Abrió la puerta de su casa con el mismo ímpetu de siempre. Otro día de mierda en el trabajo como un vendedor de autos, que nadie quería, había finalizado, era hora de comer algo e inyectarse un poco de sus sustancias ilegales. Sus cabellos castaños largos se veían un poco despeinados y en su rostro se encontraba la expresión de cansancio que su hijo ya estaba acostumbrado a ver. Sentándose en el pequeño sofá de su casa, Samuel Kloinger, o Sam para los amigos, gritó
- ¡Billy, pequeño! ¡ya llegué a casa!
Viendo que su padre querría comer un poco antes de consumir sus estupefacientes, le dijo a Zefarin
- Escucha: quiero que te quedes escondida por un rato, hasta que mi padre se encuentre drogado. No sé cómo se tomaría el verte en nuestra casa amigo… en realidad, no sé como reaccionaria al verte
- ¿Nani?- preguntó Zefarin sorprendida
- Solo sal cuando él este drogado con lo que sea, de ese modo creerá que eres una alucinación antes que un ser de carne y hueso- le pidió Billy. La desesperación en el tono de voz del muchacho hizo fruncir el ceño de Zefarin, ¿acaso su padre lo maltrataba?
Recostado sobre el sillón, con la mirada perdida, Sam, recordó los años en los que quería ser un cantante, fuese el vocalista líder de una banda o solo el guitarrista. Aun no se encontraba drogado para poder huir de sus recuerdos, de su desesperación y frustración. Billy se tardaba en salir a recibirlo… quizás no se encontraba en la casa, quizás había huido. Si ese fuera el caso no lo culparía ni lo recriminaría por ello, al contrario, le agradecería que hiciese algo con su vida en lugar de solo estar al lado de un pobre perdedor que ganaba unos míseros diez dólares semanales. Quería lo mejor para su hijo, siempre querría lo mejor para Billy. Perdiéndose en sus recuerdos al pensar en su pequeño inevitablemente volvió a ver en su interior el punto de inicio de toda aquella decadencia. Al principio todo iba bien, tenía un grupo de amigos que parecían entusiasmados en formar parte de su banda, su esposa le daba los ánimos necesarios cuando él sentía desfallecer su propia iniciativa y su hijo, siendo un bebé, le recordaba lo que importaba en su vida. Era el motivo por el cual seguía delante con sus sueños hasta qué…
Maldito cáncer. Si fuese un ser humano, Sam, lo golpearía hasta matarlo. Esa enfermedad le arrebató todo en su vida, sus amigos continuaron sin él con la banda y estaba bien, nunca les iba a pedir que dejasen sus sueños atrás solo porque él tuvo que elegir cuidar a su esposa por sobre ir a ese concierto en la ciudad de Los Ángeles. El dinero que había ahorrado lo tuvo que invertir en los cuidados médicos de su esposa que apenas duró un año viva. Su anterior trabajo en la fábrica automovilística quebró del mismo modo que lo hicieron varias fabricas en la ciudad de Detroit en Michigan. Sam tuvo que deambular por varios meses buscando otro trabajo y lo encontró en una maldita tienda de autos usados. Frustrado con su vida al ver que solo trabajaba casi doce horas al día en algo que no deseaba, que estando tan cerca de conseguir sus sueños, estos, junto con su esposa y felicidad, le fueron arrebatados por culpa de los caprichos de un Dios cobarde y sádico, decidió caer en las drogas como un medio de defensa ante su frustración. Todo inicio tras ver que su vida iba cuesta abajo. Primero probó la Marihuana, uno de sus compañeros del trabajo solía fumar yerba y le ofreció un poco; pero si bien se negó al principio, después decidió probarla, como un modo de desafiar a la moral que le habían impuesto los seguidores de un Dios que lo odiaba. De la Marihuana paso a la cocaína y de la Cocaína fue directo a la Heroína. Su vida cayó en picada sin importarle nada en la vida con excepción de… su hijo.
Quizás la única razón que tenia para no caer en la sobredosis, o volarse los sesos, era su pequeño Billy, la única cosa que tenía sentido en su vida y que mas apreciaba. Si Billy se iba de su casa, no se lo reprocharía para nada; pero si sería el golpe final que Sam necesitaba para terminar con su dolor interno de una vez por todas. Sin su pequeño aquel pobre hombre de cabello largo castaño y ojos azules se quitaría su miserable, fracasada e incluso detestable vida de perdedor.
- ¡¿Billy, te encuentras aquí?!- preguntó Sam con un pequeño grito que demostraba su desesperación interna ante la idea de ser abandonado por su hijo, dando un susurro, que emitía mas un lamento que otra cosa, gimió- ¿o es que llegué temprano a casa y tú aun no has vuelto…? ¿o no piensas volver?
No tardo en oír los pasos de su pequeño hijo quien lo saludaba con la misma felicidad de siempre
- Hola papi, aquí estoy. Lamento la tardanza, estaba durmiendo un poco
- Si aun es de día- sonrió su padre con amargura
- El sueño no necesita horarios fijos papi- rió Billy
- Lo sé pequeño, lo sé- le respondió Sam. Sobándose el estomago, le preguntó- ¿hay algo delicioso para comer? muero de hambre
- Si papi, lo hay- sonrió Billy sacando de la bolsa de papel las tres hamburguesas que compró junto a las papas fritas
- ¿Por qué tres?- preguntó Sam, sonriente, levantándose del sofá
Billy tragó saliva al no saber que responderle; pero se apresuró en inventar una buena excusa
- Por si a uno de nosotros le vuelve a dar hambre después
Viéndolos desde la distancia, Zefarin, podía notar que tanto padre e hijo se llevaban muy bien; pero su Zafiro brillaba con intensidad debido a la amargura que ambos emitían por motivos demasiado personales. Consciente de que al no saber hablar su idioma no podría serles de mucha ayuda, Zefarin buscó algo con lo cual aprender y lo encontró en la habitación de Billy: era un viejo libro infantil con las letras del abecedario. No sería mucho; pero era algo.
Mientras aprendía a identificar las palabras, padre e hijo comieron en silencio sintiéndose felices de tenerse el uno al otro.
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