Zeyer no sabía cuánto tiempo llevaba allí tirado entre los escombros de la casa. El sol lo golpeaba duramente, pero no le molestaba, no tenía hambre, no tenía sed, no sentía nada. Escuchó ruidos en el exterior, a lo mejor los criados que mandaron fuera y ahora volvían. Aquellas personas entraron en la casa, pero el chico ya no era capaz de descifrar sus palabras. Notó como se lo llevaban hasta la sombra de un árbol. Zeyer no oía nada, pero sabía que debían de estar preguntando qué había pasado. Cuando intentó hablar, solo balbuceos se escucharon. Aquellas personas le hicieron beber agua, él no tenía fuerza ni para quejarse.
- Incendio, no hay nadie más – consiguió escuchar.
- ¡Zeyer! ¡Reacciona! - le zarandeaban uno.
- ¡Bah! Déjalo ahí. ¡Mirad! ha sobrevivido un caballo, podemos venderlo. Ayudadme a cogerlo.
El joven ladeó la cabeza y borrosamente vio varias personas rebuscando por cosas de valor entre las cenizas y los escombros, mientras escuchaba como otros iban tras el caballo.
- Una razón para vivir – se dijo sin producir sonido - ¿se habrá ido? - deliraba.
Con las nulas fuerzas que tenía, se alzó sobre sus piernas que, débiles, le obligaron a caminar pegado a los árboles. El cansancio y la inanición habían hecho mella en él y lo que en principio era un camino normal, para él fue una odisea. Sin saber cómo y cuanto tardó, llegó hasta aquella cueva derrumbada. Se dejó caer contra las rocas suspirando. Miró de un lado a otro con los ojos aun nublados por la fatiga en busca de aquella ave.
- Así que ella tampoco se ha quedado… -exhaló mientras poco a poco dejaba que el cansando le invadiera.
- ¡Oye! ¡OYE! ¿Estás bien? ¿No te ves bien? – Aquella voz le impedía dormirse. – Tienes cara de tener hambre. ¡Come!
Zeyer que aún seguía allí tumbado sin fuerzas, se vio obligado a masticar aquello que le daban. Agotado por la fatiga acabó durmiéndose. Se despertó con las fuerzas renovadas como si todo hubiera sido un sueño. Se estiró con ganas y pestañeó mientras se ponía en pie.
- ¡¿Dónde narices estoy?! – gritó alarmado.
Desde donde estaba podía ver el horizonte verde de lo alto que estaba. Bajo sus pies un nido de ramas y troncos. Se asomó al borde para ver que estaba sobre un enorme árbol. Volvió al centro y suspiró nervioso, intentando recordar cómo pudo haber llegado hasta allí, en vano.
- Me van a comer, me van a comer…- se tumbó, pues, aunque no lo parecía, se estaba cómodo – pero ¿Me importa realmente?
- ¡Por fin has despertado! – una enorme sombra se abalanzó sobre él.
- ¡Ah! - es lo único que alcanzó a decir mientras se cubrirá con los brazos la cabeza y cerraba los ojos con fuerza.
- ¿Qué haces? – preguntó tocando ligeramente al joven. - ¡Traigo la comida!
Zeyer entreabrió un ojo para ver el gran iris violeta oscuro que enseguida reconoció. Ahora aquella ave ya media en altura más que él. Y movía la cabeza observando los movimientos del joven. Levantó una de sus garras para mostrarle un ciervo que había cazado.
- A ver, ¿Qué ha pasado?
- Estuve esperándote y cuando por fin volviste te desmayaste. Así que te he traído a mi casa. – se acomodó en el sitio. – Ahora ¡Come!
Zeyer incapaz de pelear con semejante animal, asintió y el ave troceó la carne con sus garras con gran precisión. El joven vio cómo se tragaba los trozos enteros, él prefirió cocinarlos un poco improvisando una fogata con llamas mágica para evitar quemar el nido. No estaba seguro si era por tener mucha hambre o porque no había comido bien en un tiempo, pero aquella carne le pareció sabrosísima.
- ¡Ah! Un detalle – agitó las plumas – Ahora somos Cadenza. – Y Zeyer sintió que el pájaro sonreía.
- Muy bien, ahora sí que creo que estoy soñando. Me parece haber leído sobre eso en algún libro. Pero tienes que estar de broma…- la miraba, pero en aquellos ojos no había rastro de mentiras ni bromas.
