Beirut, Líbano. 13 de abril de 1999, 12:30 am
Big Boss estaba muerto. El mundo entero lo sabía. Pocas semanas después de su bochornoso encuentro en el cementerio de Arling, hacía ahora cuatro años, se encendieron todas las alarmas. La nación-fortaleza africana de Outer Heaven amenazó al mundo libre con armas de destrucción masiva. La situación no pasó a mayores porque un valiente soldado de FOX-HOUND, nombre en clave “Solid Snake”, consiguió ajusticiar heroicamente al despótico líder de Outer Heaven… quien resultó ser el mismo Big Boss que envió allí a Solid Snake en primer lugar. Eli había desistido en su intento por comprender qué retorcido plan había ideado su padre para que esto fuera posible; ya no importaba. Era evidente que salió mal. La amenaza nuclear fue neutralizada y la propia nación había sido reducida a escombros por la OTAN. En su momento no recibió la noticia con júbilo. Sí, Big Boss había muerto, pero no como debía. No por su mano. Le atormentaba no haber podido cumplir su promesa, pero esa no era la peor parte. Estaba convencido de que el tal Solid Snake, el paladín admirado por todos, no era otro que su gemelo. El clon superior, la persona que confirmaba a Eli como un simple subproducto. Todo su rencor se focalizaba ahora en ese hermano al que nunca había visto, un hombre que le había negado la identidad y cualquier oportunidad de venganza.
De modo que la sorpresa fue mayúscula cuando escuchó los primeros rumores. Rumores que el SIS (Servicio de Inteligencia Secreto) captó y que contradecían el relato oficial. Parcialmente. Sí, Outer Heaven ya no existía, toda su estructura fue desmantelada y los activos, tanto económicos como humanos, fueron redistribuidos. Pero según la nueva información, Big Boss logró escapar con vida.
No se hubiera dado mayor crédito a la historia si no fuera por dos factores: primero, la información provenía de un antiguo general de Outer Heaven, alguien cercano a Big Boss. Segundo, el confidente solo hablaba cuando creía estar en la intimidad de su círculo de amistades, y ni siquiera entonces decía mucho, como si estuviese guardando –bastante mal– un secreto. Esto parecía descartar que se trataran de delirios suyos, o que el general fuese alguien que no aceptara la realidad. A pesar de todo, los rumores eran vagos y poco específicos. Aquello requería una investigación en profundidad, y ningún organismo de inteligencia querría perder la ocasión de apuntarse un tanto.
La misión recayó en Eli por un golpe de suerte. Por supuesto, nadie en el MI6 conocía su interés personal en el posible paradero de su padre; el parentesco era información clasificada del más alto nivel. Pero se daba la circunstancia de que el involuntario informador había elegido Beirut para su retiro, y Eli tenía más experiencia que nadie en la zona. La temporada que pasó degradado en Líbano acabó siendo una bendición.
No pisaba suelo libanés desde hacía años, pero se sintió como en casa nada más llegar. El clima cálido, el ambiente, y hasta los olores le traían recuerdos de tiempos más simples. Pero aquella zona de Beirut no estaba devastada por la guerra o el terrorismo, nada más lejos. El propósito de la misión era sonsacar información a Dirty Duck, único nombre por el cual se conocía al indiscreto general superviviente de Outer Heaven. Al parecer Duck malgastaba su pequeña fortuna en uno de los barrios más opulentos de la ciudad, el tipo de lugar construido exclusivamente de cara a la clase acomodada, sobre todo turistas. Los hoteles de lujo eran la norma y la mayoría atraía a su clientela con un marcado estilo occidental. Era en uno de ellos, el Le Gray, donde Eli debía encontrarse con su enlace, un agente del Mossad. En realidad los israelíes fueron los primeros en conocer el desliz de Dirty Duck, que posteriormente se filtró al MI6. El Mossad aceptó a regañadientes la colaboración.
