En este mundo por más clases de personas que creamos que hay, en realidad sólo existen dos: La común quien no es quien aparenta ser, y los extraños unicornios que son lo que dicen ser, sin embargo de estos últimos dudo mucho su existencia, pues hasta la persona más transparente, tiene sus secretos y dolores.
Zurie es de la clase común, y no necesariamente es malo, es decir, es como un huevito kínder…tienes que romperlo, para saber qué hay detrás de ese cascarón, pero para estar realmente cerca de esa persona, tienes que romperlo con cuidado, es decir, por la mitad para que al volverlo a calentar, lo puedas unir.
Él es un joven de apariencia rebelde, cabellos negros que acentúan sus claros ojos y combinan perfecto con aquellas orejas perforadas que sobresalen de su cabeza rapada.
Como todos los alumnos, él caminaba rumbo a su horario para saber en qué salón había quedado; siempre arrastrando sus pies, con la mirada fija al frente y sin parpadear, como un zombie que se resignaba al sistema escolar y a la futura monotonía que le brindaría el nuevo ciclo escolar, o eso deseaba él.
Un grito lo sacó de sus pensamientos, sobresaltándose, y volteando a ver al pequeño rostro que le observaba. Estaba absorto de aquel chane-khe rosado que se hacía llamar Kiki…Sí, con K y H, pues la niña le provocaba un gran: Khé? En el rostro del mayor.
— ¿Son de piel sintética? Si lo son, se ven de buena calidad, no parece sintético. ¡Oh! Y esas cadenas, se ven preciosas…
Zurie miraba a todos lados, preguntándose si esta “mocosa” se había escapado, se le había escapado algún profesor o no encontraba la primaria.
El muchacho optó por apartar su mano y tratar de seguir su camino, sin embargo, Kiki le seguía aparentemente, tomando nuevamente sus cadenas como rienda para no perderse; provocando que Zuri le diese manotazos para que le soltara, aun así, ella volvía a sostenerse.
—Mira, niña. —Se volteó fastidiado, deteniéndose de golpe para mirarla, tomándola bajo los brazos y alzarla al nivel de su rostro para no agacharse—. No soy ningún niñero, y no voy a preguntar por tu mami. ¿Podrías dejarme en paz?—gruñó con cierto fastidio.
—Uh, en realidad vine a ver mi horario. —Rió apenas, pelando los dientes en una dulce sonrisa, señalando a la pared que estaba junto a ellos.
Zuri arqueó una ceja desconcertado, carraspeando mientras resoplaba y la bajaba poco a poco. Se apartó sin decir más, y observó aquellos pedazos de papel pegado, donde clasificaban a los alumnos en diferentes grupos. Sentía la certeza de que estaría en un año superior y no coincidiría con el horario de la enana.
Finalmente Zurie vio su grupo, y se acomodó su mochila para seguir su camino, apartándose del tumulto de chicos de prepa y secundaria que se formaba en el pasillo, para llegar al salón de primer año.
Como si fuera el cliché de algún anime o serie, el solitario muchacho se encaminó hasta la última silla, en la última fila para sentarse a lado de la ventana, aventando su mochila y desparramándose en el pupitre; no faltó mucho para que sacara sus audífonos y mirara al cristal como si la vida no le importara.
Zurie buscaba relajarse un momento, y aunque no escuchaba música, el simple hecho de que nadie le hablara, le parecía un placer único e irremplazable; es decir, era sólo él y sus pensamientos, quienes le permitían cerrar sus ojos y descansarlos, un momento zen que fue interrumpido por un constante taconeo. ”Tap, tap, tap, tap”. Zurie frunció un poco el ceño, reconocía ese eco, ese ritmo…”taptaptaptaptap”, era el sonido que se volvería sinónimo del terror.
— ¡QUEENORMECOINCIDENCIA!—chilló la voz de Kiki.
El muchacho se sobresaltó de tal manera que cayó de su asiento, enredándose con sus audífonos. Tenía los ojos bien abiertos, mientras veía a todos lados a su vez que sudaba frío, temblando y abrazando su mochila, hasta que su mirada chocó con ella.
