La rutina se volvió a instaurar en la casa de Aster. Cada ciertos días, Zeyer acompañaba al señor a la biblioteca para avanzar el papeleo o lo que fuera menester, a la vez que se ponía al día con Sept y Nio. Otros días, el joven dedicaba las mañanas a estudiar con los hermanos, Klaus y Tijón. Por las tardes el grupo se dedicaba a entrenar o a jugar por partes iguales en el exterior. Y por las noches, Klaus y Zeyer se escabullían para practicar magia en secreto. Los días pasaban tan tranquilos que no parecían ni normales, pero eso dejó de preocuparle a Zeyer, pues por primera vez se sentía a gusto con Klaus y su hermano. Por una vez sentía que la vida iba a mejor.
- Zeyer, podrías ir a buscar al señor y a los señoritos para la cena- le pidió Lilie quien estaba acabando de colocar la mesa- deja los vasos ya los pongo yo.
- ¡Vale! - respondió el chico dejando la tarea y saliendo del comedor.
Cuando llegó a la puerta del despacho pudo oír unas voces al otro lado, curioso, acercó la cabeza para escuchar mejor.
- ¿Lo dice en serio, Padre? - era la voz de Klaus
- ¡Porque ahora de pronto! -protestaba Tijón.
- Es mi decisión y creo que es la más correcta. – sentenció Aster- En tres días, a primera hora del alba, volveréis a la capital y seguiréis vuestros estudios.
- Porque tanta prisa. Cuando por fin había vuelto de su viaje y podíamos volver a ser una familia. -rechistó Tijón.
- Tengo un asunto urgente que atender. Volveremos a ser una familia, pero por ahora necesito que os marchéis un tiempo. Además, no es bueno descuidar vuestros estudios. Ya avisé a vuestros tíos, así que tendrán preparado un sitio para alojaros de nuevo.
- Pero…
- ¡Se acabó la discusión! - El golpe contra la mesa silenció cualquier reproche.
Zeyer, sintiendo la incomodidad de la situación, tocó a la puerta.
- Señor, la cena está servida – anunció sin abrir la puerta.
- De inmediato vamos. - le respondió Aster.
El joven simplemente dio la vuelta y se volvió al comedor. El ambiente fue algo tenso, aunque se intentó camuflar con las risas que les caracterizaba aquellas cenas en grupo. Cuando cayó la noche, Zeyer y Klaus se encontraron en el lugar de siempre para practicar magia.
- Klaus ¿Es cierto que os marcháis? -fue directo a la cuestión.
- Así que lo escuchaste – suspiró mientras hacía crecer algunas semillas de flores que tenía en la mano. – Volvimos a casa porque padre nos dijo que había terminado su viaje y que se quedaría en casa un tiempo. No pensé que sería tan poco…
- ¿Qué hacíais antes? – Zeyer usaba humo para hacer siluetas de pájaros.
- Vivíamos con mis tíos en la segunda capital del reino. Queda a unos cuantos días a caballo de aquí, es un largo viaje…- se dejó caer contra el tronco del árbol. - ¿Por qué no te vienes con nosotros?
- No puedo, el señor no me incluyó en ese viaje.
- Qué más da. Tijón y yo le podemos intentar convencer.
- Le debo mucho al señor Aster.
- Entiendo, no te voy a forzar, porque te conozco y no acabaríamos bien. - agarró una piedra y la arrojó lejos.
- Gracias por considerarlo de todas formas. -alzó la vista al cielo estrellado. Una pequeña nube de vaho apareció. -Empieza a refrescar.
- Sí, pronto el invierno hará mella… -alzó la vista también. -Escúchame Zeyer, que mi padre de golpe nos mande fuera me preocupa. Creo que algo raro va a pasar. Siento que algo no va bien. Yo no puedo desobedecer a mi padre, pero prométeme que te mantendrás a salvo. Tengo un mal presentimiento- se levantó.
- Yo también, lo tuve desde que le conocí.
- Volvamos a dentro.
