Se vio a sí mismo en total oscuridad, encerrado como estaba, y revivió los muchos días que había pasado en su celda de Abu Ghraib. Había vencido a la claustrofobia entonces, pero esto era distinto, era… definitivo. Ningún guardia furibundo pasaría por allí para pasarle cualquier porquería bajo la puerta, nadie le sacaría a rastras. No había ayuda posible. Pero sabiéndose acabado, no sintió miedo, ni pena, ni tampoco remordimientos. Solo le quedaba el odio, la rabia y la envidia. Envidia de no ser él. Podía ver la escena desarrollándose ante sus ojos, más clara que cualquier experiencia real. Lo veía a él, como un espejo. Veía a Solid Snake, maldito fuese, enfrentándose a padre, superándole y ejecutándole a sangre caliente, completamente ajeno a su herencia genética y a la magnitud de la gesta, como si fuese algo rutinario. Y mientras, el anónimo Liquid Snake, el hermano de la oscuridad, iba a desaparecer en ella. Un pie de página en la historia oculta de Big Boss. Por primera vez en su vida lloró de frustración.
Y entonces notó una presencia. No era posible, sabía que no, pero la sentía; debía ser su mente luchando desesperada por sobrevivir. Al final Liquid se plegó al poder del autoengaño, se dejó llevar. La presencia guió su mano al cinto, y palpó hasta sacar el piolet. Golpeó con él la oscuridad sobre su cabeza, casi sin espacio para maniobrar, y sintió la nieve cubriéndole la cara. Pero siguió golpeando, y golpeando, hasta que un fino hilo de luz penetró en la cámara. Se abrió paso en un arrebato de furia. Sentía que con cada golpe se enterraba a sí mismo, pero le deba igual, solo se centraba en no perder de vista aquel resplandor. Golpeó y golpeó hasta que su mano no encontró resistencia. Estaba fuera.
No llegaba a entender qué había pasado, pero respiró fuerte, como si fuera la primera vez que probaba el aire. Aun así le faltaba. Sacó la boquilla de su pequeña bombona de aire y se la llevó a los labios agrietados. No llegaba nada, el cable se había roto. Resignado, se sentó en la nieve; el alud había transformado su entorno, no reconocía el lugar. Tuvo la suficiente claridad mental para preguntarse de nuevo cuánto tiempo había transcurrido sepultado, y comprobó que en el cielo encapotado amenazaba el crepúsculo.
El esfuerzo le había pasado factura. Tenía sueño, necesitaba descansar. Solo sería un minuto.
Alguien le puso la mano en el hombro y Liquid volvió en sí, sobresaltado. Se dio cuenta de lo que estaba pasando: se había rendido. «Eso nunca», pensó. Quedarse dormido y morir de frío eran la misma cosa. Se puso en pie y buscó al dueño de la mano salvadora. Estaba seguro de que alguien estaba allí, alguien le había tocado para que siguiera adelante, para que mantuviera los ojos abiertos. Y allí estaba. Un niño de rizos pelirrojos que caían sobre una máscara antigás, y que llevaba una camisa de fuerza oscura, desatada, le observaba levitando a dos palmos del suelo, unos pies descalzos y pálidos en medio de la ventisca. Era imposible… y de alguna extraña forma, familiar.
Debía ser una alucinación, probablemente causada por la hipoxia, la falta de oxígeno. Había ascendido mucho en muy poco tiempo. Sí, eso debía ser. O quizás no había despertado del todo aún. Pero el niño insistía en seguir allí, no se desvanecía al mirar para otro lado, no era un fantasma translúcido. Era como si pudiese tocarlo. Lo intentó… pero el pequeño se echó para atrás y le hizo un gesto. Quería que le siguiera. Liquid recordó viejas historias, mitos de criaturas fantásticas y espíritus en forma de venado que orientaban al héroe extraviado. ¿Sería aquel niño su espíritu guía? Sintió que razonaba más despacio de lo habitual, y al final desconectó. Dejó de pensar y siguió al niño, caminando en piloto automático.