Eli esperaba sentado en un sillón del gran hall del hotel, lo más alejado posible de la recepción. Tenía una buena posición, desde ahí veía el gran ventanal que daba a la calle y también la vanguardista cristalera interior. Era temprano, pero el flujo de personas allí hospedadas era constante, todos con aspecto de pasarlo bien y gastar dinero. Una joven con gafas de sol y una extravagante pamela se le acercó arrastrando una maleta. Probablemente otra turista queriendo entablar conversación; sería la tercera esa mañana. Aunque las otras dos eran mujeres mayores. Al parecer pensaban que Eli proveía algún tipo de servicio oficioso del hotel; no estaba seguro de qué. En cualquier caso se dispuso a despachar también a la muchacha.
—Antes de que preguntes: no, no tengo tiempo para acompañarte a tomar un café, ni doy masajes.
—Ajá… —La chica comprobó que no había nadie cerca y le tendió la mano—. Dhalia Wosniak. Instituto de Inteligencia y Operaciones Especiales israelí. Usted debe ser el agente White.
Eli se tragó la vergüenza y estrechó la mano tendida. La chica era incluso más joven de cerca. La observó. En la instrucción había sido entrenado para aprender a hacer juicios de valor inmediatos y certeros, a cultivar un instinto para interpretar bien las primeras impresiones. Aquella muchacha parecía inocente y dulce, el tipo de persona que no dura mucho en este oficio. Vestía una vaporosa blusa amarilla y una falda larga, ropa nada apropiada para el trabajo de campo (era cierto que él mismo iba de paisano, acorde al estatus de la gente que frecuentaba ese sitio: una camisa y pantalones morados confeccionados a medida, más un chaleco y corbata blancos, todo de marca. Pero los hombres lo tenían más fácil que las mujeres para llevar algo elegante además de funcional).
—Agente Wosniak. Siento el malentendido, no esperaba…
—¿Una mujer? —sonrió—. Estamos a las puertas del siglo XXI, señor White. Las mujeres conforman el 20% del Mossad, y la cifra no para de crecer. Confío en que mi sexo no sea un problema.
—No recuerdo haberme quejado. Y yo confío en que sus superiores hayan enviado a alguien competente.
Visiblemente incómoda, pero solo durante un momento, Dhalia pareció reconsiderar cómo dirigirse a él.
—Acepto sus disculpas. Bueno, podemos dar por zanjadas las presentaciones. Vamos a trabajar.
Se dirigió a la recepción. Eli la siguió dos pasos detrás sin entender bien qué pretendía. Dhalia habló por ambos.
—¡Buenos días! Queremos reservar una habitación. A poder ser de cara al mar. Ya sabe, queremos algo romántico —dijo, soltando una irritante risita mientras estrechaba contra sí el brazo de Eli.
—Por supuesto, señora. Cama de matrimonio, entiendo —el recepcionista les miró con complicidad.
—Ya lo creo. ¿Tan evidente resulta? —De nuevo acompañó la frase con la risita. Eli la imitó para no parecer completamente idiota y fuera de lugar, aunque fue justo como se sintió.
—¿Qué les parece la suite 213? Tiene unas vistas estupendas.
—¿No tendrán una más arriba por casualidad? —pidió Dhalia.
—Pues… sí. Están de suerte. La número 313 ha quedado libre hace unos minutos.
—Perfecto, gracias. Nos la quedamos.
El recepcionista les hizo entrega de las llaves y subieron al ascensor. Dhalia se quitó la pamela y las gafas de sol. Tenía una melena castaña peinada toda hacia un lado y unos grandes ojos verdes. Era fácil a la vista. Eli aprovechó para ponerse al día.
—¿Qué estamos haciendo exactamente?
