Debían abandonar la ciudad cuanto antes, de momento parecía que Warlord tenía todo bajo control; pero solo era cuestión de tiempo para que los soldados sobrepasasen a su nuevo profeta. Ambos conocían las calles de Solomes demasiado bien, se criaron en ellas desde que eran niños y habían visto desde muy corta edad cosas que ningún niño debería haber visto nunca. Asesinatos, violaciones, tanto de mujeres como también de hombres, suicidios y una corrupción que crecía día a día. Solo un pequeño atisbo de moral en sus pobladores impedía que llegasen al canibalismo; pero últimamente los pobladores estaban interesados en los animales en muchos sentidos de la palabra. Ya no eran niños; pero la lealtad que ambos se tenían era algo que escaseaba en Solomes. Kuron un muchacho de piel blanca proveniente de las tierras del norte, con un cabello corto rubio y unos ojos azules observaba con asombro al hombre vestido de negro, aquel peregrino que se mantenía inerte en el piso, como si fuese una estatua. Por otro lado Gozun, su hermano de sangre, de cabello negro y ojos castaños con una piel morena debido a su larga exposición del sol, sentía que debían de huir antes de que las demás tropas avanzasen sobre ellos. Ambos jóvenes de catorce años se encontraban maravillados, asustados e intrigados por aquel misterioso profeta que no emitía palabra alguna ni movimiento alguno hasta que este decidió voltear su rostro encapuchado a donde ellos estaban. Su rostro parecía desaparecer debajo de aquella capucha, quedando solo su dura y siniestra mirada. Sonriendo, Warlord, les dijo:
- ¿Qué les sucede pequeñitos? se ven un poco inquietos ¿acaso mi presencia los aterra?
Se mantuvieron en silencio por un minuto; pero fue Kuron quien habló diciéndole:
- No, no nos aterra sino que nos impresiona- con la voz entrecortada añadió- es solo que pensamos que debería… debería
- Debería irse- finalizó Gozun con un tono más directo que el de su hermano- las tropas de Solomes no tardaran en llegar y no sabemos si podrá acabar con ellos en poco tiempo
- Si, supongo que tienes razón- sonrió Warlord desviando su rostro emprendiendo la marcha- sin embargo no te preocupes por el ejército, yo también tengo uno propio
- ¿De verdad?- preguntó Gozun con una sonrisa de emoción
- De verdad- le contestó Warlord continuando con su marcha
A la distancia se oyeron varios graznidos y, solo por un minuto, el sol se ocultó.
No fue por unas nubes de tormenta, no fue por un evento sobrenatural y mucho menos por que estuviese anocheciendo. Fue por una bandada de Cuervos que se dirigía a donde estaba la ciudad, una enorme e incontable bandada que graznaban a la vez. Al ver aquello los pocos ciudadanos gritaron y se ocultaron mientras los cuervos sobrevolaban la ciudad, posándose sobre los tejados. Ahuyentando a los pobladores o a los soldados que no se atrevían a contra atacar siquiera, enseñoreándose de la ciudad. Sin embargo no se quedarían por mucho tiempo debido a que Warlord estaba abandonando Solomes dirigiéndose a su siguiente destino, mirando de reojo a los pequeños, les dijo:
- Debo partir, tengo que continuar con mi peregrinaje; pero ¿No desean acompañarme pequeños?
- ¡Ya no somos pequeños!- exclamó Kuron molesto haciendo reír al profeta
- Es cierto, es cierto- rió Warlord- entonces ¿No desean acompañarme muchachos? ¿Ver el mundo y quizás mas de lo que imaginaron? ¿O desean quedarse aquí, en las calles de esta ciudad para siempre?
- ¡Deseamos acompañarte, gran Warlord, profeta del Dios Mirder!- exclamó Gozun sin siquiera dudarlo y con un tono de confianza en su voz
- ¡Así me gusta!- volvió a reír Warlord- vamos muchachos… vamos Yubatha
- Sí, mi señor- le contestó Yubatha siguiéndolo ciegamente
- ¡Mi vida por ti!- exclamó el ciego que fue curado siguiéndolo sin siquiera esperar una invitación o un permiso de su parte
Los cuatro emprendieron la marcha siendo seguido por los cuervos, solo uno parecía dudar y ese era Izmael, el sacerdote del dios Cobra quien por primera vez se planteaba realmente que camino elegir en su vida.
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