CAPITULO 1: EL LABORATORIO
Se despertó con el ladrido de varios perros cerca, también aquella estridente música le estaba ayudando a despertarse. ¿Dónde estaba? No lo sabía. Lo último que recordaba era haber comido esa carne envenenada. ¿Estaba muerta? No posiblemente. La canción era demasiado Humana para ser el Grumten o paraíso de los canes. Aparte dichos ladridos eran más de quejas que de felicidad, no, aun estaba viva; pero la pregunta seguía en vigencia. Si no se encontraba muerta entonces ¿en dónde estaba? Cuando abrió los ojos pudo ver que había unas rejas en frente de ella y, a su derecha, dos pequeños platos metálicos. Uno con agua y el otro con comida, o algo que se le parecía. Más allá de las rejas pudo ver más perros de distintas razas, eran ellos quienes ladraban, ¿podía ser posible que estuviese en…?
- ¡Cállense ya malditos perros!- gritó alguien, desde una especie de habitación con un vidrio en forma de telaraña que mostraba la silueta de una persona junto a su escritorio
- Han escuchado el último éxito de la cantante Kim Wilde “ Kids In America”- hablaba una voz casi metálica dentro de aquella habitación- aquí su buen amigo Bryan desde L-ZY Radio trayéndoles los mejores éxitos de la década. Ahora quédense cerca para oír a Foreigner y su canción éxito del momento “Urgent”
Ya no había dudas. Ella se encontraba en la perrera municipal, un lugar en donde sus días estaban contados. Sin muchas esperanzas de nada se recostó en su celda y se volvió a dormir, al final de cuentas eso le esperaba ¿no? que la durmieran para no despertar nuevamente.
Aquella molesta música lo despertó, dio un pequeño gruñido e intento volver a dormirse sin mucho éxito. Decidió levantarse, aunque no más fuera para tomar algo de agua del plato metálico que se encontraba a su lado. Pequeño y de ojos totalmente saltones R 29 era un Chihuahua, que también fue “reclutado” por un hombre vestido de negro de pies a cabeza. R pensaba que ese era su nombre, debido a que no recordaba haber tenido otro anterior a ese. Debía llevar en ese lugar por lo menos más de un mes. No era muy amistoso con los humanos, a los cuales intentaba morder cuando le suministraban calmantes que, por lo general, venían en inyecciones con filosas jeringas. Hasta el momento le habían sacado algo de sangre y habían hecho extraños experimentos con su cerebro. Al menos se sentía un poco más listo que el resto de los canes que allí se encontraban; pero eso no lo consolaba, ni por asomo, porque ya había visto lo que le hicieron a A 32, un Bobtail con el cual habían experimentado anteriormente. Cuando llegó él no solía ser muy listo; pero al menos se podía tener un ladrido decente con él. Cuando se lo llevaron, para hacer quien sabe qué con aquel pobre can, al regresar mostró leves vestigios de inteligencia, pareciendo más un cachorro ignorante que un perro mayor. Lo que carajos fuera que le hicieron, lo atontó a niveles casi insospechados. R 29 no podía permitir que le hicieran lo mismo. Esperaba el momento de atacar y, cuando ese momento llegase, él les haría pagar por todo el sufrimiento que le habían causado a su persona, como también a todos los perros que allí se encontraban.
Su mente se encontraba totalmente vacía de todo pensamiento posible. A 32 se encontraba en un estado casi comatoso. Sentado en su jaula, con la vista perdida, daba la sensación de ser una especie de robot en estado de apagado. Costaba creer que, aquel enorme Bobtail, hubiese sido, en tiempos pasados, el mejor perro de rescate en las montañas nevadas de Colorado. No recordaba su nombre o cómo fue que termino en esa jaula; pero intuía que había llegado allí por órdenes del gobierno humano. Quería recordar más; pero no podía porque los humanos, en ese laboratorio, le habían hecho algo que le había atrofiado su cabeza. Si intentaba recordar, o pensar siquiera, un fuerte dolor se aparecía para atormentarlo durante un rato. Hasta que dejaba de pensar logrando calmarlo de esa manera. Aparte no tenía sentido ya hacer todo eso, lo único que se podía hacer, en ese momento, era estar allí. Sentado sin pensar en nada y contemplar el vacio con la mente apagada, como si de una radio sin transmisión se tratara.
