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CaveQuest

La Llegada a Roman

La Llegada a Roman

Sep 27, 2020

Al dar cuerpo y mente a una causa, se obtiene la fortaleza necesaria para verla cumplida a través del esfuerzo. Es un bajo costo para aquellos que dedican su vida a la aventura por tierras inexploradas, aun sin la certeza de poder regresar al lugar al que llaman hogar. Miura Ketara, una guerrera de gran talento, quien ha experimentado un infierno en los años más recientes de su vida, ha cruzado el océano en una embarcación hacia el nuevo mundo de Roman, en busca de algo que ella todavía no sabe que encontrará.

A lo lejos se podía distinguir una villa pesquera desde la cubierta de la nave, rodeada de montañas áridas, sin mucho verde en sus colinas. Los pescadores estaban alegres de haber llegado tan pronto a su destino, felicitando al capitán mientras pensaban en todos los peces de temporada que podrían capturar con el tiempo de sobra y la posibilidad de volver a sus hogares más rápido, Miura por otro lado solo podía sentir lo contrario al ver este nuevo terreno. Ormos, nombre de la villa dicho por los mismos pescadores, era una zona habitada por comerciantes de todo tipo. Un punto medio entre la tierra del sur y la tierra del este, donde todo aquel que viaje puede al menos vislumbrar su bahía a lo lejos. Iba a ser un lento comienzo para ella o al menos eso pensaba, mientras la embarcación tambaleaba por las olas del mar que la rodeaba. Como guerrera, su prioridad debía ser siempre el buscar un lugar seguro donde estar y recursos para comer, pero sus travesías por el este la habían dejado en una precaria situación, a tal punto en donde el emergente olor a pescado que provenía de la madera húmeda que ella pisaba le abría el apetito. Ella no contaba con muchas cosas encima, se podría decir que solo lo esencial con solo verla, entre otras pertenencias, pero lo que más destacaba era su desgastada armadura con capa y escudo, su imponente espada en la funda de cuero con punta metálica, un modesto bolso guindando de su cintura y lo que parecía un contenedor envuelto en telas que ella llevaba a su espalda, todo esto además de su gran tamaño. Para su desgracia en esta ocasión, la mezcla de todos estos elementos en una persona como ella dan un resultado intimidante para cualquiera, incluyendo los experimentados marinos que la rodeaban.

En el pasado, ella había escuchado que los habitantes de Roman tenían una extraña pero rica cultura, llena de júbilo y amabilidad hacia las personas, esto se volvió más evidente tras ver que la tripulación había accedido llevarla sin oponerse demasiado. La duda surgía ahora, si ellos parecían ser tan accesibles, ¿Cuál sería el mejor lugar para comenzar? Le quedaba algo de dinero encima que quizá pudiera costearle algo de comida u hospedaje, pero no ambas cosas. Ella era fuerte, quizá podría trabajar un poco para conseguir algo, pero las consecuencias de no haber tenido una comida decente en el último día y medio estaban comenzando a afectarle. En otras circunstancias, alguna de las personas a su alrededor le habría ofrecido algo de alimento, como una especie de hospitalidad, pero Miura no era alguien a quien pudieras acercarte con facilidad. Ella no intentaba alejar a las personas a propósito, pero era algo que lograba sin el menor esfuerzo y tras dos días en la embarcación, la tripulación comenzó a desembarcar sin haber cruzado palabras con ella, por más de un par de ocasiones. Antes de descender al puerto, se acercó una vez más al capitán, le dio su más sincero agradecimiento junto con un firme apretón de manos y siguió su camino.

Tras adentrarse en las calles de la villa, logro tener una impresión de cómo vivían estas personas. Pudo notar como la gente llenaba el ambiente con energía al transitar los caminos sin descanso de un lugar a otro, entre risas, tragos, cestos con prendas extrañas y frutos olorosos, todo como una ola viviente entre edificaciones irregulares, cubiertas con pigmentos brillantes que, aunque también estaban presentes en el piso, estos se han ido desvaneciendo poco a poco tras las pisadas de los habitantes. Ella sintió el calor de la tarde en su armadura, como si fuera un horno con piernas, pero a las personas a su alrededor no parecía molestarles demasiado, además de estar usando ropas holgadas en su mayoría. No paso mucho tiempo sin que se diera cuenta que las miradas a su alrededor caían sobre ella, pero esto era comprensible, era obvio que ella era extranjera; su apariencia asemejaba a las mujeres que muchos de ellos han visto en pinturas provenientes de Ferne, de piel pálida y cabellos dorados, con miradas marchitas las cuales poseían un aire a divinidad que saltaba de los lienzos e imbuía el ambiente en una extraña elegancia, ahora mezclada ante ellos con una robusta armadura desgastada y una poderosa cicatriz cruzando la cara. Llamar la atención de esta forma era algo que, en su entrenamiento además de su abundante experiencia personal, era muy poco recomendado, pasar desapercibido era lo más ideal, por lo que su cuerpo por instinto estaba alerta a cualquier cosa extraña que pasara a su alrededor.

No paso mucho tiempo más hasta que ella encontró un lugar donde comer, una pequeña taberna cuya entrada estaba cubierta por telas de colores, no muy alejada del puerto al cual llego, un modesto lugar con algunas mesas y una barra de madera donde servían el alcohol exhibido en los estantes detrás del corpulento cantinero, o al menos eso fue lo que ella creyó tras cruzar la cortina de la entrada. Una vez más la atención fue dirigida hacia ella cuando la habitación completa quedo en silencio con su llegada. Sus pasos no se detuvieron, adentrándose en la silenciosa habitación hasta llegar al hombre de la barra, quien poso su vista sin mucho esfuerzo en ella, encontrando, entre todas las cosas que ella tenía consigo, el símbolo de una cabra forjado en el hombro de su armadura.

