2008
Se despertó cuando su respiración paró y su cuerpo empezó a pedir aire aire aire.
Cuando estuvo consciente y sentada, su espalda apoyada contra algo duro e incómodo, se dio cuenta de que no había sido su respiración la que paró, sino que estaba respirando demasiado rápido como para poder dormir bien, además de que sentía adolorida, y más de una vez en su descanso interrumpido había sentido estar con un pie en el sueño y con el otro en la realidad. Ahora, con los sentidos tan despiertos, no creía poder volver al sueño.
Emerald se llevó una mano al cuello, para sentirse el pulso bajo los dedos. Ahí estaba, vivo y fuerte, como un martillo contra la piel blanda entre su pulgar y el dedo índice. Y unos centímetros más atrás estaba ese segundo pulso desconocido, que no era tanto una pulsación sino que un dolor, una molestia necesaria.
—Duncan, está despierta— dijo una voz femenina y dulce.
Emerald parpadeó y buscó a la chica en la habitación en penumbras. Kyleigh estaba sentada en el sofá frente al que Emerald estaba acostada. Por unos minutos, no pudo hacer más que observarla. Quería agradecerle, pero no podía encontrar las palabras entre el dolor y lo que este significaba.
Era libre. Al fin era libre.
Pestañeó un par de veces hasta alejar por completo el sueño y centró la vista en la chica frente a ella.
—¿Qué pasó?— le preguntó. Su voz era rasposa y le dolía la garganta. ¿Había estado gritando? Posiblemente. No lo recordaba, pero se imaginaba que el dolor había sido... más de lo que había podido soportar. Se había desmayado, sí.
Kyleigh se levantó y fue a sentarse al apoyabrazos del sofá, el mismo en el que Emerald tenía la espalda apoyada, y con suavidad le rozó el cuello, pero no lo sintió sobre su piel. Emerald se llevó una mano allí y se encontró con vendas en el lugar donde antes había un bulto imperceptible, pero que ella conocía tan bien como a su propio cuerpo. El rastreador había sido parte de ella y de su cuerpo por tantos años que ya no se recordaba sin él. No se recordaba fuera de su prisión bajo tierra.
—¿Cómo? —su voz era baja, cuidadosa. Como si tuviera miedo de saber la respuesta.
—Duncan se sacó el suyo ni bien se lo pusieron— le explicó Kyleigh—. Lo hizo solo, con mi ayuda y la de nuestro papá. Y después, se lo sacó a una amiga.
Tenía práctica, era lo que quería decirle. Pero por más que Duncan supiera cómo sacarlo, no sabía cómo aminorar el dolor. Y cuando Emerald bajó la cabeza y en sus ojos se formaron lágrimas, deseó que el chico tuviera ese conocimiento o el poder de hacerlo, porque era insoportable. Un par de lágrimas cayeron. Kyleigh no las vio, y Emerald no quería que lo hiciera. No quería que unos extraños la vieran llorar, aunque en el futuro descubriría que esos mismos extraños harían todo lo posible para que parara de hacerlo.
—Me imagino que duele mucho. —Kyleigh apoyó sobre la zona una bolsa helada, seguro de hielo, y Emerald tembló un poco por la diferencia de temperaturas, hasta quedarse quieta. —Ya va a pasar, te lo prometo.
Unos minutos después, Kyleigh quitó el hielo y se volvió a levantar. Emerald se limpió los cachetes por las lágrimas ya secas y observó a la chica dirigirse a la puerta que llevaba a la segunda habitación del departamento, donde ya estaba parado su hermano. Duncan tenía los brazos cruzados y la miraba con atención y con una sonrisa que gritaba "perdón", pero él no dijo nada.
Emerald desvió los ojos y se puso a mirar el departamento como no había podido antes. No había muchos muebles aparte de los dos sofás, una mesa con cuatro sillas y la cocina, separada del living-comedor por un desayunador. Del cuarto contiguo solo podía ver la punta de una cama doble, que probablemente era tan incómoda como el sofá en el que estaba sentada y en el que dormiría las noches siguientes.
De tan solo pensarlo le dolía el cuello más de lo que ya lo hacía. Se llevó una mano a la nuca y toqueteó las vendas, y en respuesta una nueva oleada de dolor la invadió.
—¿Cómo te sentís? —Kyleigh ahora estaba en la cocina y su pregunta distrajo a Emerald un poco, lo suficiente para que pudiera ver a la chica servir agua caliente en una taza. Luego, se acercó a Emerald y le extendió la taza. Sobre la superficie bailaban las hebras de té. Olía a cardamomo, canela y algo picante. Jengibre, quizás. Lo bebió agradecida, y contestó cuando sintió que su garganta ya no estaba rasposa.
