En un tiempo de reacción casi precognitivo, Liquid se agachó dejando pasar la primera bala a escasos centímetros. La segunda acertó de lleno a Ocelot en el muslo, atravesándolo por completo. Intentó andar por un momento pero resultó imposible; que había quedado inmovilizado.
—Maldita sea… ¡Continúa! ¡Es una trampa, déjame aquí! —gritó Ocelot con la voz tan desgarrada como su pierna.
Liquid apenas lo oyó, porque estaba ya corriendo en dirección opuesta. Tampoco se le habría pasado por la cabeza socorrer a su compañero. Era el truco más viejo del mundo, si lo intentaba estarían los dos muertos. Para cuando Ocelot terminó de hablar, Liquid ya se deslizaba a toda velocidad por la pronunciada pendiente que daba a la senda derecha, aquella que llegaba hasta la base del puente. El francotirador debía estar apostado en algún lugar alto de la estructura, su posición era inmejorable. El polvo en suspensión levantado en la vertiginosa bajada cubriría los pasos de Liquid por unos valiosos metros, pero quedaría demasiado expuesto en cuestión de segundos. Se agachó para aprovechar hasta el último momento. «De haberlo sabido me habría traído alguna granada de humo», pensó. Por fortuna llevaba una granada de fragmentación bajo la gabardina. Con su fusil de asalto M16 en una mano y la granada en la otra, tiró de la anilla con la boca. Todavía a ciegas entre la polvareda, apuntó a la misma pendiente de gravilla por la que había descendido, pero unos metros más adelante. Esperó un instante para que la granada no bajase rodando antes de explotar, y lanzó. La granada hizo lo que se esperaba de ella; un buen trecho de la pendiente quedó dinamitada.
Aquello resultó tan efectivo como la mejor granada de humo; entre la nube de polvo y la lluvia de guijarros no se veía absolutamente nada. Escuchó disparos en su dirección; el francotirador probaba suerte, pero estaba tan cegado como él. Liquid repitió la jugada para asegurar, esta vez usando el único proyectil que tenía en el lanzagranadas acoplado a su M16. Y entonces sí, echó a correr esperando encontrar una entrada a la mastodóntica mole sobre la que se levantaba aquel maldito puente. Había un hueco entre las láminas de metal, lo bastante grande para servir de puerta. Y era justo eso. Se introdujo en las tripas de la estructura.
Por dentro no era distinto a un andamio gigante, con rampas que subían en zigzag y multitud de varas de metal oxidado formando el esqueleto del bloque. Parecía viejo pero robusto; aquella construcción debía tener origen soviético, reforzada con el paso de los años por los distintos ejércitos allí emplazados. Al estar en su mayor parte hueco, era posible ver que en realidad todo se erguía sobre dos grandes plataformas, con un espacio vacío en medio. Desde una se podía apreciar el interior de la otra, y estaban conectadas por una pasarela de aspecto endeble a media altura. Ambas plataformas, como pilares sosteniendo el peso del puente, estaban enteramente constituidas de escaleras, rampas, y vigas de hierro que formaban improvisados habitáculos, cinco niveles en total. Quiso echar mano a sus binoculares, pero se habían quedado con Ocelot. A simple vista no divisó a nadie.
Desde su posición era imposible ver encima de su propia plataforma, pero sabía que el francotirador debía esconderse en los pisos superiores. Pegó la espalda a la pared y fue subiendo por una rampa de metal sin dejar de apuntar con el fusil, cambiando de apoyo al hombro izquierdo para aprovechar el ángulo. Si el atacante estaba solo y tenía un ápice de sensatez, intentaría esconderse. Si no lo estaba, tendría un grupo esperándole ahí arriba.
