Amanecía en el horizonte cuando el peregrino negro llegó a donde estaban las puertas de la ciudad de Solomes. Los festejos para celebrar el culto a los dioses paganos de aquella ciudad estaban listos. Había varios de esos Dioses que, por algún motivo, le resultaban conocidos a Renseth. En especial la Cobra Kantar, solo que aquel Peregrino lo recordaba con otro nombre. Al ser una época festiva las puertas de la ciudad estaban abiertas mientras los sacerdotes al dios Cobra entraban portando sus vestiduras con capuchas nada distintas de las coronas faraónicas. Aunque la ciudad tenía sus puertas abiertas, eran pocos los que se atrevían a aventurarse al interior de Solomes. De una reputación terrible, aquella ciudad hacia ver las míticas Sodoma y Gomorra como si fuese Disneylandia. Los crímenes en Solomes eran algo casi cotidiano junto a las riñas, los robos, los asesinatos y las violaciones. Por lo general todo desembocaba en las tres cosas a la vez. Sin embargo muchos podían coincidir en que Solomes solo era una versión moderada de una ciudad aun peor que había desaparecido muchos siglos atrás, durante una gran guerra de la que aun se hablaba en esos días, la ciudad de Barkur era la madre de Solomes en más de un sentido. De los monstruos que la habitaban, como así también del Demonio que la gobernaba, los gobernantes de Solomes habían aprendido sus costumbres; pero hasta los más crueles de esa ciudad tenían limites que los pobladores de Barkur no tenían. Hasta donde Renseth sabia, los pobladores de Solomes no eran caníbales que vendían carne humana en los puestos de comida. La ciudad de Barkur desapareció haría siglos atrás durante el final de dicha guerra y con la caída de aquel Rey Oscuro que los guiaba; pero las ciudades “herederas” seguían en pie, Solomes, Kuntinia y otra más llamada Jizeret. La ruta fijada por Renseth para ganar adeptos a su causa, primero seria allí y luego iría por las otras dos.
Se adentró tranquilamente por las puertas pudiendo ver las edificaciones de barro. Las pertenecientes a los pobres eran solo casas de barro de un solo piso, las de la clase noble eran de dos pisos y el palacio del Rey era un lugar enorme donde el Rey, junto a su harem, vivía una existencia idílica.
Uno de los guardias se acercó a él y le preguntó
- Sacerdote ¿de dónde vienes?
- Me dirijo al templo a predicar- le respondió Renseth tranquilamente sin devolverle ni la mirada siquiera
- ¿Predicar qué?- preguntó el Soldado que anotaba en una tablilla a los extranjeros que venían a las fiestas del Dios Cobra
- El culto a mi Dios, el Dios Cuervo Mirder- sonriendo añadió- mi nombre es Varlorg, provengo de las tierras del norte
- Warlorg- preguntó el soldado intentando anotar el nombre en su tablilla
- Varlorg – corrigió Renseth molesto
- Muy bien Warlord, puedes ir a predicar a tu dios junto a los otros; pero ten en cuenta que cualquier acto de desagravio a nuestro Dios Cobra o a nuestras leyes se castigara con la muerte- le contestó el guardia a lo que Renseth continuó camino completamente furioso por el cambio de nombre. Le había costado mucho poder imaginarlo solo para que fuese cambiado tan burdamente, aunque, por otro lado, le gustaba como sonaba aquel nombre.
El templo era el segundo edificio más esplendoroso de esa ciudad después del palacio, de paredes blancas con decoraciones doradas y tallados hermosos de los distintos tipos de Serpientes que había en el desierto y en el valle del Nilo. La entrada del monasterio tenia cientos de mercados, fuese de cambio de monedas o venta de animales para el sacrificio al Dios Cobra.
Había una sección para los profetas de otros dioses; pero la gran mayoría no eran tomados en cuenta o siquiera podían hablar sin que alguno de los transeúntes le tirase una roca “por accidente”. Parándose en su palco, Renseth, se quedó de pie en silencio, viendo con atención su entorno. Esbozando una sonrisa, llamó a una vieja amiga para que le diera una mano.
No había pronunciado palabra alguna; pero tenía la atención de todos al ver a aquel peregrino de cabellos largos y barba larga, parado en su altar con los brazos extendidos y varias serpientes rodeándolo, en especial las Cobras.
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