ARGUMENTO 2
CAPÍTULO 1 | EN LA DISTANCIA
“No veía nada más que el resplandor de esa luz...
Una luz... una luz tan fuerte que parecía acabar con mi vista sin embargo, más que molestia, apreciarla era un gusto y casi poder palparla era un placer inexplicable...
Todo cambió de inmediato cuando abrí los ojos, estaba en el mismo lugar, rodeada de las mismas personas, esa vida aburrida que me tenía encadenada a soportarla”
Mi nombre es Miila. Como todas las mañanas, me había levantado temprano para lo que sería un día normal de escuela, mi actitud callada y malhumorada me daban la fama de ser la típica chica altiva a la cual nadie le parecía suficiente para hacer una amistad. Sin embargo, eso era lo que se decía, nadie sabía con certeza quien era o qué me tenía siempre en ese estado de aparente odio a todo aquel que se cruzase ante mis ojos.
Los maestros simplemente pasaban de mí, mis compañeros me criticaban, me pasaban de largo o se enfrentaban a mí en plan de conocer mi verdad a la fuerza. Todo sin resultado, pues pareciese que entre más intentaban saber, más misteriosa y distante me volvía, llegando al punto de convertirme en una sombra que vagaba por las instalaciones de la preparatoria haciendo literalmente lo que me diera la gana.
¿Por qué nadie me ponía un límite? Eso se debía a que mi familia, la familia Kuroi, específicamente mi abuelo, fue una figura muy reconocida e importante en la fundación de Everlight. Mi familia cedió las tierras donde ahora se encuentra cada casa y edificio de la ciudad.
Este legado me había dado una completa inmunidad a cualquier llamada de atención tan insignificante como el no asistir a las clases, pues siendo la última Kuroi, con todo lo que había heredado, no tenía ninguna necesidad de hacer nada para tener resuelta la vida entera.
Esto generaba todo tipo de reacciones en quienes me rodeaban, resaltando dos específicas, la envidia y la sobrevaloración, que, a pesar de ser demasiado comunes en mi diario vivir, ninguno había podido cambiar ni un poco la nula expresión que siempre llevaba en mi rostro.
Dentro de la escuela, tenía la costumbre de alejarme de las aulas y las personas, me iba a la parte posterior del plantel, a un árbol frondoso frente a una extensa área verde que tiempo después se convirtió en campo de soccer.
El ruido de los partidos no me importaba, pues la sombra de ese árbol era mi lugar favorito y nada me provocaría abandonarlo. Diario llegaba a la hora exacta, las 10 de la mañana, a relajarme, a pensar. La mayoría de las veces sólo me sentaba recargando la espalda en el viejo tronco del árbol, otras veces me recostaba y en algunas ocasiones miraba en silencio los partidos mientras exhalaba el humo de mis cigarrillos.
Mi constancia despertó curiosidad en la líder de las porristas, Angelique, quien veía en mí la figura de un “príncipe” que estaba a la espera de una señal para ceder ante la princesa indicada, estaba segura de que la actitud arrogante que le mostraba era una especie de coqueteo que junto a mi infalible asistencia al mismo sitio buscaban atraerla. Por el contrario, el rechazo que yo le mostraba a las insinuaciones de Angelique era real, ya que no tenía ningún interés en atraer a nadie, la porrista no entendía que la sombra del árbol era mi lugar favorito y que fuese el lugar de primera fila para ver sus prácticas no era más que una simple coincidencia.
-Siempre que vengo a practicar tú estás aquí para verme, creo que tengo una admiradora secreta-. Decía Angelique cada que me miraba.
-El que yo esté aquí no tiene nada que ver contigo, ni con nadie, sólo me gusta este lugar, me gusta la brisa y el olor a césped de este campo-.
La porrista era insistente, aprovechaba los descansos de sus prácticas para intentar persuadirme, en algunas ocasiones sus insinuaciones eran tan directas que sus compañeras y el resto de los alumnos ya empezaban a molestarla diciendo que, a pesar de parecer un chico apuesto, yo no era más que una persona amargada y engreída que nunca iba a hacerle caso.
