"Ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad, pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad".
— H. P. Lovecraft
Kabul Septentrional, Afganistán. 10 de enero de 2001, 05:15 pm
En los albores del nuevo milenio la Unidad de Fuerzas Especiales High Tech FOX-HOUND sólo existía sobre el papel. Era un concepto, un grupo con líder pero todavía sin miembros constituyentes. Pura e indeterminada potencialidad. Sí, tenían en la reserva un puñado de Fuerzas Especiales de Nueva Generación, y habrían de llegar aún más, pero ellos no contaban.
Por contra FOX-HOUND USB, el restaurado Cuartel General de FOX-HOUND, estaba casi operativo. Ocelot solía mencionar que Liquid tenía misteriosos benefactores en las más altas esferas, probablemente hombres de cierta edad, influenciados por una idea romántica de la Guerra Fría y Big Boss. Recomponer la malograda unidad de aquel, ahora con su descendiente al cargo, debía parecer un buen propósito a sus ojos. Así, los mecenas no escatimaban en gastos y la base de operaciones, sin modificar su inusual situación geográfica, estaba siendo remodelada con todo tipo de mejoras: salas de entrenamiento con la última tecnología en realidad virtual, una nueva ala de investigación y desarrollo, los últimos avances en medicina y equipamiento militar, un patio de maniobras mayor, e incluso habitaciones de esparcimiento para los futuros ocupantes del lugar.
Todo contaba con el beneplácito oficial de Liquid, aunque en realidad él no se hacía cargo ni se interesaba por las obras en absoluto. Apenas pasaba por allí, consideraba que era perder un tiempo y energías que prefería aplicar a otros asuntos. Desde que aceptase el puesto había recibido un par de encargos, trabajos aburridos e intrascendentes. Sabía que para aspirar a más necesitaba una FOX-HOUND fuerte, el tipo de vigor que solo un equipo de verdaderos profesionales de la guerra podía insuflar.
Con el propósito de reunirlo se dejó aconsejar por Ocelot; el viejo era una fuente inagotable de sugerencias. Liquid le dejó clara una máxima para delimitar la búsqueda: quería gente sin ataduras de ningún tipo. Especialmente morales. Gente que comprendiera el escaso valor de la amistad, la familia o la patria. En definitiva, no quería héroes autoproclamados y farisaicos. Solo luchadores excepcionales y éticamente flexibles, capaces de acoplarse a sus exigencias.
Resultó que, casualidad o no, los soldados que respondían a este patrón estaban en su mayoría condenados al ostracismo. La criba era más agresiva de lo esperado. Quien no servía en alguna milicia privada de dudosa reputación pasaba sus días entre rejas, o simplemente se había esfumado de la faz de la Tierra. Transcurrieron semanas hasta dar con el primer candidato aceptable, un miembro del legendario Primer Regimiento de Fusileros Gurkhas de Nepal, veterano de las Malvinas, llamado Dipprasad Bin Pur. Liquid no había coincidido antes con ningún gurkha, pero su fama de fieros les precedía allá donde fuesen.
—Los británicos intentaron conquistar Nepal en el siglo XIX —había explicado Ocelot—. Se dieron una y otra vez contra un muro: los imbatibles Gurkhas. Así que, “si no puedes con ellos, haz que se unan”, debieron pensar. Acordaron un tratado de paz y el cese de cualquier intento de conquista a cambio de que prestasen sus servicios a la Corona. Un trato provechoso para los británicos, si me preguntas a mí.
La lucha parecía arraigada en el código genético de esa gente, cualidad con la que Liquid se identificó enseguida. También encontró paralelismos cuando aprendió cómo era la carrera militar del gurkha medio. Comienza a los diez años. Si demuestra aptitudes, el pequeño puede ser reclutado por el ejército británico (para regocijo de la familia del niño), y culminará su entrenamiento en los cinco años siguientes. Tan pronto como cumplen la mayoría de edad son desplegados en los campos de batalla más duros del planeta, y siempre rinden bien. Normalmente, al cumplir los treinta se retiran. Había muchos soldados célebres en la historia gurkha: Bhanubhakta Gurung, que cargó en solitario contra un búnker japonés en la 2ª Guerra Mundial, Lachhiman Gurung, que tras estallarle una granada en la mano contuvo el avance de doscientos enemigos en las trincheras de Taumgup, o Ganju Lama, que malherido destruyó tres tanques en la batalla de Burma. De todos, se decía que Dipprasad Bin Pur era el más temible que nunca hubiese existido. Y aunque pasaba los treinta y siete, se negaba a retirarse.
