A Christian se le cortó la respiración al verla y percibió de inmediato como su ritmo cardíaco se irregularizó levemente. Aquella era la sonrisa más inocente y angelical que había visto en su vida, nunca una sonrisa le había parecido tan sincera y sencilla como aquella y, aunque fueron sólo unos breves instantes, aquel gesto tan simple le llegó al corazón de la manera más inmediata e inminente posible. Aquella desconocida acababa de robarle el aliento por completo.
Tragó en seco ante la sensación tan poderosa que se plantó en su estómago, inquietándolo.
La verdad es que él nunca había creído mucho en esas cosas, mejor dicho, siempre le habían parecido absurdas e incluso ridículas, pero es que simplemente no encontraba otra manera de describir aquel momento más que como un "flechazo". Sí, definitivamente para él eso había sido amor a primera vista. Nada más ni nada menos. Simplemente no había otra manera de describir ese sentimiento y él lo sabía muy bien, ¿para qué negarlo?
Supo que tenía que decir algo cuando notó que ella se le había quedado mirando como esperando una respuesta.
— No hay de qué— contestó como pudo, tratando de que no se notara todo lo que acababa de pasar por su cabeza—. Sólo ten más cuidado la próxima vez... Nadie quiere más desgracias....
Ella pareció percibir un poco la tristeza en su voz y, ante su mirada seria, comprendió finalmente la situación. Sintiéndose algo culpable y avergonzada por su descuido, no pudo más que asentir.
— Sí, lo siento...
No pasó mucho tiempo antes de que comenzara a emerger una fuerte brisa de los túneles y comenzara a escucharse el chasquido de las ruedas del tren al recorrer con gran velocidad los rieles en su dirección. La gente inmediatamente comenzó a aglomerarse en los bordes de las vías aun cuando el tren no se había detenido completamente. A penas se abrieron las puertas, un mar de gente descendió del interior como pudo, pues como siempre muchos se atravesaban y no dejaban pasar, y otro grupo aún más grande luchó a empujones para entrar. Como de costumbre hubo gritos, gruñidos, insultos y pisotones.
Christian suspiró ante la conmoción, era dolorosamente consiente de que tenía que apurarse y entrar a los golpes si quería subir al vagón y no llegar tarde al trabajo.
Avanzó unos pasos tratando de no chocar con las personas más de lo necesario y, dispuesto a ingresar también como si fuera un primate en estado salvaje, se aferró con fuerza a su maletín para evitar perderlo.
Repentinamente se acordó de la muchacha y, sin poder evitarlo, se giró a observarla. Ella también estaba tratando de entrar, pero le estaba resultando bastante difícil ya que como era de baja estatura la empujaban fácilmente y no paraba de colisionar con los cuerpos de los demás.
Preocupado y sin pensarlo demasiado, estiró el torso hacia ella entre la multitud y como pudo tomó su mano. La haló con algo de fuerza en su dirección, pero sin dejar de ser cuidadoso, y comenzó a abrirse paso a través del tumulto de personas, llevándola tras de sí y asegurándose que no se tropezara o aún peor, que cayera y su pierna se atorara en la apertura que quedaba entre el concreto y el vagón, como le había ocurrido a una amiga suya.
Ella lo persiguió como pudo y, entre gritos y un montón de "¡Permiso, por favor!", ambos lograron finalmente adentrarse en la cabina. No pudieron sujetarse de ningún lado así que, como sardinas en una lata, se acomodaron junto a la puerta una vez que esta se cerró. Christian la situó frente a él, girada en su dirección y con la espalda apoyada en las compuertas, mientras que él se apoyaba en las misma utilizando sus manos. De esta manera su cuerpo la cubría a ella y a su bolso.
Sin embargo, ella no pareció prestarle mucha atención ni a él ni a aquel gesto protector porque su semblante no cambió en lo absoluto. Christian era mucho más alto que ella, así que la chica apenas y le llegaba al nudo de la corbata mientras que la barbilla de él quedaba varios centímetros más arriba de la cabeza de ella. No obstante, aún a esa distancia, el dulce y suave aroma floral que desprendían sus rizos castaños llegaba hasta sus fosas nasales.
No pudo evitar respirar profundamente e inquietarse un poco al ser tan consiente de su cercanía, pero trató de que no se le notara en el rostro. El tren avanzó irregularmente y a tropiezos como siempre, zarandeándose un par de veces antes de empezar a moverse con normalidad, pegando así sus cuerpos y haciendo que chocaran entre ellos varias veces.