Pisó sobre algo líquido. Estaba oscuro, pero no lo suficiente como para confundir la particular viscosidad de la sustancia: era sangre. Siguió el rastro hasta al tercer piso, donde encontró dos cuerpos. Se cercioró de que no tuviesen pulso. Aquellos hombres iban con uniformes de combate modernos color caqui, con placas protectoras en el pecho y brazos al estilo del ejército británico. En sus hombros llevaban un emblema que conocía: un par de cuchillos curvos kukri cruzados bajo una corona, plata sobre negro. Les quitó el casco y las gafas protectoras para ratificar lo que sospechaba; dos pares de ojos rasgados y exánimes mirando al infinito. Eran gurkhas nepalíes. Los mismos que sin duda habían entablado combate con los talibanes de afuera. ¿De qué lado estaba entonces el francotirador? Quería evitar en la medida de lo posible matar a un aliado confundido, pero en este caso no podía saber contra quién se enfrentaba.
Iba a constatar qué había matado a aquellos hombres cuando escuchó un ruido muy cerca, justo encima suyo. Debía ser el tirador. Se preparó para soltar una ráfaga de emergencia hacia el techo en caso de ataque, pero era un espacio angosto y muchas balas rebotarían como metralla en vez de penetrar la aleación que lo conformaba. Continuó por la rampa, sigiloso como un gato. No encontró un alma en ninguno de los dos pisos siguientes. De repente, la estructura vibró ligeramente; alguien por encima suyo había echado a correr. Él hizo lo mismo, subiendo a grandes zancadas y encaramándose a la viga central sobre la cual se enroscaban las rampas. Podía escuchar claramente las botas de su perseguido sobre el metal. Hubo un momento de silencio, luego un gran pisotón fuera, muy cerca, en la pasarela que conectaba las dos estructuras a media altura. Abandonó la rampa y reanudó la persecución por allí. Un momento después estaba al aire libre. La pasarela medía unos cincuenta metros de longitud, era completamente recta, un enlace directo entre los pilares. La culminación de la estructura que constituía el puente propiamente dicho quedaba todavía sobre su cabeza. Una amarillenta barandilla era lo único que le separaba de una caída de veinte metros; allí no había donde esconderse. Y sin embargo, tampoco había nadie más recorriéndola. Estaba solo. No tenía sentido. El tirador debía estar delante, no tuvo tiempo de llegar al otro lado. Tenía que estar ahí. Continuó unos metros con el fusil listo en posición de disparo, y a mitad del camino se percató de un par de objetos tirados sin cuidado sobre la superficie de rejilla. Eran unas botas de talla pequeña. Entonces algo cayó a plomo a su espalda; la pasarela tembló como si fuera a venirse abajo.
—Quieto. Tira el arma y enséñame las manos. Despacio.
Hablaba una voz femenina pero áspera, con un marcado acento que Liquid creyó identificar. Escuchó también el sonido característico de un rifle de gran calibre al moverse. Hizo lo que pedía, dejó el M16 en el suelo y se giró con las manos en alto.
La francotiradora no era más que una chiquilla de quince o dieciséis años; en sus manos el PSG1 aparentaba un tamaño cómicamente desproporcionado. Vestía con ropa holgada y gruesa de un gris verdoso, un cinturón de lana y un manto oscuro sobre los hombros. Unos calcetines de algodón eran lo único que cubrían sus pies. «Chica lista». Tenía la cara en forma de corazón, enmarcada por los flecos de un cabello negro azabache, largo y polvoriento. El gesto fruncido de su boca acentuaba su pequeñez, y miraba a Liquid de hito en hito con unos ojos grandes, grises y crueles, pero con un punto de desconcierto, como si no diesen crédito a lo que veían. Bajó el arma un momento pero enseguida la volvió a subir, todavía más desafiante.
—No puedes ser él —murmuró en voz baja, para continuar con un tono mucho más inquisitivo—. ¿Quién eres?
Le había confundido con alguien. Liquid no quiso desviar el foco de la conversación con más preguntas.
—Me llaman Liquid Snake. —Al presentarse dio un pequeño paso en su dirección—. El hombre al que has disparado y yo somos miembros de FOX-HOUND. Somos una unidad antiterrorista americana.
—Americanos... Para vosotros aquí todo el mundo es un terrorista.