Ocelot y Liquid partieron rumbo a Kabul en su avión de transporte táctico ligero, el ARGOS, un modelo negro y reluciente de formas suaves, construido expresamente para las necesidades de FOX-HOUND. A grandes rasgos se trataba de una modificación del SPARTAN que usaba el ejército americano, pero más pequeño y más rápido, y con capacidad de rotar las hélices en horizontal, capacitándole para el vuelo semi-estático; un buen ejemplo de dinero bien invertido. El destino final estaba a 130 kilómetros de la capital afgana. Los gurkhas defendían una estación en las montañas del norte, cerca del Paso de Salang que conectaba con la provincia de Parwan; el lugar constituía un punto estratégico para el transporte de mercancías, y también hacía las veces de relé de comunicaciones.
Sin posibilidad de aterrizar en la accidentada orografía de los macizos afganos, lo más cerca que podía llevarles el ARGOS era la propia Kabul. La idea inicial consistía en alquilar un helicóptero local que les acercase al objetivo, pero incluso así continuar por aire hubiese conllevado más problemas de los que solucionaba. Sobrevolar aquellas montañas era pedir a gritos que los yihadistas te volasen en pedazos; no importaba el color de tu bandera. Los grupos milicianos que se apilaban por toda la cordillera atacaban sin reparos a cualquier aparato que surcase sus cielos. Políticamente, con los islamistas en el poder, la intermediación estatal estaba fuera de toda cuestión. Daba igual que fuesen en son de paz, no habría ayudas. Liquid decidió que mantener un perfil bajo era lo inteligente.
Ocelot conocía la zona, y siguiendo su consejo decidieron hacer la primera parte desde Kabul a pie, como un par de mochileros, evitando las carreteras principales. No hubo imprevistos, y en el primer día de marcha se plantaron en las faldas del macizo montañoso de Hindú Kush. Los campesinos de un pueblecito cercano estuvieron más que contentos de intercambiar un par de yeguas por una generosa cantidad de afganis (los animales eran preferibles a un coche, que hubiese tropezado a cada paso con los baches y salientes de lo que apenas pasaba por una calzada), y los dos hombres comenzaron el ascenso.
Al cabo de unas horas la tensión se hizo patente, en parte por lo peligroso del lugar, y en parte por el incómodo silencio entre ambos. Ocelot llevaba todo el viaje inusualmente callado. Liquid decidió tratar un tema trivial pero que llevaba semanas rondando su cabeza.
—Ocelot, escucha… he pensado que deberías añadir algo a ese nombre en clave tuyo. —Ocelot se le quedó mirando con la ceja arqueada, sin saber muy bien si hablaba en serio.
—Llevo usando “Ocelot” toda mi vida adulta. ¿A qué viene esto, Jefe? —“Jefe”. Liquid se había acostumbrado a que le llamase así, aunque él nunca pidiera un trato semejante de subordinación. Tampoco le disgustaba.
—Se trata de nuestra identidad corporativa. La reputación de la unidad es ahora también la mía. Y sabrás que en FOX-HOUND siempre se han utilizado alias compuestos. Por lo normal el nombre de un animal acompañado de algún adjetivo o sustantivo que te defina.
—N-no entiendo qué importancia tiene. ¿Qué más da?
—Me gusta esa tradición. Tú dale una vuelta, el animal ya lo tienes. Piensa en algo, no hace falta que respondas ahora. Pero si no se te ocurre nada, buscaré yo uno por ti.
—¿También se lo pedirás al sargento Dipprasad si acepta venir con nosotros?
—Por supuesto.
En realidad tenía muchas dudas de la idoneidad del sargento. Si al conocerle en persona resultara ser digno, convencer a Bin Pur para abandonar su regimiento en favor de unos desconocidos podría ser una tarea compleja en sí misma. Como gurkha, era muy probable que sus raíces fuesen demasiado profundas, justo el tipo de obstáculo que Liquid quería evitar a la hora de formar la nueva FOX-HOUND. El vínculo de aquellos soldados trascendía lo militar; también son parte de un pueblo independiente (aunque lucharan al servicio de Su Majestad), y Liquid temía que el sentimiento nacionalista y todo lo que conllevaba (compartir lengua, tradiciones, bagaje cultural y etnia) jugase en su contra a la hora de reclutar.
Al final, decidió que lo intentaría igualmente con tal de alejarse unos días de todo. No eran unas vacaciones, pero se parecían.
—¿Y si se negase a usar un “alias compuesto”? —Ocelot no daba el tema por concluido—. Cosa que puedo imaginar...