—Ahora que estamos en el mismo grupo, seguro podremos ser mejores amigos para siempre. —Kiki gritaba sin darse cuenta, pues su emoción era demasiada.
—P-p-pe-pero…—dijo sintiendo cómo no le daba tiempo de responder ni de pensar.
Kiki sin pensarlo dos veces, se instaló en el asiento de a lado, incluso empujando dicha silla para quedar más cerca de él.
— ¿Quieres un Punkesito? —Le ofreció desde arriba un cupcake con glaseado de fresa, y un centro de reducción de vino con Jamaica.
— ¿Te refieres a un Cupcake?—bufó el chico, tratando de no gruñir.
—Por eso, un Punkesito…
—¿Por qué Punkesitos?
—Porque…así se llaman, ¿no?
—Se llaman Cupcakes—sentenció, achicando la mirada para analizar cada gesto de la niña y descifrar si hablaba en serio o le tomaba el pelo.
—Sí, por eso…Punkesitos. —Ladeó la cabeza inocente, con sus ojos bien abiertos, observándole. Parecía un loris perezoso.
—No me gustan las cosas dulces—habló resignado, acomodándose en su asiento. No iba a ceder ante la presión e irse de su lugar.
—Uhm, entiendo—musitó pensativa.
Zuri se le quedó viendo por el rabillo del ojo, observando cómo la nena le colgaban los pies de la silla y su mirada se quedaba fija al frente con un ceño fruncido de lo pensativa que estaba.
(…)
–¿Crees que le esté yendo bien?— Se oyó una jovial voz.
Grimm alzó la vista, recargando su brazo en aquel capote abierto del auto que arreglaba, mientras veía a su amigo y socio Clare, entrar por el gran portón de su taller.
—Llegas tarde, tu descanso terminó…
—Hace cinco minutos, viejo gruñón—se quejó burlón, rodando los ojos—. Me tardé porque te traje tu almuerzo: “Gracias mi amor”—agudizó su voz, al mismo tiempo que le extendía una bolsa de papel.
—Si empiezas con tus homosexualidades, mejor lárgate—refunfuñó arrebatándole la bolsa y abriéndola—. ¿Tiene pepinillos?— Arqueó una ceja al observar la hamburguesa.
—Viene a parte, para que no se remoje tu pan. Son papas grandes, y tu refresco—habló Clare conteniendo la risa por la amargura de su amigo—. ¿Entonces?
—No lo sé, sabes que mi hermana es un poco…
— ¿Linda…?
—Intensa. —Completó tras carraspear, limpiando sus manos del aceite.
—Bueno, tal vez…pero en su anterior escuela la querían mucho, algo hace bien esa niña, y sabes que en las escuelas privadas son un poco más especiales.
—Lo sé, lo sé…—Hizo una mueca, sintiendo cierto arrepentimiento de haberla cambiado—.Tal vez debí dejarla ahí…
—Ten un poco más de confianza en ella, además…la escuela iba a salir más cara, no puedes tú con todo. Ahora dame un beso para animarte, mi amor—se mofó lanzándole besitos.
—Ponte a arreglar esto—refunfuñó Grimm, metiéndole el trapo a la boca para empezar a comer su hamburguesa—. Y apresúrate, hoy iremos por mi hermana y te quedarás en mi casa a cenar.
Clare escupió el trapo, limpiándose la lengua del sabor de aceite. Sonrió de lado al oír la “invitación” y asintió
(...)
Era la hora de la cena, los tres se encontraban en completo silencio, pues Kiki parecía realmente pensativa. Clare y Grimm se vieron mutuamente, para seguir contemplando a la callada niña, lo cual les extrañaba.
—Bien, ¿a quién voy a putearme?—gruñó Grimm, interpretando el silencio de su hermana como el “silencio de los inocentes” una pobre víctima de bullying que empezaba un nuevo infierno.
