Oliver estaba esperando a su papá, ese día le tocaba a su papá recogerlo y pasar el día con él.
Había olvidado su libreta de dibujo en casa, así que estaba concentrado dibujando desde su celular, era un poco difícil pero al menos eso lo distrae un poco mientras esperaba.
Sintió como alguien se sentaba a su lado, ladeo la cabeza y miro a la persona a su lado, sus mejillas se sonrojaron al ver a aquel chico castaño que siempre le dejaba un flor, que por cierto aquel día no le había dado una.
Mateo estaba que moría de nervios, había decidido acercarse al chico, pero no sabía como hablarle, su mente estaba por colapsar, sacudió la cabeza y se concentro en lo que tenía que hacer, saco una rosa blanca de su mochila y se la dio al chico.
–Esta vez quería dártelo personalmente –murmuro en voz baja, pero el de ojos azules pudo escuchar perfectamente.
Oliver sentía sus mejillas arder cada vez más, tomo la flor con cuidado y aspiro su aroma, se le estaba haciendo una costumbre hacer eso.
El segundo paso era sencillo, darle flores personalmente, sin ocultar quien era el chico que dejaba aquellas flores (aunque ya todo mundo sabía que se trataba de él), además de que así tenía la oportunidad de escuchar (quizás) su voz por primera vez.
Mateo se quedó observando al chico, se veía tan hermoso con las mejillas sonrojadas, mientras disfrutaba el olor de la rosa blanca.
–Gracias... –susurro en voz baja, miro al chico y le regalo una tierna sonrisa.
¡Oh por dios! Sentía que podía morir de amor, el chico que lo traía babeando le había sonreído y de una forma tan linda, definitivamente no podría sacar este día de su mente.
Quería decir algo más, pero las palabras no sabían de su boca, justo caundo quería decir algo, el claxon de un auto lo saco de su ensoñación, vio como el chico se levanto y se despidió de él.
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