Las serpientes se acercaban a él. Se mantuvo parado unos minutos y empezó a caminar antes de que se lo ordenaran. El Rey de Solomes había visto aquel espectáculo más de una vez con varios charlatanes que decían ser emisarios de su Dios o hijos del mismo. Caminaban por el río confiados, otros, en cambio, perdían su confianza al ver aquellas innumerables Serpientes en esa fosa; pero más temprano que tarde las serpientes se volvían en su contra mordiéndole los pies. Solo era cuestión de tiempo para que ese charlatán cayese también victima de su propia soberbia. Renseth caminó por la fosa con calma, las serpientes le siseaban; pero no se acercaban a él. Una lo hizo y ni bien se dispuso a atacarlo, su piel se prendió fuego. El Rey pudo verlo tan claro como los demás lo vieron. Los ojos de aquel peregrino se volvieron rojos como la lava y aquella serpiente se prendió fuego de la nada. Los presentes largaron exclamaciones; pero dichos gemidos de sorpresa se tornaron en gritos de horror al ver que las serpientes emprendieron una espontanea huida despejando el camino al peregrino quien reía al ver como aquellas criaturas le temían. Renseth continuó camino por el arenoso pozo alejando a las serpientes quienes reptaban por los escalones huyendo de allí. Los pobladores gritaban y corrían empujándose los unos a los otros. El Rey de Solomes intentó huir también; pero tropezó con uno de los guardias. Cayendo al suelo vio a las serpientes qué, como si fuese una gran cantidad de gusanos enormes, pasaron sobre él cubriendo su cuerpo. Fue mordido por todas y cada una de aquellas serpientes que solo seguían sus instintos de supervivencia. Cuando Renseth llegó al final del río Siseante, la mayor parte de Solomes había huido con excepción de cinco personas que se quedaron allí observándolo y venerándolo. Uno era el hombre que fue sanado por aquel peregrino negro, dos hermanos quienes creían en él y confirmaron su propia fe al ver aquel prodigio digno de un verdadero profeta, uno de los esclavos del Rey quien había perdido su familia años atrás por su culpa y ahora estaba en deuda con dicho peregrino. El cuarto era un sacerdote del Dios Cobra quien se maravilló ante tales actos de poder. Una vez que Renseth llegó a donde estaba el cuerpo del fallecido Rey de Solomes, se paró sobre el cadáver y alzó los brazos extendidos con sus manos abiertas. Los cinco apóstoles se acercaron a él para arrodillarse delante suyo y saludarlo con una sola exclamación
- ¡Salve gran Profeta del Dios Mirder! ¡Salve emisario del Dios Cobra Kantar! ¡SALVE GRAN PROFETA WARLORD! ¡Damos nuestras vidas por ti!
Las serpientes volvieron al poco tiempo y se reunieron formando un círculo. Alzando sus cuerpos sisearon como si fuese un saludo ante su señor.
Esbozando una sonrisa al principio mientras la capucha ocultaba su rostro. Aquel antiguo príncipe de Egipto conocido ahora como Warlord el peregrino negro, emitió una risa ahogada que acabo en una carcajada atronadora ante sus nuevos fieles.
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