Una mañana, luego de un fallido coqueteo más por parte de Angelique, yo ya estaba decidida a retirarme más temprano, pues mi sitio de descanso y reflexión ya era todo menos eso, en el instante que me puse de pie y me disponía a irme, un grito de Angelique me alertó que algo venía hacia mí.
En un acto de reflejo, giré rápidamente recibiendo en las manos una pelota que había sido lanzada por la capitana del equipo de la escuela. El impulso fue tal que me empujó haciéndome caer de espaldas.
- ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! - Gritó la capitana del equipo de soccer mientras salía del campo en dirección a mí. En su prisa por llegar, tropezó cayéndome encima, haciéndome golpear la cabeza contra el suelo.
- ¡Perdóname! Que torpe soy, no era mi intención hacerte daño, estaba distraída y no me di cuenta en qué dirección pateé la pelota-. Se disculpó nuevamente la chica.
Por un momento no
pude guardar mis emociones y estuve a punto de gritarle, pero al verla tan de
cerca, una chica más alta que yo, con el cabello liso color castaño cortado en
capas que bajaban a la altura de su pecho, su piel blanca un poco bronceada por
los partidos diarios bajo los rayos del sol, perdí el habla, era la primera vez
que me encontraba tan cerca de alguien.
Alejándome de golpe y poniéndome de pie, bajé torpemente la mirada y lancé la pelota de vuelta a sus manos. -No importa, estoy bien. Tu sólo sigue jugando y fíjate en lo que haces-. Le dije sin mirarla directamente a la cara.
Con notables nervios, tomé mi mochila, recogí mi chaqueta y con pasos apresurados me alejé lo más rápido que pude hacia la salida de la escuela, justo ahí choqué con Juhan, el estudiante recién llegado, sin tomarle importancia a su saludo, Salí disparada corriendo a mi casa.
Yo no tenía amigos, tampoco familiares con vida, era la única habitante de la enorme mansión de la familia Kuroi, la enorme casa me había sido heredada por mi abuelo, era como una casa presidencial estilo victoriano, llena de pasillos, habitaciones espaciosas, cada una con su propio cuarto de servicio y vista al exterior. Las habitaciones de la parte de atrás miraban hacia el mar, pues la mansión estaba situada en una playa, separada por un enorme jardín en el cual resaltaba un pequeño observatorio que en la punta tenía una luz como la de un faro para direccionar los navíos.
Según lo que las personas de Everlight contaban, mi abuelo fue una autoridad política en el primer gobierno de la ciudad, nuestra familia había vivido muchas generaciones en esas tierras y aunque mi abuelo era dueño de todo, no accedió a aceptar que la ciudad tuviese un reinado. Se conformó con el hecho de formar parte del primer ayuntamiento y cedió todo ese poder al gobierno democrático.
La actividad política de mi familia había iniciado y concluido con el abuelo, ahora yo no tenía ningún interés en ello, me refugiaba en los libros y el silencio de mi mansión. Cuando tenía la necesidad de “sentir”, recurría a escribir. Aunque quería convencerme de que todo lo que escribía no eran más que dramas filosóficos y absurdos, no podía negar que caer en la tentación de plasmar mis sentimientos era comparable a una adicción que me costaría dejar en un futuro.
El conocer a esa chica en el campo de soccer me tenía pensando demasiado, aunque era algo estúpido pensar que un simple contacto había sido suficiente para inquietarme, no dejaba de ser una idea real que, aunque negara, estaba sucediendo.
- ¿Qué tiene esa chica?... Sólo fue un tropiezo, no entiendo por qué me siento así... Es una tontería, debo estar volviéndome loca, sí, eso es... Tanto ruido y escándalo me están enloqueciendo-. Me repetía una y otra vez mientras estaba sentada en el único sofá frente a la chimenea.
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