Este relato no contiene spoilers de ninguna historia del universo #CaféActually.
El chico era pequeño y tenía las manos sudadas.
Llevaba al menos media hora secándoselas en el pantalón, desde antes de salir de casa. Cada vez que lo hacía recordaba que su nuevo uniforme era delicado y fino y se miraba las piernas para comprobar que no había dejado una mancha, pero a pesar del susto siempre volvía a secárselas en el mismo sitio la siguiente vez.
Su mejor amiga le miró y chasqueó la lengua.
—Que parece que te estemos llevando de camino al matadero —se quejó, pero se notaba que no quería ser dura con él, sólo tranquilizarlo. Iban los dos en la parte de atrás del coche y él pasaba la vista de la ventana a su regazo, pero al oírla se volvió para mirarla.
—Es que va a salir fatal, Ángela —respondió él, apenas alzando las comisuras de su boca.
—No va a salir fatal, deja de decirlo.
Delante, la abuela de él soltó una risa. Conducía despacio porque no estaba nada acostumbrada a hacerlo, así que estaban tardando una barbaridad en recorrer un camino que normalmente no tendría que llevarles más de diez minutos. Ángela se había ofrecido a ir delante con ella, pero la mujer había insistido que no, que fuera detrás, que era lo mejor. Habían hablado bajito y en la puerta de casa mientras él subía al baño para mirarse por enésima vez al espejo y comprobar que todo estaba en su sitio, incluido el pelo. Quería encajar. Tenía más ganas que nunca en su vida de encajar y de estar tranquilo, y sentirse a gusto, y ya. Sin preocupaciones. Al menos, sin más preocupaciones que las de cualquier otro adolescente.
—Ya verás cómo conoces a mucha gente y haces muchos amiguitos —dijo la abuela desde el asiento delantero, mirándole a través del retrovisor.
—Pero no demasiados, que la primera tengo que seguir siendo yo—añadió Ángela, y eso sí que le arrancó una risa.
—¿Pero vosotras dos no me conocéis de nada o qué? Además, van a ser todos unos pijos. Ya me diréis qué pinto yo allí —respondió él.
—Pues si vais al mismo colegio será por algo —sentenció la mujer desde la parte de delante.
El chico suspiró y se apoyó contra la ventana.
—Sí, porque seguro que todos tenemos padres de mierda que nos lo pagan porque se sienten culpables...
Ángela le dio un codazo. La abuela soltó un gruñido, pero suave, porque sabía que no podía culparle.
—No te pases, eh...
—Tú piensa que va a ir bien y listo —repitió su amiga—. Va a estar lleno de tíos ricos con problemas tontos y pelos suaves, te lo vas a pasar genial. Y esta tarde, cuando salgas, quedamos y me cuentas si hay alguno guapo.
—¿Y a ti qué más te da si hay alguno guapo? Eres bollera.
—Oye, pero me intereso por ti. Pondré cara de que entiendo por qué le ves el atractivo, o algo.
—Niños, creo que ya hemos llegado.
Alzaron la cabeza a la vez para encontrarse de bruces con la enorme valla del colegio para chicos Warren. El nuevo miembro, el del uniforme inmaculado, tragó saliva.
—Pues nada, que sea lo que Dios quiera —murmuró, buscando con una mano su bolsa de libros y con la otra el picaporte—. Si no vuelvo, acordaos con cariño de mí.
—Te esperamos para cenar a las ocho —dijo su abuela, sonriente—. Ángela, hoy también te quedas, ¿verdad?
—Claro. Vamos, no me pierdo su vuelta ni muerta —dice, sonriendo tanto que deja ver los hierros de sus dientes—. Que vaya genial hoy, Luc. Ya verás como lo bordas.
Y no lo bordó, no ese día ni los siguientes, pero tampoco se murió ni fue tan malo, lo cual se podía contar como el primer éxito de su nueva vida.
Porque ahí empezaba.
Ahora, sin embargo, todo era distinto, porque por muchas cosas que pasen uno no acaba de acostumbrarse a las primeras veces y daba la sensación de que aquella era mucho más importante, como si fuera la que le permitía entrar en la Vida Adulta.
Tenía veinte años, pero aún se sentía como un adolescente en su (segundo) primer día de clase.
Ángela le pasó un brazo por los hombros y le acercó hacia sí.
—Va a ir bien, ya verás. Es sólo otra entrevista. No creo que te coma nadie, pero, si lo hacen, ya has demostrado que eres más que capaz de morder de vuelta.
—Eso dijiste con las cinco entrevistas anteriores y no me cogieron en ninguna.
—¿Te puedo decir una cosa? Tampoco te veía mucha madera de frutero. Ni de paseador de perros, ni de chico de almacén. Tienes unos brazos que parecen noodles, no habrías durado ni un día. Sin embargo, esto... No sé, esto es diferente, te pega más.
Luc no tenía demasiado claro cómo podía «pegarle más»: nunca había sido especialmente sociable, mucho menos en los últimos años, y estaba casi seguro de que para trabajar en un lugar como este había que ser al menos un poco amable con los demás. La gente ponía estrellas de más en las reseñas de Google por la simpatía, ¿no? «Muy buen servicio, y encima me han alegrado el día» o cosas así.
Suspiraron a la vez, desde el otro lado de la calle, y luego se miraron y soltaron una risa.
Su mejor amiga le dio un último codazo.
—Venga, entra y demuéstrale al dueño de qué eres capaz. Se va a enamorar de ti, estoy un 70% segura.
—Ese porcentaje tampoco es tan alto. Además, yo ni siquiera he encendido una cafetera en mi vida.
—¿Y? Esos hípsters no tienen por qué saberlo. Tú disimula hasta que te salga, como Selena Gómez. —Le dio un pequeño empujón y el chico avanzó un par de pasos, nervioso—. ¡Venga, con más brío! ¡Eres Luc Álvarez, por el amor de Dios, que no se te olvide!
El chico cogió aire y, con su mejor amiga aún animándole desde la otra acera, lo soltó.
No tenía ni idea de qué iba a ser de su vida cuando atravesó la puerta de Café Actually, pero tal vez lo descubriera pronto.
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