- Sí, será lo mejor.
Los días pasaron raudos y llegó la fecha de las despedidas. Los caballos de los hermanos estaban en la puerta de la casa ya preparados para el viaje, los sirvientes habían colocado el equipaje en las alforjas y Aster estaba dándoles algunas Írias para el viaje. Los tres se dieron un abrazo. Zeyer miraba la escena desde el exterior, pues ellos estaban en la puerta de la casa.
- ¿Seguro que no quieres venir con nosotros? – le preguntó por enésima vez Tijón a Zeyer.
- Hermano, déjalo… Cuídate mucho. Si ocurre algo no dudes en buscarnos. – se dieron un apretón de manos.
- Somos famosos por la capital, si estas por allí pregunta por nosotros. – Tijón estrechó a Zeyer y se subió al caballo.
Klaus permaneció un rato más mirando a Zeyer, con ojos preocupados. El chico le acercó las riendas y con media sonrisa se la pasó a su amigo.
- No os entretengáis, os queda un largo camino.
- Espero con júbilo nuestro reencuentro. – subió a su montura.
- Hijos míos, tened un viaje seguro. Y saludad a vuestros tíos de mi parte. – comentó mientras apoyaba la mano sobre el hombro de Zeyer.
- ¡Hasta pronto! – se despidieron.
Los caballos salieron de la finca bajo la atenta mirada de las tres criadas, el mozo de cuadra, Aster y Zeyer. Agitaron las manos al ver a los chicos hacer lo mismo desde la lejanía. El señor suspiró con pesadez tras perderles de vista y mandó que todos retomaran sus faenas. Las sirvientas miraron a Zeyer con una expresión que no acabó de entender.
Algunos días más pasaron con normalidad, hasta que una tarde cerca de la hora de cenar, Iris le pidió a Zeyer que fuera a buscar unas moras para hacer el postre, Lila le entregó una cesta para que las recogiera y Lilie le indicó la zona aproximada de bosque donde solía haber. Al chico le sorprendió la actitud de las tres sirvientas, pero como no hubo ningún comportamiento alarmante, fue al establo a por un caballo, ya que quedaba un poco lejos si iba a pie. Ya no necesitaba que le prepararan nada, él mismo ensillaba al caballo y manejaba la situación. Llegó al bosque algo apurado pues pronto se pondría el sol y sería difícil ver algo. Buscó la zona que le comentaron, cuando de pronto oyó una especie de lloro. Bajó del caballo y lo ató. El llanto parecía de una niña pequeña, y lo oía próximo, pero no veía donde. Observando las rocas comprobó que había habido un derrumbe hacía ya un tiempo en aquella zona. Había una especie de cueva sepultada, y tras acercarse notó que provenían de ahí, pues oía con claridad como pedía ayuda, que no quería morir allí. Zeyer miró a su alrededor para asegurarse de que no había nadie cerca y poder usar magia. Cuando había estirado la mano hacia las rocas, un grito lo interrumpió.
- ¡No! No lo hagas- pareció su maestra agarrándole el brazo. – Aléjate de aquí.
- No puedo hacer eso, hay una niña ahí pidiendo ayuda. – protestó.
- ¿Seguro que quieres hacerlo? Esto podría sellar tu destino…- le respondió sin soltarle el brazo.
- Sí. No puedo dejarla ahí encerrada sabiéndolo. – tocó el brazo de su maestra. -No puedo abandonarla.
- Bien, como desees. -y desapareció.
Las rocas de un lateral se desprendieron dejando un pequeño agujero. Zeyer quitó unas cuantas más y llamó desde allí.
- ¿Hola? Pequeña ¿estás bien? Ven hacia aquí para salir.
- Tengo miedo. Mamá no se mueve.
- Está bien, no tengas miedo, ven hacia aquí.