—Adolorida. —Eso era lo único que podía identificar, y se imaginó que Kyleigh y Duncan querían una respuesta sincera.
Los hermanos White. Podemos ayudarte.
Recordó los susurros que había escuchado sobre ellos con el paso de los años. Sobre su abuelo, sobre todo. Uno de los fundadores de los Laboratorios, quien había muerto mucho tiempo atrás y había dejado todo a su único hijo, el padre de los hermanos, quien además había vendido todas sus acciones a Peter Sampson, hijo del segundo fundador, y al tercer fundador, a quien Emerald no conocía pero sabía que seguía vivo, aunque era mayor.
Y de los hermanos se decían... cosas. Fragmentos que Emerald nunca llegaba a conectar. Datos dispersos que nunca llegaba a procesar. Tampoco era que se esforzara en hacerlo, porque Peter le había indicado que no lo hiciera. Sólo sabía lo importante, como que harían cualquier cosa por con tal de conseguir lo que querían, y que seguirlos era como firmar su muerte. Seguirlos era hacer de los Laboratorios sus enemigos.
Por primera vez, se preguntó si lo valía. Si valía hacerse unos enemigos así de poderosos para ser libre. Pero además, se preguntó si ella era la pieza de un rompecabezas que los White estaban armando a su antojo, para un fin que Emerald desconocía.
Se dijo que no. Que los White, padre e hijos, solían hacer actos heroicos, y que por eso en los Laboratorios los detestaban.
—Estoy... ¿confundida?— dijo de repente No sabía si esa era la palabra correcta para lo que estaba pensando, pero tenía que decirla—. No termino de entender el por qué de todo esto y... sé que me están ayudando, pero no confío en ustedes.
Honestidad. Emerald sabía que ellos querían honestidad.
Kyleigh volvió a sentarse en el sofá de enfrente y por unos segundos pareció incómoda por las palabras de Emerald, hasta que su hermano se sentó a su lado y se recompuso. Duncan, mientras, seguía con su sonrisa tímida y llena de disculpas silenciosas.
—Supongo que es justo, porque no nos conoces— empezó Kyleigh, y Duncan guardó en silencio. Emerald estaba empezando a pensar que el chico no era de hablar mucho. En realidad, siempre sería una de esas de personas que se guardaban las palabras—. Y seguro te estás preguntando si hay algo que queremos de ti, y voy a ser sincera: no ahora. En estos momentos, nuestra prioridad es sacarte de acá y cuando lo hagamos hablaremos de lo que necesitamos.
Emerald se terminó el té.
—¿Y qué hay de ahora mismo?— preguntó, bajando la taza a su regazo. Recién en ese momento se dio cuenta de que tenía una manta que la cubría. Kyleigh se estiró en su lugar, y Emerald la observó. El cuerpo de la chica era grácil y largo, y recordó las clases de ballet a las que había ido antes de todo y recordó también los cuerpos de las chicas más grandes. Kyleigh se parecía a ellas—. ¿Qué vamos a hacer ahora mismo?— reformuló.
Fue raro hablar en plural, y descubriría que le gustaba hacerlo. Y también fue raro escuchar a Duncan responderle
—Ahora esperamos a que te recuperes, y nos vamos de este país.
***
—¿Ustedes son como yo?— preguntó Emerald más tarde. Nadie había hablado mucho después de que Duncan dijera que se iban a ir de Inglaterra ni bien Emerald dejara de sentir dolor y el silencio empezaba a volverse tenso, a la vez que ella empezaba a llenarse de preguntas.
Sentados en la mesa donde acababan de terminar de cenar, los hermanos White se miraron entre sí y después volvieron a mirarla a Emerald, todavía sentada en el sofá donde se había despertado.
—Yo sí. Kyleigh no— contestó Duncan, y esas palabras hicieron que Kyleigh se parara y levantara los platos de la mesa con la cabeza baja. No quería formar parte de la conversación.
Emerald volvió a mirar a Duncan.
—¿Qué es lo que hacés?
A modo de respuesta, él levantó la mano y uno de los platos sobre la mesa se apiló sobre otro sin que él o Kyleigh lo agarraran.
—Muevo cosas sin siquiera tocarlas— le explicó él, moviendo despacio los dedos.
—Telequinesis— murmuró Emerald a la vez que un tenedor empezaba a flotar, y lo observó con la boca entreabierta.
Desde la cocina llegó el sonido de agua salpicándose y un grito agudo.