—Vamos a nuestra suite, claro. Dirty Duck se aloja aquí, en este hotel. Eso sí lo sabía, ¿no? Nuestro apartamento está justo debajo del suyo; una pequeña e inesperada ventaja. Llevo días monitorizando al cretino. Con usted presente puedo intervenir si no hubiera otra opción. Es usted el músculo de esta operación, ya me entiende. ¿Es que no les informan de nada en el MI6? —Dhalia le miró con fingida extrañeza.
—Se supone que mi contacto en el Mossad se encargaría de eso.
—Vaya. Eso no es nada profesional. ¿Es su primera misión?
—¿Es una broma? —la chica actuaba como si llevase el mando de la operación. Empezaba a irritarle—. Eso en todo caso lo debería preguntar yo. Por su aspecto debe estar recién salida de la instrucción.
—Oh, es muy amable, pero no soy tan joven. He tenido unos cuantos rodeos, no se preocupe. Tiene gracia que comente mi edad, que por supuesto no pienso darle. Hoy es mi cumpleaños, sabe.
—13 de abril. Hoy es también la Yom HaShoah, ¿no es así?
—Vaya. ¿Familiarizado con la tradición? Sí, esta vez ha coincidido. Hoy todos los judíos recordaremos los horrores del Holocausto el mismo día que cumplo años. Es apropiado, o así lo veo yo. Un recuerdo por aquellos que no pudieron envejecer. Y tutéame.
—Ya… como quieras.
El ascensor seguía subiendo con mortificante lentitud.
—Dime, ¿a qué venía eso de dar un “masaje”? ¿Esperabas a alguien más ahí abajo?
—He tenido varias proposiciones esta mañana. Varias mujeres.
—Pues no lo entiendo. Te habrán confundido con otro —reiteró, dando un exhaustivo repaso visual a Eli.
—Centrémonos, agente Wosniak. ¿Qué información manejáis del objetivo?
—El tipo es un balbuceante despojo humano. Deberían llamarle Dirty Drunk —Dhalia se sonrió de su propia ocurrencia—. La principal razón por la que estamos aquí es que, desde la filtración, ha sido imposible sacar algo coherente solo escuchando a escondidas. El tiempo que pasa consciente lo pasa borracho.
—¿Entonces no hay nada nuevo? ¿Nada sobre el paradero de Big Boss?
—Oh, por favor. Eso es un bulo, estoy segura. Nadie confiaría información privilegiada a nuestro Drunk. Vamos a desenmascarar a un caradura, eso es todo.
El ascensor tuvo a bien llegar a su piso y se instalaron en la suite, un apartamento de paredes color crema, grandes ventanas, y suelos con parqué de láminas hexagonales, ribeteados con densas alfombras de lana. Techos altos con espectaculares acabados de madera constituían formas geométricas concéntricas. En el salón había un par de sillones y un sofá semicircular alrededor de una mesita. Cerraron la puerta con llave y comprobaron que todo estaba en orden. Dhalia sacó de su maleta un maletín más pequeño todavía, como si de muñecas matrioshka se trataran. Lo puso en la mesa y lo abrió en un ángulo casi recto, como un ordenador portátil de diez centímetros de grosor. Dentro del maletín había todo tipo de instrumentos electrónicos integrados, incluida una pequeña pantalla cuadrangular y cóncava en la mitad vertical. Nada de aquello tenía aspecto industrial, más bien parecía de construcción casera.
—¿Qué es eso?
—Vamos a recoger la cosecha de ayer.
Apretó un botón y una imagen muy distorsionada en blanco y negro apareció en la pantalla. Luego tiró de un fino cable enrollado, conectado al maletín por un extremo y con algún tipo de ventosa en el otro. Ayudándose con una mano apartó su melena al lado contrario dejando al descubierto una sien rasurada, y apretó contra ella la ventosa. El efecto era parecido al conector de un encefalograma. Dhalia puso cara de concentración, y entonces la imagen monocromática de la pantallita cuadrada empezó a moverse entre fogonazos de estática. En ella se veía, a duras penas, una habitación parecida a esa en la que estaban. La imagen se movió. Recorría la cocina, los pasillos, el comedor. Por un instante la figura borrosa de un hombre se cruzó, ajeno a lo que fuese que estuviese grabando y emitiendo aquello. A continuación apareció la terraza en pantalla. Era la perspectiva que tendría alguien asomándose al vacío. Y la imagen fue más allá, pero en vez de caer sin control dio la vuelta en el aire y se desplazó a la terraza del piso inferior.
