Otro suspiro escapó de su boca mientras que, a empujones, insultos y malas miradas; bajaba las escaleras abarrotadas de personas con la intención de llegar a la plataforma y tomar el metro, que seguramente también estaría atestado de gente hasta decir basta, para dirigirse a su trabajo.
Si era sincero odiaba el metro con todo su corazón, principalmente porque vivía en una zona muy central y concurrida como lo era Plaza Venezuela y precisamente por ello debía caerse a empujones con medio mundo, sudar como un cerdo y, además de eso, soportar en varias ocasiones el olor desagradable que desprendían muchas personas dada la imposibilidad de adquirir jabón, desodorante, champú, entre otros productos de cuidado y aseo personal. Pero los entendía, tampoco podía culparlos pues, como ellos, él también sufría para conseguir aquellos productos y era de los afortunados que aún podía permitirse comprarlos.
Normalmente tomaba el autobús a pesar de ser más tardío e, incluso, muchísimo más peligroso no solo por la delincuencia, sino también porque en numerosas ocasiones le había tocado ir literalmente colgando de la puerta para no llegar tarde al trabajo; pero aun así lo prefería. Así es como estaba acostumbrado a moverse, lo hacía desde hacía años y no quería cambiar ahora. Lamentablemente, cada vez se le hacía más difícil llegar a su lugar de trabajo por ese medio.
Con cada día que pasaba había menos transporte por varias razones, una de ellas era la escasez de combustible (aunque en la Capital no era tan evidente como en el interior del país, pues al menos podía conseguirse tras hacer algo de cola) y la otra era la imposibilidad de los chóferes de hacerle mantenimiento a su vehículo o, en el peor de los casos, obtener repuestos para repararlos, que era justo lo que le pasaba a su padre en esos momentos.
Ya habían pasado alrededor de 2 años desde que su carro se había averiado y le era imposible adquirir los repuestos necesarios para arreglarlo. Por supuesto, aquello también se debía a la edad del coche, pero es que era más que imposible comprar uno nuevo, simplemente impagable.
Malhumorado rodó los ojos, fastidiado de ver a tanta gente moviéndose con desesperación por ser hora pico, y caminó hasta alejarse lo más posible del alboroto. Se dirigió a la zona menos concurrida, que siempre era la más cercana a los túneles y, por seguridad, se detuvo algo lejos de la raya amarilla que se hallaba cerca del borde. Cruzándose de brazos, se dedicó a esperar exhalando un suspiro.
Tan sólo esperaba que el tren no tardara años en llegar o que al menos pudiera subirse sin que se lo llevaran por delante.
Mientras esperaba, repentinamente comenzó a escuchar unos gritos, los cuales se oían preocupantemente cercanos. Se giró extrañado en dirección al bullicio y observó como dos jóvenes con pinta de delincuentes (ambos eran la más pura personificación de "El Brayan") se encontraban discutiendo y parecían a punto de caerse a golpes, y quién sabe qué más, en cualquier momento.
Se alarmó y no pudo evitar recordar de inmediato los incidentes que habían tenido lugar la semana anterior a tan solo dos estaciones de distancia de la suya: El día lunes 27, a la 4:00 de la tarde, se llevó a cabo un robo en la estación de Chacaito en el andén dirección Palo Verde; durante la conmoción, el desorden y la salvaje guerra de empujones, un joven de apenas 20 años de edad tropezó y cayó en las vías del tren. Aunque logró salvarse de milagro, por desgracia el tren le destrozó una pierna, la cual tuvo que ser apuntada de inmediato.
Al día siguiente, cerca de las 10:00 de la mañana, se repitió el acontecimiento. Se realizó nuevamente un robo y la gente, aterrorizada, comenzó a correr como loca del terror buscando escapar y eludir el crimen. El salvaje mar de gente arrastró y empujó a una joven estudiante de la misma edad, que se encontraba demasiado cerca de las vías, justo sobre la línea amarilla, y por el impacto cayó de lleno en los rieles. Lamentablemente, justo en ese momento llegaba el tren y la joven murió al instante tras ser arrollada.