—Entonces se quedará aquí, claro. Son mis condiciones. Dijiste que como líder tendría la última palabra en el uso de la nomenclatura, ¿recuerdas? Y la pienso ejercer, empezando por ti.
Hay un viejo proverbio afgano que reza así: «mejor ver Kabul sin oro que Kabul sin nieve». Esto hacía referencia al valor del agua: como país de interior y con pocas precipitaciones, sus reservas fluviales dependían de la nieve derretida que bajaba de las montañas. Aquel no iba a ser un buen año; el viento helado silbaba entre los escarpados riscos que rodeaban el serpenteante camino, pero la piedra estaba seca; tuvieron que recorrer muchos kilómetros de pendiente constante para empezar a ver blanco en las cumbres mal altas, el fulgor del ocaso reflejado sobre ellas. La altura no era despreciable, debían estar cerca de los 3000 metros. Ocelot y Liquid iban abrigados con una gruesa gabardina marrón confeccionada a medida, al estilo de las que llevaba Big Boss en sus últimos años. El nuevo y más agresivo emblema de FOX-HOUND, un dibujo frontal de la cabeza de un zorro con un chuchillo táctico sujeto en sus fauces, lucía orgulloso en el hombro izquierdo. Los caballos, aunque aclimatados al hostil entorno, empezaban a acusar la falta de oxígeno. Iban a darles un descanso cuando distinguieron una estructura construida en la viva roca, a lo lejos. Parecía un puente de unos sesenta metros de longitud que conectaba dos acantilados de treinta, quizás cuarenta metros de profundidad. No se apreciaban los arcos o pilares que lo sostenían; todo el perfil, los cuarenta metros de caída, estaba reforzado con placas oscuras y metálicas que ofrecían un aspecto compacto, monolítico, como un muro o una presa de ónice.
Seguramente era posible subir desde abajo, por el valle, pero el camino que habían tomado seguía ascendiendo hasta el extremo izquierdo del puente, y no había motivo para desviarse. Estaba atardeciendo y los picos cercanos bloqueaban el Sol crepuscular, concatenando zonas de claridad rojiza con otras de alargadas sombras. De la subestructura, que quedaba en una de esas penumbras, no salía destello, señal, o luz alguna. Cuando quedaba medio kilómetro, Liquid Snake tuvo una sensación extraña. Algo estaba fuera de lugar. Sacó los binoculares de visión nocturna y dirigió su mirada a la pasarela sobre el puente por la que debía cruzar cualquiera que quisiera acceder al otro lado. No había nadie, ningún hombre haciendo guardia, ningún vigilante que les diese la bienvenida o el alto. Recorrió con los binoculares la carretera que él y Ocelot se disponían a atravesar, y dio con algo que definitivamente no debía estar allí.
—¿Qué ocurre? —preguntó Ocelot.
—Mira. Junto a aquel árbol, cerca de la caseta. —Liquid le cedió los binoculares. Pasaron unos segundos hasta que Ocelot vio a qué se refería.
—Un cadáver. No, más de uno. Aquí ha habido una escaramuza hace muy poco. ¿Los talibanes han atacado a los gurkhas?
—Y no sabemos quién ganó. Pero que no hayan retirado los cuerpos es mala señal. Dejaremos aquí los caballos, vamos a ver qué ha pasado.
Ataron las bridas a un árbol muerto y abandonaron la herrumbrosa calzada. Se acercaron al puente subiendo entre la pendiente rocosa que acompañaba el lado izquierdo del camino, y sobrepasaron la bifurcación. El ocaso se cernía sobre los dos hombres, pero pudieron verificar que, tal como parecía desde lejos, la senda derecha descendía hasta la base de la estructura que sostenía el puente fortificado; la otra senda continuaba hasta el extremo izquierdo del mismo. Avanzaron en paralelo a ésta última.
Liquid llevaba a la espalda un fusil de asalto M16 que antes de salir había solicitado al personal de armería de FOX-HOUND, ya que se sentía cómodo con ese modelo desde sus días en el SAS. Ocelot se contentaba con un viejo revólver Colt 45. Ambos desenfundaron al llegar a las proximidades del primer cadáver tirado sobre la calzada; uno de muchos. Se acercaron para inspeccionarlo mejor. Era un talibán. La causa de la muerte se hizo manifiesta al registrar el destrozado turbante, la chalina desenrollada sobre un charco de sangre que la grava había empezado a filtrar, dejando al descubierto una frente destrozada. Era sin duda un impacto de...
Un puntero láser les enfiló desde alguna parte en la mitad superior de la estructura que formaba el puente.
—¡Francotirador!
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