—Oh. Abre la ventana, White.
Eli así lo hizo, y sintió el zumbido casi imperceptible de algún tipo de bicho, quizás un abejorro. En efecto, algo minúsculo entró volando en el apartamento, zumbando hacia la agente Wosniak. Pero no era nada vivo. Eli se acercó para ver mejor aquella cosa, que se había posado en la mano extendida de la joven. Hizo el gesto de cogerlo y miró a Dhalia, que asintió dando permiso.
—Adelante, pero sé delicado.
Eli lo sostuvo entre sus dedos. Medía poco más de un centímetro de longitud, tenía cuatro alas rectangulares de plástico y otras tantas patas de metal, todo anclado a dos piezas planas similares a un chip de silicio que simulaban el tórax y el abdomen. Algo que solo podía definirse como una diminuta lente formaba lo que sería la cabeza del artilugio. «¿Una cámara de vigilancia?», pensó Eli. En conjunto, el pequeño autómata tenía el convincente aspecto de un insecto.
—He visto algún micro-robot en Londres, pero apenas podían volar. Esto es asombroso. Y lo manejas mediante algún tipo de control remoto… ¿mental? Nunca imaginé que el Mossad tuviese acceso a algo tan avanzado.
—El maletín amplifica los impulsos eléctricos de mi cerebro y los traduce en movimiento. El pequeñajo tiene sensores capaces de captar esas frecuencias a un radio de cincuenta metros. Lo llamo zángano.
—¿No te preocupa ir revelando secretos de Estado a agentes extranjeros? Esta tecnología no debe ser el estándar en Tel Aviv. —El “zángano” zumbó y salió volando hacia su dueña.
—Te digo lo que hace, no cómo. Además, estas cosas no las regalan en Tel Aviv ni en ningún sitio. Es un proyecto personal, lo fabrico en mi tiempo libre —se mordió la lengua—; ya he dicho suficiente.
—Eres un cerebrito, ya veo.
—Mi abuelo trabajó con Ernst David Bergmann. La mía ha sido una familia de científicos desde entones, aunque yo haya elegido otra rama.
—¿Bergmann? ¿El padre del programa nuclear israelí en los años 50?
—El mismo. Y para tu información, estuve trabajando en América antes de ser reclutada; un par de años en DARPA (Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa). Me verías con otros ojos si te contase el tipo de cosas que hacía allí. Qué pena de ADC (acuerdo de confidencialidad). Pero mi país me necesitaba, y el trabajo de campo es gratificante.
—Así que lo llevas en los genes… Tu invento es estupendo para el espionaje, pero sigo sin entender de qué nos sirve ese bicho en este momento.
—La cámara del zángano tiene micrófono. No de la mejor calidad, pero a estos tamaños es lo más que puede ofrecer la tecnología existente.
—¿Y qué? ¿Lo vas a llevar de vuelta con Duck hasta que diga algo interesante?
—Todavía no. El zángano también tiene memoria ROM miniaturizada, un nuevo tipo de EFROM en el que llevo tiempo trabajando. Puede grabar hasta tres días ininterrumpidos, luego empieza a sobrescribir. Y el procesador soporta programación básica. Es capaz de obedecer comandos relativamente sencillos. Lleva desde ayer en modo seguimiento, y no se ha despegado de Dirty Duck. Ha escuchado y visto todo lo que él ha dicho y hecho. Y ahora nos enteraremos nosotros… si tenemos suerte y el archivo no está corrupto. Es todo bastante experimental, no está depurado.
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