Mateo estaba triste, el chico de ojos bonitos no había ido a clases ese día, no pudo darle la flor que siempre le daba todos los días.
No sabía que le pasó, el chico no hablaba con muchas personas y eso hacía más difil que pueda saber si estaba bien o si algo malo le había pasado.
Sacudió la cabeza, solía pensar cosas sin sentido cuando no estaba de ánimos, inflo las mejillas, sentándose bajo un árbol y comenzando a arrancar los pétalos de la pequeña flor.
"Me quiere, no me quiere..." repetia cada vez que arrancaba un pétalo de la pequeña flor blanca que iba a darle al chico.
–No me quiere... –susurro y miro con reproche a la flor, tirando lo que quedaba de ella a cualquier parte–. Tú no sabes nada –se quejo con la pequeña flor.
Solía comportarse como un niño cuando estaba triste, aunque aquello se le pasaría en cuanto supiera que el chico de ojos bonitos estaba bien.
Por otro lado estaba Oliver, había amanecido con gripe y no pudo ir a la escuela, eso significa no recibir una flor del chico de las flores, pero no podía discutir con su mamá sobre eso, su mamá había sido clara, tenía que quedarse en casa a descansar y esperar a que mejorará, con suerte mañana volvería a clases.
–¿Como te sientes, mi niño? –pregunto su mamá dándole un caldito de pollo para ayudarlo a mejorar.
–Mad... –contesto, su voz se escuchaba rara y su nariz estaba tapada, hizo un puchero, odiaba enfermarse, pero era algo que no podía evitar.
–Estoy segura que con este caldito de pollo te sentiras mejor, cariño –le dio un besito en la frente.
El chico de ojos azules, solamente asintió y comenzó a comer su caldito de pollo, le gustaría tanto tener una flor ese día, pero por varias circunstancias no se podía.
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