El sonido de una puerta abriéndose, la despertó. Se incorporó de nuevo y vio como entraba el humano que había vislumbrado antes de que la adormecieran en aquel callejón. Llevaba consigo a un Galgo de pelaje marrón claro, el cual también se veía atontado a pesar de que este se podía mantener de pie, no podía evitar notar que llevaba consigo unas ropas muy extrañas para ser un simple perrero municipal. Toda su indumentaria era oscura y portaba un arma de fuego en una cartuchera que se encontraba en su costado derecho.
- ¡Hey Stevie!- gritó el sujeto- ha llegado otro “recluta” mas a tu colección
- Allí voy- le respondió alguien desde dentro de aquel despacho de ventanas con forma de telarañas
La puerta se abrió y salió de ella un hombre de baja estatura, regordete y calvo con algunos pocos mechones de pelos a los costados junto a un bigote grueso de color castaño oscuro. Vestía una camisa de manga corta color marrón claro, un pantalon del mismo color pero este era oscuro en vez de claro, sus zapatos negros estaban brillantes y lustrados. Poseía un letrero en el costado izquierdo de la camisa que decía en letras amarillas SEGURIDAD con un fondo negro entre las mismas para que la palabra resaltase
- ¿Qué tienes para mi hoy, Reclutador 25?- le preguntó aquel hombre
- Un Galgo , de raza cien por ciento pura- dijo con una sonrisa el Reclutador 25- sus dueños ya no lo necesitaban después de que perdiera la carrera por decima vez consecutiva
- ¿Eso quiere decir que ya es nuestro? ¡Perfecto! El doctor Lisandro está probando una nueva versión de la droga F y necesitaba más conejillos de indias para sus experimentos- sonrió aquel hombre
- ¿Y donde se encuentra el buen doctor?- preguntó, con una cierta malicia en sus palabras, el Reclutador 25
- Detrás de ti- le respondió una voz rasposa
El Reclutador se dio vuelta y lo vio, aquella cachorra también lo pudo ver.
Un hombre de pelo blanco corto y bien arreglado, vistiendo una bata blanca junto a una camisa roja con una corbata negra. Su pantalón vaquero desteñido no daba a entender que fuese un medico sino, más bien, una especie de cowboy. Alto y flaco, su aspecto era el de un medico profesional. Podía calculársele unos sesenta o setenta años.
- Doctor, aquí le tengo un nuevo “recluta”- le informó el Reclutador 25 con una sonrisa nerviosa
- Ya lo oí Reclutador 25- dijo el doctor Lisandro esbozando una pequeña sonrisa en la comisura derecha de sus labios, con un tono de voz completamente formal, añadió- tendrá que disculparme por mi falta de modales; pero le pediré que se vaya a otra parte
- ¿Por qué?- preguntó algo irritado el Reclutador 25
- Tenemos visitas importantes y no deseo que vean a cierto tipo de personas de aspecto sospechoso en nuestras instalaciones. Sabrá entenderlo… espero
- Si- asintió con la cabeza el Reclutador 25
Hizo un saludo militar con la mano derecha y se retiró. La cachorrita había observado y oído toda la conversación. Apenas había entendido algo de lo dicho pero se comprendía muy bien que, en esa perrera, sucedían cosas raras, quizás hasta ilegales. Siendo la razón por la qué ese Humano vestido de negro tenía que desaparecer cuando llegasen las familias a buscar nuevas mascotas.
Se quedó cerca de las rejas con la cola moviéndose de un lado a otro mientras esperaba que llegasen sus posiblemente próximos dueños. No tenía esperanzas de que alguien la sacara de ese lugar, en realidad no confiaba mucho, o más bien nada, en los humanos; pero ¡Carajo, que al menos valía la pena el intento!
Se quedó un rato esperando hasta que se abrieron las puertas; pero lo que entró por esas puertas no era una joven pareja con uno o más niños pequeños buscando a su próxima mascota, los que entraron eran hombres con trajes militares y muchas medallas en sus solapas, algunos siendo acompañados por soldados fuertemente armados. Ese lugar claramente no era una perrera ¿En donde carajos estaba?
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