Las calles de la ciudad se encontraban iluminadas por las luces de neón. Durante aquella lluviosa noche la neblina no permitía ver los edificios; pero si se podían ver las luces que salían de las ventanas, como si fuesen el brillo de las Luciérnagas. Acurrucada en un callejón oscuro, de paredes blancas cuya oscuridad, junto a la luz de Neón, lo hacían ver de color azul claro, se encontraba una joven cachorrita de Chavalier King Spaniel. Al lado de ella había un tacho de basura abierto con una bolsa de consorcio negra atada en su interior que se encontraba tan llena que apenas si entraba en el tacho. Aquel tacho se encontraba a la izquierda y a la derecha se encontraban otras dos bolsas, a las cuales las moscas le sobrevolaban. La pequeña Perrita temblaba del miedo y el frio. En la calle se oían las bocinas de los autos, junto al ruido de los pasos de las personas.
No recordaba cómo había llegado allí. Solo sabía que su estomago gruñía de hambre, no había comido en varios días y no deseaba salir de su escondite por el temor a encontrarse con un humano. Su temor a las personas no era para nada injustificado, algunos humanos la habían sacado a patadas o le habían tirado cosas cuando la descubrían hurgando en los tachos de basura.
Aquella noche lluviosa era interminable para ella. No sabía su nombre y tampoco le importaba. Pronto estaría muerta si no comía nada, al final el hambre fue mayor al miedo de ser atacada y se aventuró a la acera. No olía nada interesante en las bolsas que la rodeaban; pero si podía sentir el aroma de carne cocida saliendo de la esquina.
Con mucha precaución, se asomó a ver la vereda y notó que estaba vacía. Podían verse las baldosas blancas, en medio del azul de la oscura noche, junto con el farol que las iluminaba, cuya luz era del mismo color que las baldosas, no vio nada más.
Sin moros en la costa, pudo salir de su pequeño escondite y dirigirse hacia el lugar del que provenía tal delicioso aroma. Fue guiándose por el olor con la lengua, casi seca, colgando de su boca. Hasta llegar a un pequeño callejón, a dos manzanas de donde estaba. Allí, cerca de un contenedor de basura, había unas costillas de carne vacuna tiradas en el suelo. Era demasiado bueno para ser cierto. Miró a ambos lados, para ver si no había nadie; pero no pudo divisar ningún Humano cerca. Esperó a ver si salía alguien de la puerta trasera del local, con intenciones de agredirla; pero al cabo de unos minutos nadie apareció. Con el estomago totalmente vacío y sin muchas opciones, decidió correr en dirección a donde estaba la deliciosa comida. Comió hasta el hartazgo, una vez que finalizó con su cena, la cachorra, empezó a sentirse mareada.
¿Aquella carne podría estar envenenada? Podía ser. Al fin y al cabo uno aprende varias cosas desagradables de los Humanos luego de unos días en la calle y ella ya llevaba varios. Posiblemente unos meses sobreviviendo desde su infortunado nacimiento.
Escuchó el sonido de una puerta abriéndose; pero no era la del local, sino que el ruido provenía de la parte superior del contenedor. Desde la basura, salía un hombre joven de cabello castaño corto y peinado hacia el costado, estaba vestido de negro de pies a cabeza y la veía con una sonrisa perversa. La carne si había sido envenenada.
“¿voy a morir?” pensó aquella pequeña cachorra “quizás sea lo mejor” luego todo pensamiento ceso.
- Aquí Reclutador 25 a base ¿ me copia base?- dijo aquel hombre, con un radio transmisor negro en su mano
- Le recibo fuerte y claro Reclutador 25 ¿ ha conseguido al “recluta”? cambio- preguntó una voz desde el radio
- Si, alisten una celda para el W 19, cambio y fuera- le informó el Reclutador 25, mirando a la pequeña perrita con saña.
Aquella cachorrita pronto descubriría que había cosas peores que gente estúpida y carne envenenada.
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