Sin la confianza que otorga un arma en las manos, y al comprobar que su “Didi” no había sufrido daño alguno, la muchacha se mostró algo más colaborativa. Recogieron a Ocelot, que ya se había hecho un torniquete de emergencia, y se resguardaron los cuatro en la caseta alzada junto a la entrada oeste del puente, sobre el valle. El cánido, nervioso, sentía especial animadversión por el viejo pistolero, al que no dejaba de gruñir.
El nombre de la chica era Nadia Mirkam. Les explicó que varias células talibanes se habían vuelto particularmente insistentes los últimos días tratando de capturar el relé. Algunos de los gurkhas se habían internado en las montañas para averiguar de dónde estaban saliendo, y los encontraron. Todo un pelotón, liderados por el sargento Dipprasad Bin Pur, quisieron tomar represalias y atacar a los talibanes en su propio campamento. Dejaron un reducido grupo defendiendo el puente y partieron, con tan mala fortuna que los yihadistas pensaron lo mismo al mismo tiempo. Uno a uno los gurkhas restantes cayeron defendiendo la posición, hasta que solo ella sobrevivió. Había permanecido varios días allí, en la estructura que sostiene el puente, sin comer, sin dormir, sin moverse, esperando la vuelta de Dipprasad y los demás, y volando la cabeza a cualquier otra visita inesperada.
—Espero que estén bien —dijo Nadia a la luz de una pequeña lumbre encendida en la caseta. De vez en cuando ojeaba el exterior en busca de movimiento—. No debieron cruzarse por el camino con los que luego nos atacaron. Nunca habrían llegado aquí de hacerlo. —Con la presencia de Liquid y Ocelot, la joven se permitió una pequeña tregua en su ayuno forzado. Los tres compartieron provisiones. Nadia devoraba un muslo de pollo humeante que había calentado en el fuego. Arrancó el hueso y se lo cedió a Didi, que dio buena cuenta de ello a sus pies.
Liquid carraspeó y cruzó la mirada con Ocelot. Éste, algo pálido por la pérdida de sangre, descansaba con la pierna en alto. Captó la señal.
—Tienes cierta habilidad con ese rifle, señorita. Puedo dar fe. —Se dio un toquecito en el muslo vendado.
Nadia lo miró, reacia.
—Eres fácilmente impresionable. ¿Qué te hace pensar que fue un buen disparo? Quizás erré el tiro. Quizás has tenido suerte.
—Lo dudo. ¿Dónde aprendiste a disparar así? Me intriga que eligieras un PSG1 —lo señaló, todavía en el regazo de Liquid—. No es un arma apropiada para una mujer, y menos tan joven. Sin ánimo de ofender.
—Solo te ofendes a ti mismo, anciano. No ha nacido el hombre que maneje ese rifle mejor que yo —suspiró profundamente tratando de controlar su temperamento, y continuó—. Me enseñó mi… mentor. Saladino. —Al pronunciar ese nombre miró a Liquid de soslayo con la misma expresión de desconcierto que puso en la pasarela. Se mordió el labio—. Solía contarme historias de pequeña. Ahora entiendo que eran cuentos para hacerme sentir mejor, pero funcionaban. Historias fantásticas de francotiradoras infalibles y fuertes. Puede… puede que quisiera parecerme a ellas. No lo sé. —Era evidente que se estaba abriendo a unos desconocidos más de lo que pretendía—. Mi mentor era un gran guerrero, un soldado noble. Un hombre bueno. Saladino me dio una oportunidad. Me sacó del ciclo de muerte y rabia en que nací.
—Te refieres a tu tierra. El Kurdistán. Tu pueblo no lo ha tenido fácil.
—Es difícil vivir en una nación inexistente y rodeada de enemigos. Y ahora estoy en un lugar igual de malo, por voluntad propia. He vuelto al ciclo del que me sacó. A veces siento que deshonro su memoria; que malgasto la oportunidad dada. Se lo debo todo, ¿entendéis? Ese rifle es lo único que me queda de él. El rifle y Didi —rascó al viejo lobo detrás de la oreja, que sacó la lengua al tiempo que cerraba su único ojo—. No sé si le hubiese gustado que volviera a luchar, pero tampoco sé hacer otra cosa y él lo sabía. Es quien soy. Dipprasad… Él también es bueno. Me acogió donde otros me repudiaron.
La joven Mirkam era mucho más madura de lo que Liquid hubiese previsto, incluso para alguien criado en la guerra, obligado a renunciar a una infancia. Él sabía un par de cosas sobre eso. Podía reconocer las marcas psicológicas de una vida inclemente en el rostro de la muchacha. Eran casi tangibles, físicas. Emanaban de ella.
—¿Qué nos puedes contar del sargento Bin Pur, Nadia? —preguntó.
—Eso depende. ¿Habéis venido a matarle? Porque no os saldrá bien.
—No, no es eso. Estamos interesados en sus… servicios. Queremos reclutarle.
—Dipprasad no es un mercenario, Liquid Snake. No se vende al mejor postor.