Zeyer escuchó como se arrastraba, estiró la mano para intentar ayudarla, pero lo que notó fue un tacto suave, no a pelo o a piel, más similar a plumas. El chico incomodo, tragó un poco de saliva y decidió acercar una pequeña llama al interior de la abertura. Solo fue un momento en que vislumbró el interior, pero suficiente para hacerle retroceder enseguida. Estaba seguro de que aquello que vio fue un enorme cráneo de ave. El esqueleto era gigantesco y cerca de la abertura solo pudo ver dos grandes y brillantes ojos. El sonido de algo arrastrándose siguió. Zeyer dudó, pero aquella voz seguía pidiendo ayuda. El agitar de alas lo alarmó, sea lo que fuera se estaba estresando por no conseguir salir.
- Tranquila. Tranquila- le dijo Zeyer volviéndose a acercar. - Quédate quieta y te sacaré. Tienes que encogerte lo máximo que puedas. Si hago la entrada más grande, todo se podría derrumbar. – le intentaba explicar delicadamente.
- Bien.
Zeyer estiró de nuevo las manos al interior y consiguió agarrarla. Lentamente fue sacándola, intentando que no se golpeara mucho. Cuando la tuvo fuera vio que era un águila, un poco más grande del promedio. Esta permanecía encogida con las alas plegadas, la cabeza agachada y los ojos cerrados.
- Ya está, ya pasó todo. - la mantuvo en sus brazos- ya estás en el exterior, abre los ojos.
El animal poco a poco los abrió, mostrando un oscuro violeta que empezó a brillas tras ver el cielo estrellado.
- Precioso.
- Sí que lo es – respondió Zeyer absorto en la mirada del ave la cual desprendía una gran inteligencia.
- Tengo que esperar a que mamá salga- se giró hacia la cueva.
- A ver, espera aquí - la posó en una rama y observó el interior del agujero.
La débil luz que producía la llama dejaba ver que allí no había nada más que el esqueleto del ave gigante. Hizo más fuerte la luz, y se percató que la mitad estaba enterrada bajo las rocas. Supuso el joven, que les pillaría un desprendimiento y la madre protegió a la cría con su cuerpo. Estiró la mano y cogió un hueso cercano. El ave estaba así porque se la habían comido. Zeyer salió de allí y se giró hacia la otra criatura, que desde el árbol lo observaba con unos brillantes ojos, sin perder detalle de todos sus movimientos.
- Oye, escucha. Espera aquí, no te nuevas ¿Vale? - fue retrocediendo el joven.
- ¿Espero por ti? ¿Me quedo sola? -inclinó la cabeza -No me moveré de aquí.
Zeyer asentía mientras se alejaba. Llegó hasta el caballo y decidió volver a casa. Aquel suceso le hizo olvidar completamente el propósito del viaje, pero lo único que quería ahora mismo era alejarse de lo que fuera aquello. Cuando estuvo a medio camino de la finca, empezó a notar calor. Un fuerte olor a humo inundada la zona. Zeyer fustigó al caballo para llegar cuanto antes. Las llamas ya se estaban apagando a los pies del bosque, la hierba estaba quemada, había esqueletos de animales que no habían podido escapar a tiempo de las llamas. El huerto desapareció y el establo se había reducido a cenizas. La casa estaba medio derrumbada, con algunas llamas crepitando sobre las maderas y las piedras de la pared pintadas de negro por el humo que aun brotaba de algunas grietas. Zeyer desmontó apurado intentando gritar algún nombre, pero todos se atragantaban en su garganta.
- ¡Iris! ¡Lillie! ¡Lila! – atravesó la entrada, dentro estaba totalmente calcinado.
Alzó la vista, podía ver el cielo estrellado. Ya no había segundo piso y lo que quedaba era imposible de alcanzar sin que se viniera todo abajo. De pronto en el silencio de la noche escuchó unos golpes, algo bajo sus pies. Movió algunas tablas que habían caído al suelo y empujando unas piedras encontró una entrada a lo que podría ser un sótano. Estiró todo lo que pudo y cuando lo hubo conseguido, se asomó a la abertura. No había escaleras y no se veía nada.