La ventisca casi se lo llevaba por delante y no le dejaba ver más allá de un par de metros, aunque la aparición se mantenía cristalina. El niño estaba pendiente de él, giraba de vez en cuando y le animaba para que siguiera adelante. A veces Liquid parpadeaba y lo perdía de vista, pero lo volvía a encontrar en algún otro sitio, esperándole, como si hubiese recorrido el tramo en menos de lo que dura un pestañeo. Tras unos minutos –no podría determinar cuántos–, el crío se detuvo. Liquid alzó la mano y se acercó, trató de alcanzarle. Estaba a solo tres metros. Dos. Uno. Y en el momento en que sus dedos debían tocarle, desapareció… igual que el suelo que debía soportar los pies de Liquid al dar el último paso. Cayó en una grieta de oscuridad azulada.
Recobró la lucidez. El glaciar. Había estado bajando hasta el glaciar, y había caído en una de sus innumerables grietas. ¿Cómo había pasado? Era un milagro que hubiese sobrevivido. Veía la luminosidad del cielo veinte metros por encima suyo, contorneando la boca de la grieta por la que había caído, pero esa luz no llegaba hasta el fondo de la misma. Sacó el piolet e intentó trepar. Era inútil, el hielo era liso y duro como el acero.
Probó la radio otra vez, quizás ahora pudiese contactar con alguien. Daba estática, hasta que por un instante escuchó una voz entrecortada.
—¿Jef…? ¿Me recib…?
—¡Wolf! ¡Ocelot! Estoy atrapado. ¿Wolf? ¡Mierda!
No llegó nada más que pudiese interpretarse como palabras. Gritó hasta quedarse afónico, maldiciendo su suerte e insultando, como si sus bramidos pudiesen tirar abajo aquella masa helada. Estaba solo.
En completa oscuridad, fue palpando por la pared, buscando una salida. Encontró una abertura que se internaba en el glaciar, y luego otra, y desde allí otra más. Entendió que se encontraba en un sistema de túneles naturales, horadados por el paso de milenios en el permafrost. Intentó crear un mapa mental, memorizar los caminos que elegía. Iba probando cada túnel hasta llegar a un punto sin salida, forzado a deshacer sus pasos para intentarlo con el siguiente. No tenía muchas esperanzas de que alguno condujese a alguna parte, ¿pero qué otra cosa podía hacer?
Caminó por uno de los túneles durante lo que parecieron kilómetros, temiendo a cada paso dar con una pared que le obligase a desandar el camino, pero esa pared nunca llegó. En vez de eso, al internarse por una fisura, lo que encontró fue un resquicio de luz que llegaba no de arriba, sino a su misma altura, dentro del glaciar. El azul gélido lo empezó a bañar todo, el túnel se hizo cada vez más ancho, y por fin pudo contemplar dónde estaba.
Había un camino, oculto desde cualquier otro ángulo. Una ruta zigzagueante, cincelada en el azul glaciar, que comprendía ángulos rectos en cada cambio de dirección. No había forma de que aquello fuese natural. Y el camino subía y subía, rodeando el permafrost… hasta llegar al talud en la montaña que señalaba el principio de la altiplanicie de Vulcan Raven. Había encontrado un atajo.
Sin poder usar la bombona de oxígeno, la subida demostró ser mucho más dura de lo que anticipaba. Pero lo consiguió. Había llegado a tiempo y bajo las condiciones del estúpido juego de Raven; el Sol se intuía cortando el horizonte a sus espaldas, bajo la densa capa de nubes. Más abajo ya se había puesto, pero allí arriba no.
Se encaramó al último escalón y echó un vistazo. La sensación térmica subió de golpe; el frío allí no era tan intenso, la formación propiciaba un microclima menos extremo. Era tal como lo había visualizado: un meseta lisa en medio de la montaña, rodeada de crestas verticales. La sensación de amplitud era extraordinaria, similar a estar en la punta de un estadio deportivo a nivel de campo. Un campo de nieve hasta las rodillas y gradas pétreas. Y en el centro del estadio, una figura inmóvil.