—Lo que ofrezco no es dinero.
El viento helado de las montañas afganas trajo consigo unas voces lejanas. De inmediato Liquid y Nadia salieron al exterior de la tienda; los dueños de aquellas voces emergieron de las colinas apresuradamente, a paso más que ligero. Por su uniforme moderno supieron que se trataban de los gurkhas, que regresaban de su expedición.
—¿Qué pasa ahí fuera? —Ocelot intentaba incorporarse para echar un vistazo.
—¿Dónde están? —dijo Nadia, ignorándole por completo.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Liquid—. Vienen por ahí.
—Faltan más de la mitad.
A la cabeza del pelotón iba un hombre distinto a los demás. Corto de estatura, iba ataviado con el mismo uniforme básico que todos, incluida la misma boina oscura que llevaban algunos miembros (una prenda que no ofrecía defensa alguna comparada con el casco de la mayoría de sus compañeros). Se había quitado también la protección superior; solo una camiseta negra de manga corta le cubría el torso. Marchaba descalzo. A la altura del abdomen lucía una pareja de cuchillos curvos sujetos a unos tirantes cruzados.
Mirkam salió al encuentro del que, supuso Liquid, debía ser el sargento Dipprasad Bin Pur. Mientras, el resto de soldados (unos quince hombres con una integridad física que variaba de los cansados a los moribundos), iban ocupando sus puestos a lo largo y ancho de la estructura. Por un momento temió que la chica los pusiera en su contra, pero tras hablar con ella el sargento se dirigió directo a Liquid en actitud cordial; nada que ver con el hostil recibimiento provisto por su joven francotiradora.
—Namasté. —Saludó juntando las palmas de las manos con los dedos tocando la barbilla. Liquid hizo lo mismo. Ocelot consiguió salir por fin apoyado en una improvisada muleta, y saludó también haciendo un gesto con los dedos de la mano que tenía libre—. Nadia me ha explicado la situación —continuó—. Les pido disculpas en su nombre; hizo lo que debía, solo cumplía órdenes. Cualquier miembro de FOX-HOUND es bienvenido a este pequeño rincón de Afganistán. ¿Es usted Liquid Snake? ¿Algo que ver con el famoso Solid?
—Puede llamarme Liquid. Y no, nada que ver. Llevamos tiempo queriendo conocerle, sargento Bin Pur.
—Hablaremos con calma, pero no ahora. Se aproxima otra oleada. La han tomado con nosotros, quieren cortar la ruta de suministro que pasa por aquí. Mi pelotón ha sido diezmado por las tribus que habitan estas montañas; son muchos más de lo que estimábamos.
—¿Tribus?
—Fundamentalistas de la peor calaña; practican la Yihad como si estuviesen solos contra el mundo. Ni Hekmatyar se libra. Son un peligro hasta para el Gobierno de Kabul, pero prefieren mirar a otro lado. No esperábamos ayuda de ningún tipo.
—En realidad no estamos aquí para eso. Lo que queremos es-
—Dígame, Liquid —le interrumpió Dipprasad sin muchos miramientos—. ¿Cree usted en las coincidencias?
—Creo que lo que parece una coincidencia no siempre lo es. Y viceversa —respondió, reticente.
—Entonces estamos de acuerdo. Hemos perdido mucho los últimos tres días. Algunos de mis hermanos en armas ha perdido también la fe y las ganas de luchar. Y sin embargo, Brahmá nos sonríe. Ha traído a la mismísima FOX-HOUND a este remoto lugar, justo en nuestro momento de mayor necesidad. Coincidencia o no, Liquid Snake, te pido que luches a nuestro lado. Y si sobrevivimos, me explicarás por qué crees que estás aquí.
—Sabe, esta misión iba a ser rutinaria. No pensaba entrar en combate. —Miró a Bin Pur a los ojos y sonrío enseñando los dientes—. Por un vez me alegro de estar equivocado. Lucharé junto a usted, sargento. Con mucho gusto.
Los talibanes tenían de su parte el empuje de la furia irracional, pero no eran un grupo bien organizado. Su fuerza estaba en los números y en el conocimiento del terreno; eran suficientes para hostigar el puente-relé desde varios ángulos, y no solo por la carretera, más transitable. Con esto en mente, Liquid valoró la manera en que Dipprasad daba órdenes: puso a la mayoría de sus hombres en posiciones defensivas en el interior del puente para repeler un ataque frontal desde la vía principal, al sur, y reunió a los demás en un pequeño grupo que se internaría al Norte, por las colinas de la retaguardia. Era una buena idea. El propio Liquid formaba parte de este segundo grupo acompañando al sargento.
Recuperó los binoculares que antes había dejado con Ocelot. Éste no se podía mover como querría, pero logró acomodarse con su revólver en la zona intermedia de la estructura, similar a aquella por la que subiese Liquid. Era una de las entradas por las que el enemigo accedería, si es que llegaban tan lejos. Nadia Mirkam también permanecería en el puente. Antes de partir Liquid le devolvió su PSG1, y ella se lo agradeció con una mirada que, de poder matar, le hubiese fulminado en el momento.