- ¿Señor Aster? – su voz revotó cual eco preguntándole lo mismo.
Cuando estuvo a punto de encender una luz, una especie de llanto mezclado con un gruñido salido de una catacumba hizo retroceder a Zeyer. Algo que olía a putrefacto empezó a rezumar de la abertura, un líquido fangoso negro parecía subir. El joven se tuvo que tapar la nariz mientras seguía retrocediendo. No tardó mucho en recomponerse aquella sustancia y erguirse. Se retorció como si le doliera algo y empezó a avanzar hacia el exterior de la casa. Zeyer se había petrificado y aguantaba la respiración inmóvil, pero algo llamó su atención, en aquella viscosa criatura le pareció observar los rostros de las cuatro personas que estuvo llamando. Estuvo a punto de dar un paso, cuando algo lo detuvo.
- No, joven aprendiz. Yo no lo haría. – era una voz familiar – Quienes juegan con la vida y la muerte reciben el castigo que se merecen.
Aun estupefacto, alzó la vista en dirección a la voz, encontrándose con Roma sentada en una de las rocas que antes formaban el segundo piso. El velo de su cara ondeaba suavemente por la brisa.
- ¡Qué ha ocurrido! – por fin fue capaz de decir algo.
Aquella criatura se había alejado y adentrado en el bosque para cuando la Magus bajó a responderle.
- Se adentraron en un terreno prohibido y quisieron traer a la vida algo que ya estaba muerto. Y ese fue el precio de sus actos.
- ¡Como ha podido acabar todo así! – le exclamó inculpándola.
- Él sabía el riesgo de lo que hacía. Buscó todo lo que necesitaba y esperó al momento apropiado. Hizo todo con la máxima meticulosidad, pero la vida no es un juego. – sus palabras pesaron sobre el joven.
- Y ahora que… ¿Qué hago yo? ¿Qué ha sido de los demás? - se cayó de rodillas impotente.
- El hombre envió a todos fuera, durante el intento de revivir a aquella mujer, solo estaban presentes él y tres sirvientas. Ofrecieron sus vidas por una, pero no fue suficiente.
- ¿Qué era esa cosa?
- El inicio de un Absor. Hay muchas formes de crearlo, y esta es de las peores. – Se acercó al joven – Ahora ya sabes que la magia no es un juego y no todo está permitido.
La Magus se marchó del lugar dejando al joven en una de las esquinas de la casa que aún se mantenían en pie mientras sollozaba intentando aguantar el llanto en vano. Aquella era la segunda familia que perdía, él era una desgracia y solo traía el mal a los demás. Sentía que fuera donde fuera, él sería una carga para los demás, volviéndolos desgraciados. Ahogado en esos pensamientos empezó a llamar a su maestra una y otra y otra vez.
- ¡MAESTRA! – gritaba casi afónico mientras las nubes amenazaban con la lluvia.
- Zeyer… - caminaba con pesadumbre.
- Maestra, dijiste que cuando supiera mi nombre podría cruzar cuando quisiera. – no alzó ni la vista – Ya no me queda nada, ya estoy cansado de estar de un lado para otro, cansado de no querer acercarme a nadie y cuando lo hago perderlos… ¡Quiero unirme a su aquelarre! - se estiró y la agarró de la capa. -Quiero cruzar al otro lado, nada me retiene aquí. – sus ojos estaban vacíos, no había crispa de luz, de vida, había desparecido todo lo que fue.
- No, no – negaba con la cabeza, la maestra – No puedo dejarte cruzar en ese estado, o te volverás uno con el caos. – forzó al chico a soltarla – Lo siento Zeyer, pero este no es al que quiero. Adiós.
Zeyer, sintiendo el peso de aquellas palabras, se derrumbó en el suelo, totalmente inerte con los ojos abiertos, pero sin ver nada, solo las lágrimas brotaban involuntariamente, aunque poco a poco se fueron camuflando por las gotas con las que el cielo quiso acompañarlas.
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