—Mi organización es americana; yo no lo soy. Tú tampoco luchas con los tuyos. Eres kurda, ¿verdad? Debes serlo. Entiendo que no estás con los talibanes, así que estás con los gurkhas que guardaban este puesto. ¿Qué ha pasado?
—Que nos atacaron. Solo quedo yo. Soy la responsable del puente.
—Ya veo. Lo estás defendiendo bastante bien, te felicito. —Liquid dio otro pequeño paso, con las manos en alto pero gesto sereno.
—Quieto. No te acerques.
No iba a ser fácil ganarse la confianza de la chica.
—Por supuesto, tú mandas. Estamos buscando a alguien. Queremos hablar con el sargento Dipprasad Bin Pur. ¿Lo conoces?
La chica dudó. Concretamente parecía dudar entre responder o disparar.
—No está aquí. —Dijo al fin. Luego señaló con la cabeza el valle por el que había llegado Liquid—. Ese otro hombre… ¿te interesa que viva?
Casi se había olvidado de Ocelot.
—Lo preferiría, sí.
—Pues da la vuelta y regresa con él antes de que se desangre. No os podéis quedar.
—¿Y eso por qué, Señora del Puente? —Dio otro paso. La muchacha le apuntó con la mira telescópica, a pesar de estar a escasos dos metros el uno del otro—. Un rifle de francotirador no es apropiado para distancias cortas, niña.
Había una sombra de titubeo en su mirada. El margen de error muy pequeño, pero Liquid tenía la iniciativa de la situación. Eso pensó. Se vio forzado a reevaluar sus posibilidades cuando escuchó un gruñido seco, de inequívoca advertencia, al otro lado de la pasarela. ¿Un perro? Liquid lo miró de reojo por encima del hombro. El animal le devolvía la mirada enseñando los colmillos. Era grande, pero tuvo que moverse como un fantasma para llegar hasta allí sin que advirtiera su presencia. Tampoco era excusa; la realidad era que se había dejado rodear por una chiquilla y un chucho. No pudo identificar la raza con aquel vistazo; quizás fuera una hibridación de pastor alemán. Peligroso en cualquier caso. La chica dio una orden en kurdo y el animal se relajó. El gruñido cesó, pero Liquid todavía sentía su mirada en la nuca.
—Dije que solo quedaba yo, no que estuviese sola —declaró con un atisbo de sonrisa, apuntando innecesariamente por la mira telescópica.
—Y sin embargo… sigues muy cerca.
Liquid Snake se lanzó cuerpo a tierra, y a cuatro patas se impulsó al lado contrario, de barandilla en barandilla. Ésta tembló, desequilibrando ligeramente a la muchacha. No pudo maniobrar el PSG1 con suficiente velocidad; cuando disparó, el proyectil no pasó ni remotamente cerca aunque hizo un ruido terrible. Medio sordo, Liquid agarró el cañón del rifle de francotirador con firmeza y lo empujó con un movimiento seco hacia la cara de la chica, golpeándola con la culata. Ella estaba noqueada, pero el perro que tenía detrás no. Ya había saltado en su dirección, pero ni mucho menos tan deprisa como temía. Debía ser un perro viejo. Balanceó el PSG1 como un palo de golf en un arco ascendente, acertando al animal en las fauces, que cayó con un lastimero gemido de dolor. Antes de que pudiera incorporarse, Liquid se agachó junto a él, dejó el rifle a un lado y sujetó al animal por el cuello y el lomo, apretándolo contra el suelo. La bestia protestó, pero terminó por aceptar la relación de dominancia. Al cabo de unos segundos quedó allí tendido, con la lengua fuera y el rabo relajado. Al otro lado, la muchacha volvía en sí.
—¡Didi! ¡Apártate de él, bastardo! —gritó mientras intentaba tapar la hemorragia de su nariz.
—No te preocupes. He tratado con perros en el pasado, aunque mi lebrel no era tan fiero como este grandullón. Estará bien. Pude romperle la mandíbula, pero fallé.
—No es ningún perro, imbécil.
Entonces se dio cuenta. La chica tenía razón. Aunque tuerto y un tanto decrépito, aquel animal era un lobo.
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