El simple recuerdo de las noticias que había leído hacía pocos días le provocó un fuerte escalofrío y causó que un sudor frío le bajara por la espalda. Siempre que pensaba en ello se sentía ansioso y con una sensación desagradable en el pecho.
Por seguridad la mayor parte de la gente comenzó a alejarse los más que pudo de la zona del conflicto, pero Christian se percató de que una chica bastante joven, al parecer universitaria, no parecía ni ser consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor y no se movió ni un milímetro de su sitio. Frunció el ceño cuando notó que tenía los audífonos puestos y, por lo que podía apreciar, la muchacha se encontraba estudiando algo con mucha concentración. Quizás demasiada.
Preocupado observó cómo se encontraba demasiado cerca de los rieles y eso lo inquietó sin que pudiera evitarlo. Odiaba aquella terrible costumbre que tenían tantas personas. ¿Cuál era la necesidad de esperar casi en el borde del andén? No es como si eso hiciera que el tren llegara más rápido y tampoco es como si eso les asegurara que podrían entrar primero al vagón o, en el peor de los casos, si quiera entrar en el mismo.
Se mordió el labio sin poder ocultar su preocupación y se pasó una mano por su liso cabello azabache. El simple hecho de pensar que los acontecimientos de la semana anterior podrían volver a repetirse justo frente a sus ojos le ponía los pelos de punta y lo inquietaba demasiado. No deseaba que hubiera más incidentes, no quería más desgracias.
¿En qué mundo se encontraba aquella chica como para no notar el caos que se había armado a apenas unos pocos pasos de ella?
Casi lo molestó su ensimismamiento e irresponsabilidad y, sin siquiera pensarlo mucho, se acercó a ella a grandes zancadas. Decidido la tomó del brazo con suavidad, tratando de no ser muy brusco para no asustarla, pero eso claramente no funcionó. Su gestó dócil no fue suficiente para evitar el susto que le provocó, y la cara de terror con la que lo miró la muchacha le dejó muy claro que pensaba que se trataba de un delincuente que quería asaltarla.
Suspirando la soltó, la entendía perfectamente pero aún se sentía extraño que lo miraran como si él fuera una amenaza.
— ¿Qué haces ahí parada tan cerca de los rieles? Es peligroso— aunque no la conocía no pudo evitar adoptar un tono algo severo, como si la estuviera sermoneando, e hizo un ademán con la cabeza a sus espaldas para que la chica mirara lo que ocurría. A pesar de la sorpresa, así lo hizo; por primera vez pareció percatarse del conflicto que se estaba llevando a cabo y su cara de susto fue sustituida por una expresión de angustia—. Si te quedas aquí podrían empujarte en cualquier momento y te caerías— prosiguió, llamando su atención, y haciendo que ella volviera a centrar su atención en él—. Ven, es mejor que nos alejemos un poco.
Tomándola esta vez del antebrazo, la haló suavemente, guiándola. Ella no supo bien porqué, pero se dejó llevar obedientemente por él sin decir nada mientras se quitaba los audífonos con su mano libre. Se alejaron de la concentración de gente y se pegaron a la pared para mayor seguridad, Christian la situó del lado contrario al conflicto y se colocó él de ese lado para protegerla. Mientras esperaban a que llegara el metro se mantuvo observando alerta la pelea, la cual cada vez parecía aumentar de intensidad. Sólo esperaba que nadie se matara y los únicos heridos fueran los dos alborotadores.
De repente, comenzó a sentir una mirada posada sobre él e instintivamente giró el rostro en dirección la chica a su lado, quien lo observaba con gesto amistoso y algo dulce. Por primera vez fue verdaderamente consiente de ella y no pudo evitar ponerse un nervioso. De inmediato comenzó a sentir el rostro un poco caliente y maldijo a sus genes por lo bajo. Gracias a su descendencia europea, era del tipo de persona que se ponía roja por cualquier tontería, hasta por recibir mucho sol.
— Gracias— murmuró, luego de estar un rato mirándose en silencio, y sonrió abiertamente.
Christian la observó, repentinamente paralizado y sólo pudiendo pensar una cosa: Dios, qué sonrisa.
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