17.03.2021
Me quedo observando detenidamente el suelo de madera. No brilla ningún pensamiento fugaz en el cosmos interior de mi mente. Solo aquel estímulo que causa el flujo de fotones con los conos y bastones de mi aparato ocular, que luego es interpretado como la realidad que, tal vez impuesta por mi ambiente psicosocial mediante significados abstractos y supuestos que se asocian a otros estímulos sensoriales, conozco desde el más remoto recuerdo al que mi memoria puede extenderse. Evidentemente tengo más recuerdos, es solo que, por una u otra razón, no puedo acceder a ellos. O tal vez no, tal vez la mente no captura la información “explícita” de los momentos. Si lo pensamos detalladamente, tiene sentido no recordar: el ejercicio de la memoria (el de guardar la información de un evento, para más tarde evocar aquella información), al menos el ejercicio consciente, solo lo practicamos quienes tenemos adquirida la habilidad de concretar nuestros pensamientos en palabras, es decir, entender lo abstracto. Un animal solo usa su instinto, por lo tanto, la única memoria que existe para ellos es inconsciente, y tiene que ver con el fenómeno visto en el condicionamiento de aquel experimento famoso del perro. Es algo así como una conexión neuronal que se asemeja a un atajo, que se salta un paso y provoca la reacción —que antes era adversa a otra reacción— como la respuesta directa al estímulo. Por otro lado, una vez se nos enseña el idioma, aprendemos que la realidad tiene un significado abstracto. Más bien, nosotros se lo damos. Cuando creamos la relación entre significante y significado, aparecen imágenes mentales de la realidad, aquello que llamamos “objetos”. Pero, para crear el símbolo, necesitamos saber qué representa. Eso se logra únicamente a través de la experiencia; es necesario haber interactuado, como mínimo, con una ilustración del “objeto”. Es en ese instante, cuando se recurre al ejercicio de evocar un recuerdo. Ahora, la memoria ya no sirve exclusivamente como mecanismo de defensa, sino que finalmente usamos nuestros sentidos para otorgarle características a la imagen del objeto. Una vez perdemos el objeto de vista, cada vez que es mencionado, recordamos la imagen virtual que ya tenemos. Eso es el pensamiento abstracto: imaginar.
No obstante, la reflexión anterior no cumple ninguna función en lo que experimento al simplemente observar el suelo de madera. Es más, anteriormente especifiqué que ningún pensamiento cruza mi mente mientras contemplo el piso. Hasta que ocurre. Una de las desventajas de tener un lenguaje es que, si estás consciente, tarde o temprano, pensarás. Y así fue; luego de un momento, recordé la clase de física de hace algunos años. La primera vez que escuché acerca del átomo. Más tarde, en la clase de química, nos enseñaron las moléculas. Siempre me pregunté cómo son los átomos, es por eso que, por mera curiosidad, hace menos tiempo que los dos anteriores recuerdos, comencé a investigar, quise encontrar la imagen de un átomo. Para mi desgracia, la construcción real más precisa que hallé, fue la foto en blaco y negro de varias pelotas formando un hexágono. Así es, la foto de una molécula. Así que en mi insatisfacción de no hallar ni una sola imagen virtual de un átomo, comencé a imaginar lo que sería, mientras reflexionaba acerca de las propiedades cuánticas de las partículas subatómicas. Sin siquiera tener claro, si lo que conforma el piso sobre el cual estoy sentado, es realmente madera, comienzo a imaginar las fibras de celulosa que, en teoría, la componen. Luego, las macromoléculas de miles de átomos que se entrecruzan y se superponen entre sí. En seguida, voy ampliando las imágenes virtuales, acercándome a los pequeñísimos átomos… En un principio, veo unas difusas esferas resplandecientes. Al acercarme a uno de ellos, veo que una niebla brillante se agita de manera ondulada, cubriendo, en su centro, una esfera refulgente. Entre la niebla, que se empieza a camuflar con el vacío externo de esta, viéndose como un polvo pulsante, y esta gran esfera de luz, no hay nada más que absoluta oscuridad. Al acercarme lo suficiente, noto que la luz que emite la esfera, es más polvo, como el que había visto en la nube. La esfera también está rodeada de este pulsante polvo, y en su interior, hay más cuerpos de la misma forma. A partir de un punto en adelante, todo es esférico. Pero ninguna de estas figuras se ve como algo material. Son burbujas que contienen más burbujas en su interior, y estas, a su vez, contienen otras burbujas, cada vez más pequeñas. Es cuando me doy cuenta, que el polvo que hace un momento vi, en realidad estaba compuesto de burbujas de energía minúsculas. Llega un punto en el que solo puedo ver una burbuja en medio de la nada. No se si está moviéndose o está quieta. No hay forma de comprobar ninguna de las dos opciones. ¿Qué más da? En caso de que esté moviéndose, no hay nada alrededor que pueda ser afectado por ello. La burbuja es pequeña, así que sigo ampliando el entorno para contemplar más a detalle. Es entonces cuando me percato, que la burbuja es en realidad un finísimo filamento de energía girando y doblándose en todas direcciones a velocidades vertiginosas. El filamento, que se asemeja a una chispa eléctrica, de pronto se detiene, quedando arrugado flotando en mitad de la nada, hasta que comienza a estirarse. Es tan blanco y brillante, que parece una grieta del vacío que lo rodea. A no ser… me acerco una vez más para entender lo que yace ante mí. El filamento tiene profundidad, pero no hacia afuera, es una hendidura en el espacio. Al adentrarme en la fisura, el negro de nada absoluta se pierde en un intenso blanco, igualmente de total inexistencia.
Abruptamente despierto del trance en el que estaba. No comprendía lo que acababa de imaginar. Más bien, no comprendía si entendía lo que acababa de imaginar. Tampoco sabía si lo imaginé o fue algo más, quizá un sueño. Nunca había estado tan sumido en un pensamiento. A la vez que trataba de esclarecer mi intelecto, me preguntaba: ¿Es posible que la nada esté compuesta de más nada? Con el poder de la imaginación, pude apreciar todo lo que es físicamente imposible de vislumbrar… como si de un dios se tratara mi presencia. Sin embargo, no comprendí lo que observé. Finalmente llegué a la conclusión de que es inutil intentar ver lo que no está hecho para ser visto. Lo que, por simple lógica, no puede, per se, verse. ¿Como puede observarse algo tan absurdamente pequeño, que ni siquiera puede interactuar con la luz? Es evidente que esto es imposible. Pero… ¿De qué me preocupo tanto? De todas formas solo estaba reconstruyendo una imagen virtual de… algo que jamás había visto.
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