El ciclo escolar había comenzado, era hora del descanso y todos se encontraban con sus grupos de amigos, poniéndose al día de lo que habían hecho durante sus vacaciones.
Todos excepto aquel chico solitario y callado, que se encontraba sentado bajo un árbol haciendo un dibujo, los dibujos eran lo único que le gustaba hacer, siempre que tenía una hoja y un lápiz su mente podía crear mil dibujos.
Estaba tan consentrado en lo que hacia que no le prestaba atención a nada, ni nadie, ni siquiera a aquel chico deportista que lo miraba escondido detrás de un arbusto, aunque era bastante obvio, cualquier persona que lo viera sabría que estaba espiando a aquel chico tímido que siempre estaba solo.
Soltó un suspiro, lo había visto desde el último mes antes de terminar el ciclo y allí se contrata de nuevo, justo el primer día de clases, espiandolo desde un arbusto, sabía que se llamaba Oliver y tenía la misma edad que él, que siempre estaba solo con una libreta, que es un chico tímido y lindo, que le robaba suspiros sin saberlo.
–¡Mateo! –su amigo de la infancia le dio un zape, haciéndolo salir de su ensoñación.
–¿Que te pasa, Carven? –se quejo con un puchero sobandose la cabeza.
–Deja de mirar al chico bonito ¿cuándo te animaras a acercarte a él? –el chico rubio se cruzo de brazos mirando a su amigo.
Sabía que su amigo era muy torpe para estas cosas, pero esto ya no era ser torpe, era ser lento e idiota.
–Es que no se como hacerlo –lloriqueo–. No lo ves, es tan lindo estando allí en su propio mundo –suspiro embobado y volvió a ver al chico, pero este ya se había ido.
–Pues mientras sigas espiandolo desde lejos, nunca tendrás oportunidad de formar parte de su mundo –el rubio nego.
–¿Y que sugieres que haga? –miró a su amigo esperando que le diera alguna idea.
–No lo se, el detallista aquí eres tú, no yo –se encogió de hombros, jalo a su amigo del brazo justo cuando el timbre sonó–. Vamos a la siguiente clase.
Claro, él era el más detallista y si quería acercarse al chico, debía hacerlo de una forma linda.
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