—¡Duncan!— chillo Kyleigh. Desde la cama, Emerald vio cómo al chico se le ponían rojas las orejas.
—Perdón— le dijo a su hermana y sonrío un poco en dirección a Emerald—. A veces pierdo el control y las cosas hacen lo que ellas quieren.
Emerald rió. Podía entenderlo un poco.
—¿Y qué hacés vos?— le preguntó él, y esa fue la primera vez que se le deslizó su acento americano. A Emerald le pareció musical, fluido.
Se rozó las vendas una vez más antes de responder.
—Controlo la tierra y lo que crezca de ella. —Se mordió un labio. Pensó si debía seguir hablando o cerrar la boca, pero decidió que no hería a nadie diciéndoles más. Ellos la habían ayudado, y aunque probablemente lo habían hecho por razones egoístas, Emerald sentía que les debía algo. Todo. —Puedo crear temblores, también. Fue lo primero que hice, a los once. Y a medida que pasan los años, más fuertes se vuelven.
Duncan la miraba con los ojos abiertos y brillosos, como si fuera un niño a punto de abrir sus regalos de cumpleaños.
—Increíble— susurró.
—Peligroso, también. —Emerald levantó las palmas de sus manos para tenerlas en su campo de visión. Mover la cabeza demasiado le dolía mucho, pero si no lo hacía no sentía nada. —Peter me estaba enseñando a centrar mi energía en un solo objeto. Creo que quería mandarme a alguna misión, pero solo puedo suponerlo. Nunca me habló del tema.
Kyleigh volvió para seguir agarrando cosas de la mesa, y le dirigió a su hermano una mirada de reproche por el incidente del agua, pero cuando la volvió a Emerald no había nada de eso.
—Suena a algo que haría Peter— comentó, metiendo un vaso dentro del otro—. Aunque si tus habilidades son tan descontroladas como decís, me parece raro que no te hayan usado en alguna misión donde no querían sobrevivientes, sobre todo con lo de los temblores. Los terremotos ocurren con frecuencia.
Emerald intentó ignorar el comentario. No le gustaba ser "usada" y tampoco le gustaba lo que Kyleigh implicaba sobre sus habilidades. Aunque no parecía que Kyleigh lo haya dicho con la misma intención con la que Peter lo habría pensado. Más bien lo hizo como pensando en voz alta, así que Emerald simplemente dijo:
—Uso mucha energía. Y eso no es útil para una misión. —Entrelazó sus manos de vuelta en su regazo, y empezó a mover los dedos. —También estaba practicando eso. En mis reservas.
Duncan asintió con la cabeza, y miró sus propias manos, como si supiera a lo que se refería. Probablemente lo hacía mejor que nadie.
—Pero... —empezó Emerald, separando sus manos, y cruzó los dedos—. Si sabían de mí como para ir al Hyde Park, ¿por qué no sabían esto?
Kyleigh se quedó quieta en la cocina, y la miró de tal forma que Emerald se sintió expuesta. Como si la chica pudiera ver quién era ella realmente. Se removió en su lugar, incómoda, y descruzó los dedos de una mano para cruzar los de la otra.
—A los Laboratorios les gusta guardar sus datos— le explicó Duncan, haciendo círculos sobre la mesa—. Y nuestro papá solo tiene acceso a una parte. A nuestros nombres y edades, por ejemplo, y algunas habilidades. Pero las fechas de los tratamientos, los por qués y análisis posteriores... de todo eso no hay una sola palabra, al menos para él.
Emerald pensó sobre eso por unos minutos, en los que Kyleigh empezó a lavar. Duncan fue a ayudarla secando lo que ella le extendía, y los dos limpiaban en silencio, como si la estuvieran dejando a Emerald sola con su cabeza.
Sabía que los Laboratorios eran secretos por haber tenido problemas con el gobierno a fines de los ochenta. Sabía, además, que lo que pasaba puertas adentro era no solo secreto, sino que también clasificado y reservado para unos pocos. La familia White, al parecer, formaba parte de aquellos que no tenían acceso a todo.
Pero más allá de eso, en su mente había aparecido una nueva pregunta: ¿por qué los Laboratorios habían tenido problemas con el gobierno?
Emerald les contó a los hermanos todo lo que acababa de pensar, y finalizó con la pregunta.
—Sabemos tan poco como vos— dijo Kyleigh, cerrando el agua.
—¿Su papá no sabe del tema?
Duncan rió, pero sonó amargo.
—En este caso en particular, papá solo sirve para complicar las cosas— sonaba enojado, así que Emerald no preguntó nada más. Le habían dicho todo lo que tenía que saber por el momento.
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