Eras roces leves, pero él estaba siendo demasiado consciente de ellos y por lo tanto no podía evitar sentirse nervioso. Lo peor de todo es que a ella no parecía importarle en lo absoluto, al contrario. Totalmente ajena a su nerviosismo, leía con calma y concentración los mismos papeles que había estado repasando anteriormente y eso lo amargó un poco. No sólo no se sentían igual, sino que sus emociones eran tan distintas que podría decirse que ambas se encontraban a miles de kilómetros de distancia.
Suspiró imperceptiblemente ante el pensamiento tan desalentador.
El tren se detuvo poco después en la siguiente estación y ella no se inmutó ni en lo más mínimo aun cuando él la sujetó de los brazos y la apartó un poco para que los demás pudieran bajar y subir al vagón. Una vez que las puertas se cerraron y el tren se preparó para avanzar nuevamente, la volvió a ubicar en el sitio anterior sin poder evitar preocuparse por ella y su actitud tan atolondrada.
No la conocía de mucho, por no decir de nada, pero con lo poco que había visto de ella ya podía darse cuenta que era del tipo de persona distraída que siempre se encuentra en su propio mundo, completamente ajena a la realidad.
¿Cómo hacía para moverse normalmente por la ciudad siendo así de despistada? ¿Cómo había hecho para sobrevivir hasta ahora? No quería exagerar, pero hasta la veía capaz de equivocarse de estación y perderse por ahí sin siquiera notarlo.
— ¿Cuál es tu estación?— le preguntó de manera amigable, pero ella no pareció escucharle para nada a pesar de que el tren aún se encontraba detenido en el andén y por lo tanto su voz se escuchaba con claridad—. Oye— de nuevo nada—. ¡Chica!— la llamó una vez más, subiendo un poco el tono de voz para así poder llamar su atención y percatándose de que no tenía ni la más mínima idea de cómo se llamaba.
Al instante la muchacha alzó la cabeza como un resorte y lo observó con ojos desorbitados, tenía ese tipo de expresión perdida que te deja deducir fácilmente que apenas acababa de reconectarse con la realidad.
El tren comenzó a avanzar de nuevo.
— ¿Sí?— cuando habló aún sonaba un poco confundida.
— ¿En qué estación te tienes que bajar?— preguntó nuevamente, tratando de ocultar un poco la curiosidad que inundaba su ser.
— Altamira.
Tras su corta y simple respuesta, él asintió con algo de satisfacción al saber que se bajarían en el mismo lugar y no pudo evitar sentirse un poco mal ante la falta de interés por parte de la chica, quien no se molestó en devolverle la pregunta y apenas terminó de hablar volvió a centrarse inmediatamente en su lectura.
Suspiró abiertamente con pesadez, sabiendo que ella ni cuenta se daría, y no volvió a decir nada en lo que quedó de viaje. Simplemente se limitó a observarla con atención, como pocas veces hacía con las personas.
Sus centelleantes ojos ámbar la detallaron desde la punta de sus largos rizos cafés hasta su piel algo bronceada por el ardiente sol caraqueño, dándole así un color arena. No estaba maquillada ¿o quizás sí? Él, como el hombre que era, ni cuenta se dio porque se veía muy natural. Sin duda le pareció bonita en todos los aspectos.
Admiró incluso su esbelto cuello y largas pestañas, todo de ella le resultaba hermoso. Pero sin duda lo que más le había gustado de ella era esa sonrisa tan encantadora que tenía y ese par de ojos grandes, vivaces y brillantes que alumbraban su rostro.
Le parecía de lo más maravillosa a pesar de que podría decirse que era una chica bastante común. No poseía ningún rasgo verdaderamente destacable como para impactar de manera muy inminente o atraer la vista de las personas. Era el tipo de mujer que simplemente puede llegar a pasar desapercibida, pero aun así él no podía dejar de mirarla, no podía ni quería apartar los ojos de su rostro que lucía tan concentrado y ensimismado en su lectura.
En realidad, sus ojos no eran nada especial tampoco. No eran ni azules, ni verdes, ni de ningún otro color exótico. Pero, a pesar de que eran tan oscuros como su cabello, eran atrayentes; las pocas veces que ella lo había mirado él no había podido evitar quedarse prendado a ellos, totalmente hipnotizado. No importaba que tan comunes fueran, definitivamente él ya había encontrado el paraíso en ellos.
No mucho tiempo después llegaron a su estación y juntos se dispusieron a bajar del vagón y salir como pudieran. La dejó pasar primero y, sin que ella siquiera se diera cuenta, procuraba dejar un poco de espacio entre ella y él para así evitar que la empujaran o se le pegaran mucho. Pudo bajar tranquila, casi sin que nadie rozara su cuerpo; ella ni siquiera se percató de ello, pero a él poco le importó. Lo hacía porque quería, no esperaba nada de eso en realidad. No importaba si ella no lo notaba, él no dejaría de hacerlo.
