Apenas había pasado una semana desde que ciclo escolar comenzó, a Oliver no le gustaba ir a la escuela, no es que la odiara, es solo que no le gustaba estar rodeado de tanta gente.
Llegó temprano, pero por lo visto alguien había llegado aún más temprano que él, había una rosa amarilla en su asiento, pero no había nota que diera a entender quien la había dejado y tampoco había rastros de la persona que la dejo justo allí.
No pude evitar que una pequeña sonrisa se dibujará en su rostro, nadie la había dado algo antes y le hacía sentir bonito el recibir una flor de alguna persona, se sentó y miro a su alrededor con detalle, esperando saber quien era la persona que había dejado tan hermosa flor.
Le llamo la atención ver unos mechones sobresalir de la ventana, la persona que se estuviera escondiendo, no era bueno para eso.
Negó un par de veces, saco una hoja de papel y un lápiz, comenzando a dibujar aquella linda rosa de tonos amarillos.
Era un lindo detalle misterioso.
Mateo se asomo después de unos minutos, estuvo cerca de ser descubierto, miro al chico desde la ventana, tenía una bonita sonrisa mientras olía la flor y la dibujaba con mucha concentración. Soltó un suspiro, amaba ver a ese chico aunque sea de lejos.
Un balonazo lo regreso a la realidad, miro a su alrededor mientras acariciaba su cabeza en dónde recibió el golpe.
–Perdón, Mati –se disculpo Leonardo, uno de sus compañeros de equipo.
–No te preocupes, Leo. Solo fue un golpe –hizo un puchero, solo fue un golpe que le había dolido bastante.
–¿Que hacías allí de todos modos? –el pelirrojo ladeo la cabeza, era raro ver a Mateo mirando desde la ventana de un salón que no era el suyo.
Después de decir aquello, se dio media vuelta cual diva, pero justo unos pasos después se tropezó, dándose tremendo golpe en la frente, a veces odiaba ser tan torpe.
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