo que me hizo perder el control un poco e ir más rápido. Quería acabar ya, a pesar de lo bien que se sentía llevar el control sobre alguien.
Lo escuchaba de rogar que parase, que era demasiado para él, pero yo ya no podía parar y a pesar de lo que él decía sus movimientos me decían lo contrario. Movía las caderas con las mías y su agarre cada vez era más firme y me empujaba sobre él para llegar más profundo en mí.
Estábamos empapados en sudor y yo estaba al borde. Ya no me importaba él, me importaba solo el hecho de venirme yo.
No sabía si Michael me había avisado o no pero cuando me quise dar cuenta él ya se había corrido. Dentro de mí.
No fue hasta después de mi liberación cuando me di cuenta y ya era demasiado tarde para reprochar nada. Yo había sido la que le había empujado a esta situación.
Tendría que buscar algo antes de que un bebé inesperado e indeseado apareciera en mi vida. Y no podía enterarse nadie.
* * *
Michael y yo nos volvimos a subir al coche sin mediar palabra alguna. Claro, que eso fue después de asegurarnos que habíamos quitado la mayor parte del olor a sexo que habíamos dejado en la habitación y después de revisar que estábamos medio presentables.
Sabía que se arrepentía por el ceño fruncido tan prominente que llevaba en la cara. Pero yo no me arrepentía de nada salvo de no haber tenido un condón conmigo.
Habíamos acordado en dar un par de vueltas con el coche, ya que lo había aparcado en el otro lado de la calle para que no nos vieran ni sospecharan. Y después me dejaría en la puerta de mi casa.
—N-no deberíamos volver a hacer e-eso —habló él cuando paró delante de la puerta de mi casa—. Al menos, hasta d-después del matrimonio —suspiré, porque ya me daba igual él y que pensara que nos íbamos a casar. Lo había utilizado y él había dado por hecho que lo nuestro iba a ir más allá. Ni en broma, niño bonito.
—Ya, bueno —le dije un tanto seca, no tenía ganas de hablar y menos con él—. Sobre eso, no es buena idea. No congeniamos bien, Michael —lo miré después de terminar de hablar y le vi los ojos abiertos un tanto sorprendido.
—P-pero yo —empezó él. El tartamudeo solo me enfadaba más, así que lo detuve.
—No, Michael. Se acabó —y abrí la puerta para bajarme del coche.
Mis padres no estaban en casa para mí suerte y pude ducharme tranquila. El sexo con Michael había sido de lo más vainilla que había tenido en la vida. Y yo no me conformaba con eso.
Estaba atardeciendo y yo estaba sola en casa. No sabía con qué distraerme ya. La tele me aburría, había revisado las redes sociales como unas veinte veces y nada interesante. Entonces me pregunté, ¿qué estaría haciendo Jesse en estos momentos?
Recordé el día en el que mi padre me llamó desde la cárcel. ¿Y si probaba a llamar yo? A pesar de que no estaba segura si me dejarían hablar con Jesse por la hora que era. Las visitas se acabaron temprano en la tarde, pero le echaba de menos.
Así que me arriesgué.
Me fui a mi habitación y miré el registro de llamadas y cuando vi aquel número tan largo y desconocido, sentí la adrenalina recorriéndome de arriba a abajo.
Sin pensármelo dos veces, le di a llamar. Me mordía el labio, nerviosa, mientras oía los pitidos y esperaba que alguien contestara.
—Centro Correccional Metropolitano, ¿quién es? —una voz grave y profunda contestó al otro lado. Se me enganchó la respiración en la garganta porque no sabía qué decir. Así que improvisé.
—Em, s-soy Marie —dije el primer nombre que me vino a la cabeza. No quería arriesgarme a dar mi nombre real en caso de que le dijeran a mi padre que su querida y adorada hija había llamado fuera de horario de visita para hablar con un preso en concreto—. ¿Se puede poner Jesse Stevenson? —crucé los dedos pidiéndole a lo que sea que estuviera ahí arriba que no sospecharan nada.
—Señora, tendría que haber llamado en horario de visita. Es de cinco a seis de la tarde —me dijo el guarda, que cada vez parecía más enfadado. Yo no me di por vencida.
—Lo siento, es que el horario en mi trabajo es muy estricto y no pude llamar antes —tenían que darme un Oscar por esto. Me las había ingeniado para poner tono de afligida y la excusa era bastante banal y creíble.
—¿De parte de quién? —lo oí suspirar después de preguntar. Celebrando la victoria silenciosamente, intenté pensar rápido en una respuesta buena.
—Su mujer —fue lo primero que me cruzó la mente. En cuanto me di cuenta de lo que había dicho, me mordí el labio. Estaba jugando con fuego.
Escuché gritos que no alcancé a entender y tras unos minutos esperando en los que creía que me iban a colgar, lo escuché por fin.
—Ya no puedes pasar ni un día sin verme o escucharme, ¿eh, preciosa? —habló bajito solo para nosotros dos, creando un ambiente íntimo, aunque estuviéramos simplemente hablando por teléfono.
—¿Cómo sabías que sería yo? —le pregunté fascinada. Yo estaría perdida en su lugar, sin saber quién podría ser.
—Sólo conozco a una chica posesiva que se inventaría que es la mujer de alguien, y ¿adivina qué? —lo oí reírse brevemente— Acerté, eres tú.
Me conocía tan bien que me daría miedo, pero él me hacía sentir segura por alguna extraña razón.
Antes de que pudiese decir algo, se me adelantó.
—Y puede que no tenga la libertad por ahora, aunque sea la condicional, pero nada de lo que haces queda oculto para mí, Scarlett Faye. Desde el primer día que puse mis ojos en ti.
Y antes de que pudiera responder, ya me había colgado.
Ahora sí que tenía miedo.
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