Rápidamente subieron las escaleras, siguiendo a la multitud. Una vez más él la dejó subir primero y se quedó detrás de ella manteniendo algo de distancia entre sus cuerpos, gracias a esto nadie se le pegó ni se le acercó demasiado mientras subía. Él casi lo hacía todo por instinto, pues eso era lo que hacía siempre con su hermana menor cada vez que iban juntos en el metro para evitar que la manosearan demasiado o se sintiera incómoda, así que todo le salía de lo más natural. No sabía que tenía esa chica, pero le daban ganas de cuidarla y velar por ella en lo que pudiera, así como lo hacía con su hermanita. Obviamente el sentimiento era totalmente diferente, pero los deseos de proteger eran muy similares.
Caminaron a la par hasta que, finalmente, les llegó la hora de tomar caminos distintos. Él supo de inmediato que tenían que separarse cuando la vio girar hacia la izquierda mientras que él, lastimosamente, necesitaba tomar la salida que se encontraba en dirección opuesta.
A pesar de que ella continuó su camino con total tranquilidad, Christian se detuvo unos instantes sin saber qué hacer, totalmente paralizado. Quería detenerla o algo, pero no le salían las palabras. Su corazón comenzó a palpitar más rápido que de costumbre mientras pensaba en que quizás nunca más la volvería a ver en su vida. Sólo pensarlo lo llenaba de impotencia, en momentos como aquel se lamentaba por su personalidad. Desde siempre había sido muy tímido, al menos lo suficiente como para no ser capaz de considerar ni en sueños pedirle su número telefónico o algo similar a alguien que apenas acababa de conocer.
No sabía qué hacer, lo único que sabía con certeza es que quería verla de nuevo y que haría lo posible por volver a encontrarse con ella.
Tras respirar profundamente y tomar una decisión, corrió hasta la muchacha mientras esquivaba lo mejor que podía a la muchedumbre. Para esos momentos ella ya se había alejado bastante, sin percatarse en lo absoluto de que él ya no se encontraba a su lado, pero aún así estaba lo suficientemente cerca como para poder verla aún entre el volumen de personas en la estación. Cuando la alcanzó, la tomó de la muñeca gentilmente; deteniendo así su lento andar.
— Por favor, espera un momento.
Como era de esperarse la chica lo miró algo extrañada por su acción, pero por fortuna no se apartó ni nada.
— ¿Sí? ¿Qué pasa?— preguntó suavemente a la par que él la soltaba.
Christian tragó en seco, un tanto nervioso, y tardó un par de segundos en volver a hablar. Si era sincero nunca había sido muy bueno comunicándose con las personas y mucho menos en ese tipo de situaciones en las que se trataba de una chica que era de su interés. Por alguna razón sentía que aquella era la primera vez en su vida que verdaderamente había querido y había buscado hablar con alguien, aún si no sabía cómo hacerlo o no podía encontrar las palabras correctas para expresarse.
— ¿Cómo te llamas? Nunca me dijiste tu nombre.
Bien, había hablado con normalidad. Eso sin duda lo tranquilizaba, lo último que quería era que ella supiera lo desesperado que estaba por saber al menos su nombre.
— Ah, cierto— dijo soltando una leve risita—. Soy Daniela, mucho gusto.
Con una sonrisa educada le tendió la mano y él se apresuró un poco más de lo necesario en tomarla. En aquel momento se sentía mil veces más preocupado por el hecho de que su mano se encontraba ligeramente sudada que por estar llegando tarde al trabajo.
— Christian, el gusto es mío— se soltaron tras un leve apretón y él sonrió lo mejor que pudo una última vez antes de resignarse a dejarla ir—. Bueno, tal parece que cada quien tiene que irse por su lado ahora— trató de sonar gracioso, pero definitivamente no le salió para nada. Inmediatamente quiso golpearse con la mano en la frente, pero se contuvo—. Cuídate, espero que tengas un lindo día.
Aquello último lo decía en serio, desde el fondo de su corazón esperaba que le fuera bien y tuviera cuidado, pero ella parecía creer que lo decía sólo por cortesía y eso lo entristeció un poco. Cómo deseaba que ella pudiera leer todo lo que sus ojos buscaban expresarle de la misma manera en que esa mañana había leído con tanto interés esos papeles.
— Igualmente, chao— tras sonreírle fugazmente una vez más, agitó levemente la mano y se giró dispuesta a seguir su camino.
— Chao...
Su voz abandonó con tan poca fuerza sus labios que dudaba que ella lo hubiera escuchado, fue un simple susurro que se llevó el viento, pero de alguna manera él se sintió perdido ante esa última y encantadora sonrisa que ella le había regalado.
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