— ¿Conocen algún postre salado?—habló finalmente, sin escuchar a su alterado hermano.
— ¿Qué?—bufaron al unísono tanto Grimm como Clare.
—Es que hice un nuevo amigo, seguro seremos mejores amigos por siempre y siempre—dijo inocente Kiki. Sus ojos se iluminaban con sólo pensar en Zuri.
—Oh, vaya. Eso suena tan…—comenzó hablando Clare, expresando encanto y dulzura.
— Asqueroso. —Interrumpió Grimm, al oír que su preciosa e inocente hermana, hablaba de un hombre.
—Y ¿cómo se volvieron amigos?—preguntó Clare, tras darle un codazo a Grimm.
—Sus botas, sus preciosas botas son tan…—Suspiró encantada, tomando sus mejillas—. Estoy satisfecha, iré a buscar recetas de postres salados para mi ultra súper mega mejor amigo—gritó emocionada, bajando de su silla y subir corriendo.
Ambos hombres parpadearon confundidos, sin embargo Grimm fue el único que al final mostró alivio de que no fuera nada serio, incluso riendo por lo bajo.
—¿No te preocupan las prioridades materiales de tu hermana?—cuestionó finalmente Clare, un tanto preocupado, dirigiendo sus verdes ojos a su amigo.
—Está mocosa todavía, está bien que siga así y no se ande fijando en otras cosas—respondió Grimm, recogiendo la mesa.
—¿Estás celoso?—Se burló, levantándose para ponerse detrás de Grimm y resoplar en su nuca.
Grimm soltó los trastes en el lavabo, sobresaltándose por el acercamiento de Clare.
—Ya vas a empezar—gruñó con su usual fastidio, pegándole en el ojo con su dedo.
Clare se quejó del golpe, cubriéndose el parpado para comenzar a reír.
—Y no estoy celoso…seguro sólo será una amistad superficial, que no pasará a mayores—respondió finalmente Grimm, despreocupado por su hermana.
—Bueno, pero si sale algo de esto…podemos llamar a lo que hizo tu hermana el zapasentido.
—¿Zapasentido?—Arqueó una ceja Grimm, al oír aquel nombre tan ridículo—. Olvídate de eso y el “zapasentido”, seguro será una de esas tantas amistades que tiene uno en el colegio, que sólo son compañeros con los que tienes una buena relación y ya.
—¿Tú tuviste de esas amistades en el colegio?—Ladeó la cabeza Clare con bastante curiosidad.
—No es por correrte, pero… ¿A qué hora te vas?—refunfuñó, lanzándole la toalla a la cara para evadir su pregunta.
Clare se la quitó, haciéndole un pucherito fingido, mientras sus manos que sostenían el trapo se pegaban a su pecho casi como un cachorro atropellado.
—Esperaba que me invitaras a cucharear contigo—gimoteó, escuchándose un triste violín al fondo.
Grimm le arrebató el celular, y apagó esa molesta música. Clare rio sin poderlo evitar, estirándose un poco para colocar sus manos tras su nuca, sin dejarlo de mirar.
—Hablando en serio, uh…quería preguntarte si me podías dar hospedaje, están fumigando mi departamento y pues…
—Sí, puedes quedarte aquí. —Completó Grimm, mirándole fijamente con esa mueca amarga que ya tenía acostumbrado a tener en su rostro, sin embargo Clare sabía identificar aquella sinceridad de su socio.
—Gracias, entonces…sobre lo de cucharear. —Comenzó Clare, moviendo sus anaranjadas cejas.
—Puedo ponerte periódico en el piso de la cocina, croquetas y agua.
—¿Y ser tu perra? Uh, Señor Gray, no pensara que fuera de esa clase—jadeó dramáticamente, en son de burla. Clare no despegaba sus ojos de su amigo
Grimm se puso rojo, rojo, rojo, MUY rojo, gritando de horror de ver cómo le salió el tiro por la culata, casi literalmente.
—¡Maldita sea, Clare!—chilló horrorizado, provocando la fuerte carcajada de su amigo.
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