Le costó reconocer a un ser humano en aquel bulto. Pero lo era. Un hombre gigantesco, desnudo y sucio como un animal, sentado de espaldas en la posición del loto, con las piernas cruzadas y las manos sobre las rodillas. Su tez oscura destacaba bajo la nieve acumulada sobre la cabeza y hombros. ¿Estaba vivo? Una cohorte de cuervos descansaba en círculo a su alrededor, como si le rindieran culto. Liquid escuchó un graznido detrás suyo; el persistente gran cuervo estaba allí también, y revoloteó hasta posarse en el hombro del gigante. El hombre alzó la cabeza de súbito, como saliendo de un trance.
—Bien, Yatagarasu. Bien —habló con su voz cavernosa, reverberante, mientras acariciaba al cuervo en el cuello—. Te felicito, Liquid Snake —Liquid se había cuidado de no hacer ruido, pero de algún modo Raven captó su presencia—. Encontraste la senda de los antiguos. O la senda te encontró a ti, como hizo conmigo.
—Ahórrate las monsergas místicas. No contabas con que llegase aquí, el reto era todo menos justo. Era un engaño, y tú un tramposo.
—La Madre Tierra es tan justa como cruel. —Raven se puso de pie y le encaró. Ocelot no había exagerado. Su cabeza calva se alzaba a más de dos metros de altura, y Liquid no hubiese podido abarcar su espalda ni con los brazos extendidos. Toda su anatomía, completamente desnuda y roñosa como una alimaña del bosque, estaba recorrida por extraños tatuajes: oscuras líneas gruesas en paralelo a otras delgadas se dibujaban sobre el pecho y las extremidades, como si fuesen petroglifos grabados en la roca. Una silueta en forma de córvido le adornaba la frente, y sobre el vello púbico tenía dibujados los ojos azabache de uno, lo que confería al conjunto un pico en tres dimensiones—. El primer paso está dado, los cuervos coinciden. Ahora competiremos. Si vences me someteré, tienes mi palabra.
—Todavía no te he propuesto nada.
—Eres el comandante de FOX-HOUND. Eso dijiste. Has venido hasta aquí, donde ningún otro ha llegado. Has tenido ocasión de dispararme por la espalda, pero no lo has hecho. O eres un asesino excepcionalmente honorable, que gusta de matar mirando a los ojos, o tu propósito es que me una a tu causa. —Los profundos ojos grises de Raven centellearon con un brillo especial. De repente el tatuaje con forma de cuervo sobre su frente cobró vida y se proyectó hacia Liquid, mientras uno de los cuervos reales volaba para clavarle las garras en el hombro. Por un instante se sintió infinitamente pesado—. Sí… como pensaba. El verdadero combate es supervivencia, está por encima del concepto del honor. Tan cierto es para el cuervo como para la serpiente. —El cuervo se soltó y salió volando, y Liquid pudo moverse de nuevo—. Pero como he dicho, esto es una competición. ¿Ha oído hablar de las olimpíadas indo-esquimales?
—La verdad es que no me interesa.
—Existe una prueba llamada “la carga de cuatro hombres”. Es una prueba de resistencia. El participante carga con cuatro hombres a cuestas, y debe recorrer la mayor distancia posible sin dejarlos caer. A mí se me daba bien, solía cargar con seis, a veces más. Uno se vacía por completo enseguida, no importa lo fuerte que seas. Luchar contigo mismo es extenuante. Al final siempre pierdes.
—¿Quieres cargar conmigo hasta abajo? Sería un detalle.
—No. Pero hay semejanza entre esa competición y la nuestra. Cuando luchemos llegaremos también a nuestro límite. Y el que antes se vacíe caerá derrotado. ¿Está listo?
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