Los gurkhas sabían que les pisaban los talones y el ataque estaba próximo, así que el segundo grupo se puso en marcha, desperdigándose por las colinas septentrionales. La tarde había caído, y lo único que iluminaban aquellos picos grises era la falsa claridad de un cielo azul oscuro y despejado. La colina, empinada al principio, se hacía cada vez más suave, pero estaba plagada de grava y pedazos de roca fracturada; era fácil resbalar. Antes de alcanzar el remate de la colina y echar un vistazo al otro lado, Dipprasad se dirigió a sus hombres en nepalí. Estos se detuvieron en seco y buscaron refugio y cobertura en los escasos escondrijos circundantes. Luego habló con Liquid.
—Iremos juntos un poco más allá, Mr. FOX-HOUND. Seremos la primera línea de defensa. Si le parece bien.
Liquid intuyó un tono de reto en aquella proposición.
—Me gusta su forma de pensar, Bin Pur. Adelante. —Pasaron pues el cenit. El otro lado presentaba un aspecto similar, pero de longitud y pendiente mucho mayor. Subir por allí parecía una quimera incluso para la curtida población autóctona; el puente se había construido, en efecto, con la seguridad de que aquella barrera natural protegía ese flanco. Liquid estaba a punto de plantear a Dipprasad sus dudas cuando divisó una forma ahí abajo, arrastrándose. Luego otra, y otra más. Y así varias decenas.
—Somos los reyes de la colina. ¿Se dice así? Bien, defendámosla —dijo el sargento Bin Pur.
Liquid imaginó que había llegado el momento de llamar a las tropas que habían dejado atrás, y entre todos rechazar aquella ofensiva. No es lo que hizo Dipprasad. Sin hacer apenas ruido, descalzo como iba, fue saltando de roca en roca por una zona todavía más apartada (y en apariencia absolutamente intransitable), escondido a la vista de los yihadistas que se afanaban en subir. En realidad, la única razón por la que no le descubrían es que a ninguno se le hubiese ocurrido que alguien pudiera hacer semejante cosa; en un minuto Dipprasad había descendido por debajo del nivel de los atacantes. Y ahora subía detrás suyo. Sacó uno de sus cuchillos curvos kukri y se lo puso en la boca. Luego fue alcanzando a los talibanes, degollando uno a uno sin emitir más sonido que el de los cuerpos arrastrando piedras pendiente abajo. Por fin uno de los atacantes notó esos desprendimientos, se detuvo en una minúscula franja que daba tregua al repecho, y apuntó abajo con su AK-47. Dipprasad tuvo aún tiempo de cercenar su garganta con un grácil movimiento, pero el arma se disparó produciendo un eco que rebotó infinitamente en la cordillera.
Todos los atacantes estaban ahora en alerta, y la quietud de la ascensión cuidadosa dio paso al desenfreno de una avance encolerizado. Encomendándose a Alá, algunos directamente dejaron de subir y centraron su atención en aquel maníaco que incomprensiblemente les atacaba desde abajo. Liquid se dio cuenta que llevaba un rato paralizado, absorto con el trabajo del sargento Bin Pur. Había salido mal, pero su descaro era encomiable.
El sigilo estaba ya fuera de lugar; se puso de rodillas en un extraño equilibrio, sacó su M16 y con la mira telescópica disparó pillando a varios por la espalda. Bin Pur, parapetado en una hendidura, había sacado ahora el otro kukri y despachaba a dos manos a cualquier talibán lo bastante estúpido como para acercarse.
Los gurkhas que dejaron atrás, avisados también por el tiroteo, habían llegado a la cima y ofrecían fuego de apoyo con un grito de guerra que helaba la sangre. Aunque la altura les daba ventaja, en número seguían estando terriblemente superados. Llegaron destellos del otro lado de la colina; en la carretera principal también debían estar atacando. Aunque estratégicamente pobre, los talibanes habían sido capaces de sincronizar el ataque.
Varios gurkhas cayeron alrededor de Liquid, y los talibanes, envalentonados, apretaban la marcha. Si llegaban arriba serían incontenibles, capturarían el puente sin remedio. En el caos Liquid ya apenas podía abandonar su cobertura improvisada para atacar, mucho menos para ver qué era del sargento, atrapado cincuenta metros más abajo. Las balas estaban destrozando la roca caliza que le protegía cuando una descarga reverberó más fuerte que el resto, por encima suyo. Luego otra, y otra más. Sacó la cabeza para comprobar qué pasaba, y por cada disparo un talibán caía. Alguien desde aún más arriba, allí donde confluyen las paredes verticales del paso, estaba castigando al enemigo a una distancia formidable. No podía creerlo, pues el ratio entre cadencia de fuego e índice de acierto no tenía parangón con nada que hubiese visto en ningún francotirador, incluido él mismo. Pero debía ser Nadia, que desobedeciendo órdenes había subido con el PSG1 allí donde nadie podría, e impartía justicia certera como un rayo celestial.
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