-Una armadura de Ferne, ¿No estas algo lejos de casa? – Pregunto el tabernero.

-¿Qué puedo comprar con 50 monedas azules?- Respondió Miura, sin corresponder su curiosidad.

- ¿Dinero del Este? Esto no vale mucho aquí, por como luces habría esperado monedas del norte, pero revisare que tengo en el almacén- Dijo mientras entraba a un pequeño cuarto junto al exhibidor de licores. Al volver tenía en su mano lo que parecía una pequeña bolsa de tela que adentro tenía algunos trozos de pan oscuro y pedazos de carne seca – Si esto te parece bien, tomare las monedas.

-De acuerdo. – Ella no se sentía estafada porque sabía que el dinero que tenía no le iba a poder costear mucha comida, pero en el fondo deseaba que hubiera sido un poco más.

- Escucha, por lo que veo apenas estas tocando tierra. No parece que hayas comido mucho antes de venir y dentro de poco va a anochecer. Me sobran algunas frutas que un granjero me regalo, no son de mi agrado pero puede que te gusten, te las serviré para que no se desperdicien -

Tras decir esto, el hombre saco unos frutos morados, tan grandes como su peludo puño, de una caja de madera para ponerlos en un tazón apilados unos sobre otros casi desbordándose, mientras el jugo comenzaba a salir por el peso de los mismos. –Aquí tienes. Se llaman Hobokos, tienen cierto sabor acido, pero ten cuidado, la semilla es como una piedra y siempre cambia de lugar en cada fruta. Yo lo aprendí a la mala – Dijo mientras mostraba en su boca un diente roto.

- Me temo que ya te di todo el dinero que tenía.-

-No tienes que hacer nada más. Come, descansa y vete cuando lo desees.-

Y así fue. Sentada del lado correcto de la barra, comenzó a masticar con cautela cada uno de los particulares frutos, emitiendo un húmedo ruido en cada bocado, no dejándose frenar por cosas como la etiqueta, sino siendo llevada por el instinto de sus entrañas. Todos podían verla desde sus asientos devorando su comida, como una bestia después de una ardua cacería tragando hasta la saciedad.

-¿Tienes más?- Dijo ella.

- Este… Claro. Por su puesto.- Respondió el hombre sorprendido por el apetito de la mujer, sirviéndole una vez más los Hobokos.

- Tienes mi gratitud, tabernero.-

Entonces paso el tiempo una vez más mientras ella comía. La segunda ronda fue un poco más lenta que la primera, esto era obvio al verla dándose el tiempo de disfrutar su comida mientras parecía relajarse apenas lo suficiente para no atragantarse o morder la semilla por error. Al tener esta oportunidad Miura decidió aprovecharla para reposar un poco más, porque sabía que una nueva tierra era un retroceso muy grande en su búsqueda. Debería ahora familiarizarse con los nuevos terrenos de esta nación, sin conocer en detalle los misterios que traerá su fauna en los caminos por venir, pero por ahora, el descansar en la rudimentaria taberna, entre la esencia del alcohol, los abundantes platillos de pescado y el ruido de la gente era todo lo que podía hacer.

-Tabernero, la noche me alcanzara dentro de poco. ¿Qué lugares hay cerca para hospedarse?

-Para alguien sin dinero, no hay alguno, joven.-

-Lo entiendo. Bueno, en ese caso me retirare, parece que ya he incomodado lo suficiente a tu clientela. Una vez más te doy mi sincero agradecimiento.-

- La intemperie aquí no es buena, si no encuentras un lugar terminaras mordida por algún animal mientras duermes. No es mucho, pero te puedo ofrecer mi viejo almacén que esta atrás en el ático.

- Estas ayudándome demasiado, viejo. ¿Qué buscas de mí?

-No eres la primera viajera sin dinero que se aparece en esta costa, pero con certeza eres la primera Guardia de Ferne que viene en tu situación. Al menos así, puedo estar seguro que no serás una ladrona.

Dudosa de la generosa oferta, sus instintos le decían que debía alejarse de allí, o quizá eran sus experiencias pasadas a lo largo de su viaje, por el momento ella no lo distinguía, sin embargo el no tener otra forma de pagar era algo que lastimaba su orgullo. En su tierra su entrenamiento había sido preparado enseñarle a no necesitar nada más que sus propias manos, forjando su camino en los terrenos más arduos de ser necesario, para asegurar su supervivencia. Aunque este no fuera el primer país ajeno que ella ha visitado, ciertamente es una de las pocas veces en la que su situación es tan precaria.

-Déjame trabajar por mi estadía. Al menos así podré pagarte. Debe haber algo que pueda hacer.-

-Pues ahora que lo mencionas, hay algunas cosas pesadas que creo, podrías encargarte con más facilidad que yo. Pero debo pedirte que te vayas por el momento, en un puerto como este, la clientela no se siente cómoda con ningún tipo de vigilante.-

-Entiendo. Da el trabajo por hecho. Volveré en unas horas y te ayudare con lo que necesites.-

-Vale. Vale. Esa es una buena actitud. Soy Hukop. Te veré pronto.-

aaronisqui
Aaron R

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