- Como tu Navy, me gustaría que me nombraras. - entreabrió las alas.
- Espera, espera. Yo no te he aceptado ¿Y cómo sabes tantas cosas, si hace unos días ni sabias moverte?
- No hay que aceptar nada, estábamos destinados a encontrarnos y a juntarnos. Te juro lealtad y obediencia por el resto de mi vida. – inclinó la cabeza hacia el joven – Y lo segundo, no estoy segura, algo dentro de mí me lo dice. Algo que trascienda más allá de mi comprensión, despertó cuando nos conocimos. Y por si no te has dado cuenta, yo no hablo, mi voz se produce en tu cabeza, los demás no me pueden entender.
- Demasiada información que asimilar. Comamos primero.
Silenciosamente terminaron de comer el ciervo sin dejar un trozo. El ave se acurrucó alrededor de Zeyer proporcionándole calor, sensación muy familiar que tuvo durante su letargo. En los libros que leyó, los Cadenza eran humanos que poseían unos seres llamados Navy que podrían ser cualquier tipo de animal, mayoritariamente dragones o Rocs pero había de otras clases. Los cadenza quedaban marcados por los Navy. El joven fue marcado en la espada con dos alas marrones como las del ave, o eso le describió ella tras comprobarlo.
- Así que eres un Roc, tu tamaño te delata. Los libros que leí hablaban de ejemplares de tamaños colosales, cual montañas. – Le acariciaba la cabeza pues enrocada a su alrededor la tenía a mano.
- Aquí no, pero de las islas de donde hui junto a mi madre, podría ser. Mi padre era muy grande. – le comentó.
- No te he aceptado ni estoy de acuerdo en ser un Cadenza pero tengo que llamarte por algún nombre. ¿Qué tal, Alice? Era la protagonista en un libro.
- No me importa, no es feo, y un nombre es solo un nombre.
- Me valía con un “gracias” o un “sí, me gusta” – tiró suavemente de una de las dos largas plumas que adornaban su cabeza. - ¿Por qué huisteis de vuestra isla?
- Los humanos que allí habitaban nos expulsaron. Mi madre y yo pudimos huir y resguardarnos aquí, pero durante una tormenta nos cobijamos en una cueva y después de eso pasé algunos años allí enterrada.
- ¿¡Años?!
- Como me comí a mi madre no puedo regresar, aunque quisiera… Por lo que a los ojos de otros Rocs soy un tabú con alas.
- Pero fue por supervivencia.
- Los Rocs obtenemos conocimiento, poder y sabiduría de lo que comemos, por eso muchos cazan humanos. Y por ello, tenemos prohibido comer a los nuestros, así también evitamos perder más población. Cuando uno de nosotros muere se entrega su cadáver a la tierra o al mar. – abrió los ojos – Ahora que vuelvo a ser libre, poco a poco tendré el conocimiento y el poder de mi madre. – su pico se abrió, pero no se movió- Mi madre me dijo que viviera, aunque fuera usándola a ella, me decía que tenía que sobrevivir a cualquier costo. Pero ¿Con que razón? Entonces pensé que me mantendría el máximo de tiempo posible vivía y buscaría una razón para seguir aquí, y si no la encontraba simplemente me dejaría morir. – alzó la cabeza -Pero entonces llegaste tú, ya cuando había esperado tanto tiempo que mi determinación era nula, grité por última vez antes de rendirme, y me salvaste. -posó la cabeza en su regazo.
El sol pegaba fuerte allí arriba, pero iba bien para compensar el frio por la altura, aun así, Alice tenía un ala desplegada hacia arriba para tapar a Zeyer de los rayos de luz.
- Que irónico, yo deseando morirme y tú recibiéndome a mí como tu razón de vida. -intentó reír.
- Déjame volverme tu razón de vivir. Si uno de los dos muere, el otro no tarda en hacerlo también. Así que no perdemos nada al vivir el uno por el otro. – le propuso.
- No lo veo. Pero acepto el trato por ahora. Creo que descansaré un día más… Pero me gustaría volver al suelo- comentó medio dormitando mientras se tumbaba al lado de Alice.
El Roc lo tapó del todo con su ala y decidió acompañarle en ese sueño. Ambos soñaron que volaban muy lejos, más allá del horizonte.
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